Por Ricardo V. Paz Ballivián
La humanidad se encuentra en un punto de inflexión sin precedentes, una etapa fundacional que es, simultáneamente, un campo de semillas y cenizas. Esta metáfora dual no es casual: refleja la colisión entre estructuras sociales, políticas y económicas que se desmoronan (las cenizas) y la emergencia de nuevos paradigmas (las semillas). Esta coyuntura histórica exige una revisión total de las herramientas con las que abordamos la política, especialmente la estrategia electoral.
El contexto monumental: desvanecimiento y desafío
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Los desafíos que definen este contexto son verdaderamente monumentales:
- La revolución digital y las redes sociales: las nuevas tecnologías de información y comunicación (TIC) han pulverizado el modelo tradicional de comunicación política. Las redes sociales virtuales no son meros canales; son ecosistemas que premian la inmediatez, la reactividad emocional y la fragmentación de la verdad. Esto anula la capacidad de las campañas para controlar narrativas a largo plazo, obligándolas a operar en un ciclo de noticias de minutos.
- La crisis eco social: el cambio climático introduce una variable de inestabilidad física y económica que trasciende las fronteras ideológicas, obligando a redefinir la agenda de manera constante.
- La vulnerabilidad global: el inicio de las grandes pandemias nos recuerda nuestra fragilidad interconectada, haciendo que las crisis de salud, economía y política se entrelacen de forma impredecible.
Este conjunto de fuerzas crea el entorno de vida que bien describieron Marx y Engels: “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Ya no se trata de cambios lentos y predecibles, sino de una turbulencia constante donde, como expresó Carlos Monsiváis, «ya no entiendo lo que pasa o ya pasó lo que estaba entendiendo». La realidad política es ahora una neblina de datos, fake news y eventos inesperados.
El riesgo de la soberbia estática
Frente a esta circunstancia, la respuesta se bifurca. Podemos reaccionar como una hoja de papel en medio del huracán, es decir, ser víctimas pasivas de la circunstancia; o podemos intentar actuar de manera estratégica, buscando anticipar lo que viene y diseñar respuestas adecuadas.
No obstante, debemos reconocer que la estrategia, entendida en su sentido clásico, es un acto de soberbia típicamente humano. Es la presunción de que se puede dominar el azar. En la era de la hiperconectividad y el riesgo sistémico, intentar planificar rígidamente a dos meses vista (ni pensemos en años) es una fantasía. Si el cambio se expresa en todos los ámbitos de la vida, su impacto en lo sociopolítico y electoral es más severo, pues la política se nutre de las emociones y percepciones que estas fuerzas generan.
Por lo tanto, seguir haciendo lo que sabíamos hacer—campañas centradas en grandes mítines, spots televisivos costosos y plataformas ideológicas inamovibles—es una forma de autoengaño. Es la misma lógica que enfrentar una pandemia moderna con un catálogo de remedios herbales. La vieja escuela de la consultoría política, anclada en estudios de opinión de meses de antigüedad y mensajes monolíticos, está obsoleta.
La herramienta de la supervivencia: flexibilidad cognitiva
Hoy, más que nunca en la historia de la humanidad, la supervivencia estratégica en la política depende de activar al máximo la parte creativa de nuestros cerebros. El pensamiento estratégico no debe buscar la certeza, sino la capacidad de pivotar.
Aquí es donde entra el pensamiento flexible o elástico. Este concepto es la antítesis de la rigidez dogmática y se convierte en la herramienta central de la nueva estrategia:
- Arriesgarse a lo desconocido: la flexibilidad requiere coraje para abandonar las «verdades» que funcionaron en el pasado. Implica no solo cambiar de mensaje, sino estar dispuesto a cambiar de posición si la evidencia, la reacción social o un evento imprevisto (como un desastre natural o un escándalo viral) lo exige.
- Innovación adaptativa: el pensamiento elástico no se contenta con la adaptación superficial (usar TikTok); exige la innovación sistémica en la gestión de la campaña, la estructura de los equipos y la forma en que se interactúa con el electorado. Los equipos deben ser modulares, capaces de reorientar el 80% de su plan en 24 horas.
- Descubrimiento constante: se trata de formular continuamente nuevas preguntas en lugar de aferrarse a las viejas respuestas. ¿Cómo medimos el éxito cuando la viralidad importa más que la penetración? ¿Cómo se construye la confianza en un entorno de escepticismo radical?
En los próximos torneos electorales, la ley de la selección natural política se hará más estricta. Se impondrán aquellos que mejor se adapten al cambio, no los que tengan más recursos, sino los que demuestren una mayor plasticidad cognitiva y operativa.
El estratega moderno es menos un arquitecto de planes a largo plazo y más un comandante de la incertidumbre, capaz de tomar decisiones rápidas y audaces basadas en datos en tiempo real. La victoria será para aquellos que no teman dejar atrás lo sólido para cabalgar sobre el aire que se desvanece.
