La tapa de NOTICIAS: ¿tiene futuro el peronismo?


La crisis inédita del espacio fundado por un militar autoritario y que evolucionó hasta Menem y los Kirchner. La interna actual entre Cristina y Kicillof.

Jaime Duran Barba

La tapa de NOTICIAS | Foto:Cedoc



Terminada la segunda guerra mundial, los sindicatos cobraron gran protagonismo en la sociedad occidental. Unos, relacionados con la Unión Soviética, siguieron promoviendo la revolución, respaldando a los partidos comunistas de Francia y de Italia.

Otros siguieron el camino que Lenin llamó despectivamente tradeunionista, se dedicaron a luchar por los derechos de los trabajadores, sin tratar de destruir la “democracia burguesa” ni el capitalismo.

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Esa fue la diferencia entre el comunismo y la socialdemocracia en Europa. En América latina, partidos que no tenían que ver con la Tercera Internacional, como el PRI en México, el APRA en Perú, AD en Venezuela, y el peronismo argentino, tuvieron como columna vertebral al movimiento obrero.

La lucha de los sindicatos logró que se reconozcan derechos de los trabajadores, muy exiguos hasta mediados del siglo XX. En 1950 todavía se vendían estancias que incluían en su inventario a los trabajadores.

En el interior de la Argentina había encomiendas en las que les pagaban con cupones para canjearse por comida en tiendas de la propia empresa. Todo eso acabó con el peronismo.

El auge comunista de la posguerra asustó a muchos. La tercera Internacional, fundada en 1919, dividió a la izquierda, cobró nueva vida la internacional socialista. Desde otra perspectiva, la Iglesia Católica promovió su “doctrina social” como una tercera vía ajena al comunismo y al capitalismo salvaje. El peronismo nació dentro de esa corriente, nunca alentó la lucha de clases.

Lo de “combatir al capital” fue solo un desliz de la letra de la marcha peronista. Perón quiso lograr la armonía entre el capital y el trabajo para desarrollar al país. En los años 50 su consigna fue “producir, producir y producir”.

Lejos de la idea de “dictadura del proletariado”, dijo que quería un país de propietarios, no de proletarios. Intentó superar la etapa agroexportadora promoviendo la industrialización y el uso de manufacturas nacionales.

El peronismo caló en la población, porque promovió los derechos de los trabajadores, y les devolvió el orgullo de ser “laburantes”. En ningún otro país de la región, este concepto tiene tanto prestigio como en Argentina

Los comunistas fueron machistas, el peronismo consagró el voto de la mujer y fue un partido que abrió un espacio estelar para mujeres como Eva Perón, Isabel Martinez, y Cristina Kirchner. No es momento de enumerar otros de sus logros, pero señalemos que ha sido el partido político más importante del país en los últimos 80 años y el único con base sindical que ha subsistido tantos años en la región.

Perón fue un militar autoritario que no admitía críticas, formó un partido vertical. No creía en la libertad de prensa, incluso expropió el diario “La Prensa”, el más importante de esos años.

El peronismo fue excluyente, quiso monopolizar la “argentinidad”. Para ellos todos los argentinos debían ser peronistas, los demás eran gorilas, enemigos de la Nación. La letra de la Marcha de los Muchachos Peronistas expresa la deificación de Perón, uno de los pocos presidentes del mundo que en el 1973 llevó a su esposa como binomio en la boleta Perón-Perón.

Después del golpe de estado de 1955, Perón no se exilió en la URSS, ni en los Estados Unidos, buscó la protección de otros generales anticomunistas como Stroessner en Paraguay, Trujillo en Dominicana y Franco en España.

Cuando Perón ganó las elecciones de 1973, parecía que la izquierda avanzaba inevitablemente sobre el mundo. La URSS ocupaba parte de Europa, generó “socialismos nacionales” en países islámicos y africanos, la guerra de Vietnam movilizó a muchos jóvenes en contra del imperialismo. En América latina algunos intentaron cumplir la consigna del Che Guevara de crear en la cordillera de los Andes otros Vietnam. Con el apoyo cubano-soviético aparecieron movimientos armados en casi todo el continente.

