Continuar la historia de la ordinariez en la política boliviana, impuesta por el MAS en el presente siglo, es algo que avergüenza e irrita. Durante casi 20 años el país ha tenido que soportar a la nueva clase dirigente, procedente del Chapare, las minas, y los sectores menos favorecidos económica y culturalmente de la sociedad, que, de un momento a otro, aparecieron gobernando.
Nadie afirma que los bolivianos hayamos tenido antes un comportamiento de infantas de primera comunión, ni mucho menos. Ha habido agresividad en el tono, en los escritos y hasta en los puños. También hubo bala, pero ese ya es otro cantar. A lo que nos referimos estrictamente es a la “falta de urbanidad y cultura”, a esa aspereza desbocada de quien pasa de estar cosechando coca u ordeñando vacas a un curul parlamentario, sin un ápice de conocimiento de lo que va a hacer.
Ser malhablado y vestir vulgarmente, es una suerte de credencial de lo que la mayoría de los políticos se ufanan como si fuera un mérito: la pobreza. “No estudié porque soy pobre y tuve que ayudar a mi madre”. Gran carta de presentación, aunque ya demasiado trillada. Todos quienes ocupan cargos en los poderes del Estado y en la administración pública en general, afirman ser poco menos que indigentes. Raro es quien declara tener casa propia porque el resto dice alquilar departamentos o cuartos baratos, no tiene coche o es modelo de los 80, y su comida es el ají de fideo o el majadito.
Si van al Parlamento o al Gabinete con jeans y chamarra, sin peinarse ni afeitarse, ganan puntos. Significa que es un hombre – o mujer – del pueblo, un revolucionario. Si las cholitas lucen sus polleras, mantillas y sombrerito, tienen asegurada la pega, aunque no abran la boca. Eso sí, cuando hay que insultar, insultan; cuando hay que pelear, pegan como hombres. Se sabe de algunas señoritas que lucen traje de calle los fines de semana y que se disfrazan de “señoras de pollera”, de lunes a viernes, para cumplir funciones parlamentarias.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
A Evo Morales le debemos mucho de esta farsa que, lamentablemente, se ha convertido en una característica de los bolivianos, luego de dos décadas: vestir mal y hablar groseramente. Desde la chompita a rayas en el invierno europeo, que causó sensación entre los ingenuos y los “progres”, se desató el arte del mal vestir y peor hablar. El “Día de las corbatas rotas”, es comparable en La Paz, en tono menor, con el “Día de los cristales rotos”, en Alemania. Me escapé cuando me quisieron cortar la corbata en El Prado, regresando del trabajo a mediodía. Pero no todos se escaparon. O les cortaron la corbata o tuvieron que guardarla en el bolsillo. Desde entonces la corbata fue señal de una maldita diferencia social, como los “sans-culottes” en la Revolución Francesa. Y aunque parezca increíble, la corbata desapareció en el Consejo de Ministros, en el Parlamento, en la Justicia, y en todas partes.
Bueno, así será entre nosotros, pero da mucha pena, mucha vergüenza, ver a nuestros primeros mandatarios de jeans y sin corbata reunidos con sus colegas vestidos correctamente. Ellos no nos creen revolucionarios por presentarnos con jeans; nos creen unos malcriados. La revolución no es cosa de vestir mal y oler peor, es cosa de entenderla. No de que se vea por afuera, sino que esté dentro del cerebro.
Ahora, aplaudiendo a un presidente como Rodrigo Paz Pereira, que tiene todas las condiciones necesarias para ejercer el mando de la nación, que ganó limpiamente, no podía faltar el revolucionario de pacotilla. El mal vestido, mal hablado, imprudente, ambicioso, mentiroso, en suma, el mediocre: Edmand Lara. Es el huevo de la serpiente. El vivillo que quiere ganar popularidad diciendo disparates que le reportan aplausos que mañana se convertirán en abucheos. Está apapachado por algunos bellacos que no faltan en los propios medios de prensa y su meta es obstruirle el trabajo al presidente y obligarlo a que le dé gusto en sus ideas infantiles.
No puede volver a suceder lo que nos pasó cuando dejó el mando Jeanine y regresó el MAS. Todo el esfuerzo de cinco años de oposición al elegante Arce Catacora se iría al tacho y volverían los suchas detrás de la osamenta.
