De Túpac Katari a Starlink, la diplomacia del algoritmo


Para millones de bolivianos, incluso en las ciudades, hacer una videollamada sigue siendo un acto de paciencia. La imagen se congela, la voz se distorsiona y, tarde o temprano, la conexión se corta. Más allá de los centros urbanos, tener señal es casi un privilegio. Durante años, parte de la solución que el país intentó para cerrar esa brecha digital fue un artefacto que orbitaba a 36.000 kilómetros sobre la Tierra: el satélite Túpac Katari, convertido en símbolo nacional, emblema de autonomía tecnológica y también en herramienta de propaganda política.

Su lanzamiento en 2013 fue celebrado como una gesta. En Plaza Murillo, autoridades lloraron mientras el cohete chino se elevaba y el gobierno prometía que Bolivia, por fin, podría conectarse desde el espacio. “Empieza otro tiempo”, “Bolivia nunca más será un país lastimero ni mendigo”, dijo entonces el vicepresidente. Ese tiempo, sin embargo, no llegó como se esperaba.



Aunque el Túpac Katari fue presentado como un proyecto para democratizar el acceso a internet, en la práctica solo redistribuye la conectividad que Bolivia ya recibe por fibra óptica desde los países vecinos. El satélite no creó una verdadera independencia de enlace, simplemente retransmite desde la órbita lo que llega por tierra, actuando como un espejo pasivo más que como un nodo activo.

La comparación tecnológica que enfrenta hoy a Bolivia lo deja claro. Aunque el servicio estatal y Starlink compartan la etiqueta de “internet satelital”, pertenecen a eras completamente distintas. Es, guardando las proporciones, como comparar el viejo internet dial-up de los noventa con la banda ancha que transformó el mundo digital. De un lado, un satélite geoestacionario lento, con alta latencia y planes básicos de 4 Mbps, del otro, una constelación de miles de satélites de órbita baja que ofrecen velocidades superiores a 200 Mbps. En números simples, Starlink es en promedio unas 57 veces más rápido y cerca de 45 veces más barato por unidad de velocidad que los servicios asociados al satélite boliviano.

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Pero la diferencia no es solo técnica, es estructural. Todos los usos prácticos del Túpac Katari, telefonía rural, enlaces institucionales, teleeducación básica, telemedicina asíncrona, transmisión de contenidos o incluso la transmisión digital de radio y televisión pueden realizarse de manera más eficiente mediante las nuevas constelaciones LEO (Low Earth Orbit). La brecha entre ambos sistemas evidencia no solo el paso del tiempo, sino la distancia entre un símbolo nacional estático y las exigencias dinámicas de un país que necesita cerrar brechas reales.

El sueño del Túpac Katari se enfrenta hoy a dos verdades obstinadas. La primera es física: a 36.000 kilómetros de distancia, la latencia vuelve inviables las aplicaciones interactivas modernas. La segunda, más incómoda, es económica: es el capitalismo, con todos sus excesos y contradicciones, el sistema que ha impulsado la innovación tecnológica disruptiva de actores como SpaceX.

Para una Bolivia pragmática, la apuesta se alinea con una visión de “capitalismo para todos”, sin el tabú de aprovechar las ventajas del mercado global, pero consciente del riesgo de caer en manos de un tecno-feudalismo. El movimiento no es solo económico, es geopolítico y exige una “diplomacia del algoritmo” inteligente.

Como demostró la guerra en Ucrania, el control de redes satelitales privadas influye en decisiones militares y políticas. El poder ya no es monopolio de los Estados. Al abrirse a Starlink, Bolivia entra en un tablero estratégico donde actores privados como Musk pueden definir los límites de la conectividad. La pregunta urgente es: ¿cómo regular a un actor que a veces se comporta más como una potencia global que como una compañía?

La transición del Túpac Katari a Starlink no tiene por qué ser una renuncia al símbolo, sino una actualización del proyecto nacional. La soberanía tecnológica no se mide por la propiedad de un artefacto en el espacio, sino por la calidad y libertad del servicio que recibe el ciudadano. El desafío es lograr que la órbita baja deje de ser un territorio de dependencia y se convierta en un espacio de autonomía práctica. Es hora de que Bolivia cambie de paradigma: aprovechar las oportunidades de la tecnología global, protegiéndose, con inteligencia, de las nuevas amenazas algorítmicas que esta trae consigo

 

 

Neddy Etman Choque Flores

Ingeniero de Sistemas y Diplomático