En Argentina actuó una guerrilla trotskista, el ERP, y los Montoneros que mezclaron marxismo con peronismo y religión. Lucharon por la vuelta de Perón y después enfrentaron a su gobierno. Hay indicios de que organizaron el asesinato del líder de la CGT, José Ignacio Rucci, muy amigo de Perón. El General rompió definitivamente con ellos el 1° de Mayo de 1974, culpándolos de este hecho y los expulsó de la Plaza de Mayo. Montoneros mantuvo su actividad armada en contra del gobierno de Perón y de su esposa elegidos democráticamente, y después contra la dictadura militar.

La Revolución de Mayo convenció a intelectuales marxistas de que ellos sabían a dónde iba la historia. Se infiltraron en organizaciones progresistas latinoamericanas que, según ellos, tenían votos pero no ideas. Nació el “entrismo” que pretendió coptar algunos partidos. Todavía hay dirigentes kirchneristas que vienen de esa vertiente marxista.

Con el triunfo de Néstor Kirchner en 2003 empezó una transición del peronismo histórico hacia el kirchnerismo. El nuevo presidente heredó un país estabilizado durante el gobierno de Eduardo Duhalde. Fue un buen administrador. Durante su gobierno Argentina creció cerca del 8% anual, el superávit primario fue del 3%, y tuvo un saldo positivo en la balanza de pagos de cerca del 5%, entre otros logros económicos conseguidos por Roberto Lavagna, ministro de Economía de ambos gobiernos.

Los principios del peronismo histórico se perdieron en la confusión suscitada por el “izquierdismo” de Cristina de Kirchner, típica del desorden intelectual de nuestra época. El matrimonio Kirchner, conformado por dos abogados, nunca defendió a los miles de peronistas de izquierda que fueron perseguidos por la dictadura, no participaron de la Juventud Peronista de las Regionales que apoyaba a Montoneros, no fueron de “izquierda” hasta que llegaron al poder.

Cristina se radicalizó y alentó la formación de una organización juvenil, “La Cámpora”, presidida por su hijo Máximo. Sus integrantes, felizmente, no usaron el dinero que consiguieron para comprar armas como hacían los antiguos guerrilleros, sino para comprar carros de alta gama y vivir mejor. Hicieron lo mismo militantes de izquierda de otros países, que aparecieron cuando la revolución mundial se había hecho imposible con la caída del socialismo real en 1990.

La adhesión del kirchnerismo al Socialismo del Siglo XXI contribuyó a confundir los valores del peronismo. En vez de promover el trabajo, la producción y la industrialización, el kirchnerismo promovió el facilismo, la pobreza, el subsidio, el capitalismo de amigos. Como otros líderes de esa corriente en el continente, algunos dirigentes acusados justa o injustamente de corrupción terminaron presos o prófugos.

Fue un movimiento que gobernó durante la bonanza económica producida por el buen precio de las commodities. Sus líderes lograron armar un piso de popularidad, y también un techo que les impide volver al poder.

Lo que queda del entrismo en el peronismo pasa un mal momento. El comunismo caducó, sus ideas quedaron obsoletas, no existen en la mente de nuevos electores que no vivieron la guerra fría y son la mayoría de la población. Los que todavía defienden el estatismo no reparan en que ya no es opción frente a la empresa privada ni siquiera en China comunista.

El peronismo perdió la coherencia ideológica de otra época, quedan los restos de una fiesta desordenada que mezcló tacuaras con hoces y martillos. No fue capaz de generar una camada de líderes capaces de afrontar los nuevos tiempos, como ocurrió en 1983, cuando Raúl Alfonsín ganó las elecciones a Ítalo Luder, el candidato presidencial justicialista escogido por los líderes sindicales. El peronismo se recuperó gracias a la

Renovación encabezada por un grupo de políticos de primera línea, inequívocamente peronistas, liderados por Antonio Cafiero, y conformada por dirigentes de la talla de Carlos Menem, Carlos Grosso, Carlos Corach, que le dieron un nuevo aliento. Se unieron después a la Renovación José Luis Manzano de Mendoza, José Manuel De la Sota de Córdoba, Oraldo Britos de San Luis y el dirigente sindical Roberto García.

