Argentina. Siente que hubiera merecido otro final para su carrera de director técnico. El temor a la muerte, su bronca con el Chiqui Tapia y la resistencia a creer en Dios.
Alejandro Czerwacki

A Caruso Lombardi lo operaron en 2023 de un meningioma. Foto: Fernando de la Orden.
Fuente: https://www.clarin.com
Este año, allá por mayo, se postuló como candidato a legislador porteño por el Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) y en las elecciones sacó el 1,67% de los votos, lo que equivale a que 27.253 porteños lo hubiesen querido ocupando una banca. Una popularidad en votos semejante a la mitad del Nuevo Gasómetro o del Estado Único de La Plata o la totalidad de lo que alberga el club que lo vio nacer y al que también salvó de perder la categoría, Argentinos Juniors.
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“Estuve un mes haciendo campaña nada más. Creo que el saldo fue muy positivo, el problema es que no votó el cincuenta por ciento del electorado, sino seguramente hubiera sacado el punto que me faltó. De diecisiete candidatos entraron cinco, eh… Mucha gente ni se enteró de que yo estaba candidateado, muchos periodistas me escondieron”, dice en estado de ebullición.
Ahora, a Caruso se le vuelve a explicar que este es un espacio más introspectivo. La idea es que pueda ir sintiendo lo que le pasa y lo vaya expresando. Dice que sí, que entiende todo. Ahí vamos…
Cuando me fui a operar estaba todo cagado. Me despedí de mis hijos más grandes porque no sabía si iba a salir bien o mal.
–Contame cómo llegás hoy a este encuentro. ¿Cómo estás?
-Bien, en otro momento de mi vida. Por no poder dirigir, porque tuve unos problemas con la Asociación del Fútbol Argentino, me sentí… ¿Cómo te puedo decir? Traicionado… Porque yo quería meterme en el gremio de los técnicos para ir a elecciones, porque los colegas estaban arruinados en todo el país, no tienen nada, ni obra social. (Chiqui) Tapia me dijo que le gustaba la idea y después no contestó más los mensajes. Bueno, a mí me hizo mucho daño, se portó muy mal conmigo. Se olvidó que soy gente de fútbol, que tengo cuarenta años en la profesión. Y esas cosas no se hacen…
-Te escucho con mucha bronca. ¿Es una herida que cuesta cerrar?
-Mirá, yo creo que mi carrera de director técnico la tenía que haber cerrado de otra manera. (Medita). La desventaja que tuve, la enfermedad del tumor en la cabeza, me condicionó mucho. Es como que fue un quiebre en mi vida. A los 60 años me entero de casualidad del problema, porque voy a hacerme un estudio sin haber tenido ningún síntoma. Me encuentran un meningioma, que es un tumor pegado en la vena. Se me instaló detrás de los ojos y me nubla la vista. Seguramente me van a tener que ponerme alguna válvula, porque el médico trató de esquivar pero me parece que no va a poder. Y aparte el tumor sigue creciendo. No me lo pudieron sacar de raíz por estar pegado a la vena y no la pueden tocar. Pero si sigue creciendo más, me van a tener que operar otra vez de la cabeza. Me hizo un clic en la vida también…

