El domingo pasado, todos despertábamos con un video subido a la cuenta del Vicepresidente en el cual denunciaba la infidelidad de su esposa. El video fue eliminado poco tiempo después, pero ya se había viralizado y se convirtió en la comidilla de toda la población boliviana que, a falta de vedettes y estrellas musicales, tiene políticos.
Pronto aparecieron los análisis que decían que Lara era un genio de las redes, que con el video estaba logrando posicionarse para ser más popular que cualquiera; que podría disputarle fácilmente el poder a Rodrigo, quien contaba con muchos menos seguidores que Lara, y que el «capi” podría ser un fenómeno tan grande como Evo Morales.
Serenos, morenos (de la morenada, no de MORENA). Vamos a analizar a fondo esta situación, sin emocionarnos mucho porque está visto que actuar dirigidos por las emociones del momento no es nada bueno, y hoy que todo se viraliza podemos arrepentirnos.
Vamos a empezar por algo que sabemos todos desde niños: a nuestro pueblo le gustan los caudillos. Nos fascinan esos tipos que dicen cosas que nosotros pensamos, pero no nos atrevemos a decir. Mejor si son de buena presencia y porte. Mucho mejor si es carismático; excelente si tiene una historia interesante o heroica.
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Aunque el marco conceptual propuesto por John Lynch acerca del caudillismo en Latinoamérica ha sido superado, voy a traerles esta explicación suya, que considero puede explicar bastante bien la necesidad boliviana de soñar con caudillos, rasgo que trasciende oriente y occidente y, al parecer, contextos históricos.
Veamos. Lynch afirma que durante la Independencia, los criollos que tomaron el poder temían a los sectores populares (un poco como ahora, solo que sin internet). Los sectores populares, a su vez –presten mucha atención a esta parte– veían con preocupación cómo los nuevos sectores dominantes hablaban de emancipación, pero pretendían continuar con el sistema de dominación colonial; por eso se agruparon en torno a caudillos locales, quienes, consideraban, serían sus defensores ante los nuevos dueños del poder.
Como puede verse, la inquietud de las clases populares de los años de la Independencia es la misma de las actuales. Eso explica por qué no votan por Tuto, pero sí por Lara, porque consideran que el segundo será capaz de defenderlos de los intereses de quienes consideran los poderosos que van en su contra.
De ahí que cuando uno pregunta a los votantes de Lara por qué votaron por él, la respuesta es: “porque es como nosotros”, “porque nos va a defender”, “porque va a acabar con la corrupción”; o que, por, ejemplo, alguien, al ver la devolución del edificio de la Asamblea de DDHH a Amparo Carvajal, acuse a Rodrigo Paz de “velar por su clase”.
Es una vieja historia y no cambiará pronto: Desde Belzu hasta Barrientos, pasando por el Compadre.
Ahora aterricemos en Lara, quien tiene todo para ser identificado como sujeto receptor de la confianza de las clases populares, el sucesor de Evo –a quien, por cierto, ha superado en número de seguidores en TikTok– defensor de los intereses del pueblo, etcétera. Si es buen político, es cuestión de tiempo y paciencia para que la silla presidencial sea suya, ya sea en 2030 o antes, si las cosas se ponen feas, sin mucha oposición y con bastante legitimidad. Pero no lo es, ¡no lo es, maldita sea! Porque los dioses dan pan a quien no tiene dientes. A diferencia de Evo, Lara no tiene base social, por eso la marcha que hicieron sus seguidores, mientras él estaba en Brasil, no llegó a los dos centenares.
Le hace falta una organización, un sindicato, un partido, una secta, lo que sea que le garantice que cuando diga “salimos a las calles” le hagan caso, porque no es lo mismo que tus fans te escriban comentarios zalameros en tus redes a que realmente se tomen el tiempo y el amor a la camiseta –y no a la posible pega– de salir y recibir insultos de transeúntes cansados de las marchas que dejaron los últimos años del MAS al poder.
Por otro lado, Lara necesita dejar de ser tan transparente. Un creador de contenido tiene fuerza en su palabra, pero un político tiene fuerza en sus actos, en el modo en que usa el poder de su palabra para obtener lo que quiere.
Para eso el requisito número uno es saber lo que quiere. Si bien el objetivo del tiktoker es ganar seguidores, marcar trends y viralizarse; el del político es mover las piezas que tiene a disposición, mejor si lo hace de manera creativa y astuta, para evitar que lean sus movimientos.
Un político es como una araña que teje su tela y permite que sus objetivos se enreden solos y, muy tarde, se vean incapacitados de movimiento y acepten su destino estoicamente. Lara no es una araña, es un elefante que se columpia en la tela; no sabemos cómo llegó ahí y cada vez que aparece, parece que no resistirá.
Antes de que al comediante que escribe nuestra historia se le ocurra llamar a otro elefante, es bueno que nuestro Vicepresidente escuche el consejo de los sabios que lo rodean –si es que los hay– y aprenda que la vida es algo diferente al TikTok; más si eres la segunda autoridad del país.
Le deseo mucho éxito, porque lo que menos necesitamos en este momento son telenovelas, porque no tenemos presupuesto y la mayoría de nuestros actores políticos son poco agraciados.
Sayuri Loza es historiadora.
