Informaciones de la prensa escrita, que han pasado prácticamente desapercibidas, señalan que, en los últimos días, se produjo otro fracaso de la diplomacia masista, que, por conocerse durante el nuevo gobierno, el tema en cuestión no escapa a las responsabilidades de lo más profundo de los anhelos del MAS en el campo internacional.
Esto debido a que el Comité de Expertos en Farmacodependencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS), decidió mantener a la hoja de coca, en la Lista I de la Convención Única Sobre Estupefacientes de 1961, que la incluye entre las sustancias más peligrosas y bajo el control más riguroso a nivel mundial.
“Coca no es cocaína”, dice el MAS – como lo decía hace años el MIR – sin embargo, no se sabe que se pueda producir cocaína sin que haya coca para hacerla, como tampoco fabricar heroína sin la amapola. Tratar de bendecir internacionalmente a esa planta, llamándola “hoja sagrada” y afirmando que es inocua para el individuo y, más bien, beneficiosa, es algo incomprensible.
Durante todo el gobierno del MAS su principal inquietud, a nivel planetario, fue que se retire la hoja de coca de la Lista I de la convención sobre estupefacientes. No es exagerado afirmar que durante los once años que estuvo como Canciller y los cinco como Vicepresidente, David Choquehuanca no se dedicó a otra cosa que a luchar a brazo partido en Viena o Nueva York para librar a la coca de ser considerada peligrosa por la sustancia que produce. Para nuestra vergüenza Choquehuanca y otros diplomáticos masistas propiciaron conferencias y foros tratando de convencer que la coca era “sagrada” en Bolivia porque aliviaba el hambre, templaba el espíritu y fortalecía el músculo. Jamás dijeron que idiotizaba y amodorraba al individuo en estado natural y que podía llevarlo a la muerte convertida en cocaína.
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Siguen afirmando que de la hoja de coca se puede producir pan, remedios, jabones, desodorantes, dentífricos, y hasta pasteles. Hemos visto en la televisión tortas de cumpleaños hechas con hoja de coca. Lo que no dicen es que la coca, fuera de masticarla, solo sirve para fabricar cocaína y que ese es el negocio en el Chapare y en toda la nación. El negocio no es hacer colirio para los ojos, es el polvito blanco que cuesta millones.
Es así como nuestro país es un paraíso de la cocaína para los que ganan dinero a su costa y un cementerio para quienes se la disputan a balazos o la consumen sin medida. La producción de hoja de coca ha crecido enormemente durante el gobierno de Evo Morales y de Arce, además de que ha sido favorecida con leyes para su cultivo. Han crecido tanto las hectáreas de coca, que la cocaína ha atraído a las mafias internacionales para asesinarse por obtener el monopolio en el comercio de la droga.
Si el boliviano mastica la coca desde hace siglos y hacerlo es parte de su cultura, es una pena que ese vicio se haya extendido al oriente del país, donde hace dos o tres décadas era algo ajeno. Según datos oficiales, hoy se consume más coca en Santa Cruz que en ningún otro departamento. Y desde luego que hay más ajustes de cuentas entre maleantes que trafican la cocaína.
Decía un mentiroso que en Bolivia teníamos “un mar de gas”. Y lo que tenemos es un mar de cocaína, un mar escondido, empaquetado, blanco y grande como el hermoso Salar de Uyuni.