Caruso, un luchador. Foto: Fernando de la Orden.
-Un clic en tu vida…
-Sí. (Piensa y comenta nuevamente sobre los conflictos que le genera no poder dirigir, hasta que vuelve al tema). A mí lo que me interesa es estar conforme con mi persona, que es lo más importante. Yo ando por la calle y me saluda el país, el mundo… Y eso es lo único que vale…
-¿Te ayuda sentirte querido para afrontar el problema de salud que estás viviendo?
-Yo creo que en parte sí. Porque que la gente te respete y te quiera no es fácil. En la vida no hay líderes, no hay gente querible, no hay gente que camine por la calle y sea saludada todo el tiempo. Con mi vida estoy súper feliz. Lamentablemente me agarró esto.
-¿Tenés miedo?
–Cuando me fui a operar, estaba todo cagado. Me despedí de mis hijos más grandes, yo tengo tres varones, porque no sabía si iba a salir bien o mal. Sí, el miedo lo tengo constantemente. Es muy lindo vivir. Bueno, si Dios me dio la vida, hasta donde dure, dure. Pero yo trato de durar y de la mejor manera. (Cambia de tema repentinamente.) A mí me da mucha bronca la mugre que hay en el fútbol argentino. Que se tape todo con la Selección. No soporto. Es algo que me supera.
-¿No creés que enojarte tanto a lo mejor te hace mal? ¿Lo pensaste?
-No sería yo. El día que yo me tenga que callar la boca, será el día que me muera. Mientras tanto, todo lo que no me gusta lo voy a decir.
-¿Pudiste aprender algo de toda esta situación médica que contabas?
–Me pregunto por qué me tocó a mí. Porque yo no veo a nadie que tenga lo que tengo yo. No pude encontrar ni a uno que tenga lo que tengo yo. Bueno, eso me hincha las pelotas.
Cuando jugaba era peleador. Como técnico, también, y no me entran balas. Me tengo que pelear y peleo, gane o pierda.
-Necesitás comprensión…
-Claro. No saben lo que uno siente. No saben lo que es convivir con lo que tengo yo.
-¿Y qué sentís?
-¿Por qué me tocó esto? ¿Por qué Dios me dio esto? Después, de lo demás, no me puedo quejar de nada.
–Dijiste que te llegaste a despedir de tus hijos mayores. ¿Te imaginaste alguna vez que ibas a tener una vivencia así?
-No, no pensé eso, porque siempre estuve bien. Salvo cuando me agarró la primera vez el coronavirus y tuve neumonía bilateral. Sí, sí, estuve jodido con eso, internado. Me asusté bastante. ¿Viste cuando se morían todos? Mis familiares iban como astronautas a verme. Todos disfrazados. Ya pensaba que estaba para el otro lado. Por suerte zafé. Pero no soy un tipo de estar tirado. A mí me gusta todo. Siempre estoy dispuesto.
-¿Tuviste otro miedo fuerte en tu vida?
-No. Si no le tuve miedo a todos los equipos que salvé del descenso, ¿le voy a tener miedo a la muerte? (Lanza una carcajada.) ¿Sabés lo que es? ¿Qué te vengan a besar la mano y la cabeza? San Caruso, San Expedito, San Pelota, me decían. Todos desesperados. Todo el día la gente me estaba besando en la calle para que yo los salvara del descenso. De once posibles descensos, me salvé en diez.
-¿Creés en los milagros?
–Yo nunca tuve milagros. Pero debe haber. A veces, uno dice que un partido se gana de milagro. No sé. Yo no es que me salvé los descensos por milagro. Fue por trabajo, porque los jugadores se esmeraron. Porque estás trabajando para que se haga bien. El milagro es cuando vos no hacés nada.

Caruso Lombardi, siempre histriónico. Foto: Fernando de la Orden.
-¿Sos creyente? ¿Hay algo espiritual en vos?
-Mirá, quiero creer. Todos me dicen: “Creé, creé en Dios”. Pero como yo veo que no mejoro de lo que tengo, me cuesta creer. No llego a ser creyente de todo. (Piensa) Soy muy desconfiado.
-¿Cómo es eso?
-Yo soy desconfiado en todo. Por eso nunca tuve socio. Nunca. Jamás hice sociedad. Todo lo que hice en mi vida lo hice solo.
-¿Fuiste alguna vez a terapia?
-No, nunca me gustó la idea, siempre me escapé.
-¿Por qué?
-Porque no me gusta, porque yo hace 33 años les hago terapia a los jugadores. ¿Sabés lo que es bancarme a 30 o 35 jugadores todos los días, cada uno con su mambo?
¿Pero a vos quién te escucha?
-El jugador… ¿Sabés cuántos jugadores necesitaban hablar conmigo?
-Ricardo, ¿a vos quién te escucha?
-Nadie. No tengo mucho para decir. De mí, es lo que yo cuento en todos lados. No tengo nada para contarle a un psicólogo. ¿Qué le voy a contar? ¿Lo que me hizo Tapia? ¿De lo que me hizo tal juez o de lo que me hizo tal dirigente? No tiene sentido. Lo que pasa es que yo siempre hablé por todos lados. Fue una manera de sacarme todo, cosa que por ahí otra persona no puede hacer.
-Hacés catarsis…
-Claro. Cuando no me gusta algo y no puedo decirlo, lo escribo en Twitter y todo el mundo me empieza a seguir y habla del tema.
Cuando no me gusta algo y no puedo decirlo, lo escribo en Twitter y todo el mundo me empieza a seguir y habla del tema.
-¿Te permitís que se te caiga una lágrima o estar triste?
–(Piensa). Cuando murió mi viejo, cuando falleció mi abuela… Y después, la última vez que estuve bastante mal fue cuando murió Diego (Maradona). Pasé dos o tres días de un duelo importante. Lloraba solo y eso que me cuesta mucho…
-¿Te cuesta mucho llorar?
-Sí, mucho en general. ¿Sabés cuándo lloro? Cuando me despido de los planteles. No puedo hablar. Hablo dos minutos y se me hace un nudo en la garganta. Voy con anteojos negros porque no soporto ese momento. Hago hablar siempre a un compañero del cuerpo técnico.
-¿En qué momento sentís que te quebrás?
-Al minuto, a los dos minutos, que empiezo a hablar. Cuando estoy hablando y les digo que los voy a empezar a abrazar uno por uno es porque no puedo seguir hablando. Me supera, me supera… Lo de Diego me superó… En algún otro momento puedo llegar a llorar cuando pienso que me voy a morir, ahí sí puede ser que se me caiga una lágrima.
-¿Te está pasando seguido tener esos pensamientos?
-No, no. Pero, ¿viste cuando te despertás a la madrugada y no conciliás el sueño y está todo en silencio? Ahí puede ser que me pase. Pero si no, no. Trato de vivir todo lo mejor posible y disfrutar lo que puedo.