El peronismo unificado que enfrentó a Javier Milei en la última elección fue una coalición frágil, heterogénea, que tiene problemas. Por un lado está el kirchnerismo, encabezado por una Cristina que ha perdido fuerza, y ha tratado de coronar como sucesor a su hijo Máximo, que no tiene ni la capacidad ni la preparación para asumir ese papel. Sufre el trauma de otros hijos de presidentes, que terminan aplastados psicológicamente por la fuerza de su progenitor, que en este caso se duplica: Máximo es hijo de dos ex presidentes de la República.

Axel Kiciloff es un sobreviviente del entrismo. Mantiene la coherencia con sus ideas marxistas, que están obsoletas. Tiene imagen de líder honesto, pero para encabezar una nueva etapa del peronismo tendría que viajar intelectualmente unas décadas.

El tercer líder de la unidad es Sergio Massa que, como dijo Jorge Asís, es uno de los políticos profesionales con más experiencia. Estuvo a dos puntos de ganar la primera vuelta en las últimas elecciones presidenciales, es joven, apenas mayor que Máximo Kirchner. Massa ha jugado en la frontera del peronismo, encabezando un Movimiento Renovador que nunca fue absorbido por el kirchnerismo.

Los líderes del interior tienen poco espacio para liderar una reconstrucción peronista, sobre todo después de la derrota de Juan Schiaretti que debilitó su posible liderazgo nacional. El peronismo cordobés antikirchnerista ha sido siempre un movimiento más local que nacional.

La liga de gobernadores tuvo un pobre resultado. Ninguno de ellos tiene una imagen nacional y el poder se genera centralmente en la Ciudad de Buenos Aires y las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba que tienen más de 28 millones de habitantes.

El movimiento sindical enfrenta grandes desafíos. Protagonizó la lucha por los derechos de los trabajadores pero, si quiere mantener vigencia, debe plantearse nuevas metas, afrontar los desafíos de la robótica, la inteligencias artificial, y la inevitable inestabilidad laboral de la sociedad líquida, que ya está entre nosotros.

Digan lo que digan las leyes, la revolución tecnológica avanza, y lo hace cada vez con más velocidad. Dentro de diez años habrán desaparecido la mayor parte de las ocupaciones que hoy existen, se necesita pensar un ordenamiento legal que promueva los derechos de todos en un mundo inestable, en el que la mayoría va a cambiar constantemente de ocupación. Así como los sindicatos argentinos prestan actualmente servicios a sus afiliados en áreas como la salud, el esparcimiento y otros, su nuevo gran desafío es montar un aparato de educación, que permita a los trabajadores actualizarse para afrontar los cambios permanentes propios de la sociedad digital.

Es fácil simplificar las cosas diciendo que el peronismo es el causante de todos los males actuales, pero en ese caso, habría que admitir que  también es el autor de las transformaciones que han construido esta Argentina de la que estamos orgullosos. Tampoco tiene sentido decir que el peronismo es comunista. Nunca se identificó con esa corriente ideológica, alentó un sindicalismo reformista que buscó el mayor bienestar posible para sus afiliados.

Es difícil avizorar lo que será del peronismo dentro de una década. Otros enormes partidos similares desaparecieron en el mundo. La revolución tecnológica nos conduce a una sociedad en la que la mayoría de los trabajadores manuales serán reemplazados por máquinas.

Cristina Kirchner quiso construir un peronismo de izquierda, que retornara al comunismo del siglo XX, pero conservando instituciones que permitan enriquecerse a los miembros del capitalismo de amigos. Eso caducó.
América latina necesita una transformación más compleja que volver a la sustitución de importaciones.

El peronismo tendrá vigencia si pone los ojos en el futuro y plantea cómo aprovechar los avances de la tecnología, si se adapta a una sociedad inclusiva, integrada por gente con mentalidad horizontal, que necesita libertad para progresar.

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