-¿Cómo te llevás con el descanso?
-Bastante bien. Por ahí antes dormía más. En la época del descenso estaba con muchos problemas de salud: apneas del sueño, colesterol, triglicéridos, presión alta… El fútbol te hace mierda. El técnico está solo, te apoyás en tu cuerpo técnico pero los palos vienen hacia vos, así como cuando ganás, cuando perdés… Entonces tenés que estar preparado para todo.
-Dijiste que lloraste mucho con la muerte de tu papá. ¿La pasaste mal?
-La pasé muy mal. Y no pensé en ayuda de afuera. No me podía sacar de la cabeza el tema. Esto es como cuando me dicen que no piense que me crece el tumor que tengo en la cabeza. ¿Cómo hago para no pensarlo? En algún momento se me cruza y digo: “¡Tengo esto en la cabeza!”.
-Antes decías que muchos te veían como el “San Caruso”. ¿En otros momentos de tu vida tuviste ese poder, fuera del fútbol, de hacer algo por el otro?
-Cuando se fundió mi papá. Él estaba con el negocio de los letreros luminosos y un día no me vino a ver cuando yo todavía jugaba en Argentinos. Lo fui a buscar. Miré por el agujerito de cerradura de su taller y lo vi tirado arriba de la mesa. Yo tenía 17 años. Ahí me cuenta que se había fundido. “No puedo laburar más, estoy muerto, no tengo plata”, me decía. Me puse a trabajar con los letreros y le dije que no tocara más nada. Hasta que debuté en 1981 en Primera a los 18, 19 años. Y después, a la par del fútbol, me metí con un boliche de solos y solas en Palermo, se lo alquilé a quien tenía la idea pero lo estaba dejando. Le dije a mi viejo: “Vamos a meterle, tené confianza”. Entonces empecé a trabajar con eso y la verdad que me fue bárbaro.

En la época del descenso estaba con muchos problemas de salud, apneas, coleterol, triglicéridos y presión alta.
-Tenés mucho carisma, sos muy divertido cuando relatás historias. ¿Siempre estás en modo personaje?
-Terminé siendo personaje. Pero no es porque yo quería. Porque es así, porque a mí me llaman de todos los medios, streamers para sacar frases mías que saben que les suman como loco. Pero yo toda mi vida fui igual. Yo voy a una fiesta y bailo toda la noche.
-¿Hay un momento que bajás un poco?
–Cuando pierdo un partido. Estoy insoportable, no me aguanta nadie, ni mi familia. No le doy bola a nadie, estoy enojado y sigo con la misma jugada tres días seguidos pensando en el gol que nos hicieron hasta que se me pasa. (Piensa) En sí soy muy tranquilo pero si me hacés enojar soy muy jodido. Si vos buscás algo mío, agarrate, porque lo que no sé lo averiguo.
-¿Siempre te peleaste a los golpes?
-Siempre, millones de veces…
-Mecha corta, digamos…
-Sí, cuando jugaba era peleador, como técnico también y no me entran balas, me tengo que pelear y peleo, gane o pierda.
-¿En el colegio de chico también?
-También. Hay una plaza a cuatro cuadras de acá (Villa Urquiza), donde había un capo que le decían Yema. Y yo era el más chiquito de todos. Y me agarré a piñas con ese Yema que se hacía el canchero. Lo mordí y me quedé con el dedo de él en mi boca (ríe). Algo tenía que hacer. Y bueno, era el capo de la plaza. Pero no soy de callarme. Ahora, si vienen cinco tipos a apretarme y me hablan mal, tampoco me voy a hacer el guapo porque no soy estúpido. Hoy, igual ya no puedo pelear con nadie.
-¿Y si te gritan en la calle?
-Millones de veces gritan cuando están lejos, porque cuando están cerca no. Me dicen “Caruso vende humo” (ríe).
-¿Te enoja que te digan eso?
-Ahora no, ahora no. Me cago de risa. Antes sí, me jodía. Mirá que yo vendo humo, pero caro (ríe).

-¿En qué momento te pudiste reír de eso?
-Después de cinco o seis años que yo estaba dirigiendo Primera. Porque eso se daba mucho en la época de Tigre. Después ya lo tomé en solfa porque ojalá todos los vende humo fueran como yo. Por lo menos, las cosas que hice en mi vida me avalan…
–¿Sos un buen tipo entonces?
-Sí, súper. No cagué nunca a nadie, jamás alguien dijo: “Caruso me cagó”. O “Caruso me debe plata y no me la pagó”.
-Falta mucho tiempo. ¿Pero cómo te gustaría que te recordaran?
–Como un tipo laburador y atorrante de barrio, porque yo sigo yendo al supermercado y la gente se queda mirándome: “¿Qué hace acá?” (Medita). Pero seguramente me van a llorar muchos (larga una carcajada).