
El rearme global ya no es solo una respuesta a las guerras actuales, sino el síntoma de un cambio cultural profundo: los Estados vuelven a pensar su seguridad desde el miedo, reorganizando economías, identidades y prioridades políticas en torno a la lógica del conflicto.
En 2024, las cien mayores empresas de armas del mundo alcanzaron ingresos por 679.000 millones de dólares, la cifra más alta jamás registrada por el SIPRI (Instituto Internacional de Estocolmo para la investigación de la paz). Es la radiografía de una época. Las guerras en Ucrania y Gaza, las tensiones en Asia-Pacífico y el deterioro del sistema internacional han vuelto a instalar la idea de que el conflicto es inevitable. Y esa percepción —que es cultural más que militar— está reordenando el mundo.
Europa, que durante tres décadas se pensó como un continente protegido por la diplomacia, vive hoy un giro abrupto. Alemania, el país que hizo del pacifismo un pilar de identidad, se convirtió en el cuarto mayor gastador militar del mundo. Su industria armamentística —liderada por Rheinmetall— multiplica pedidos, amplía turnos y reabre fábricas. Polonia, Suecia, Finlandia y Grecia siguen el mismo camino. La guerra volvió a la planificación cotidiana.
No estamos hablando sólo de tanques y misiles, sino de un cambio profundo en la cultura política europea. La utopía del continente pacificado, sin amenazas externas y con fronteras simbólicas, se deshace frente al relato de la defensa, la fortaleza y la desconfianza.
Del otro lado, Rusia opera desde una lógica completamente distinta. Frente a las sanciones occidentales, el país transformó su economía en una estructura de guerra permanente. Lejos del colapso que se pronosticó, reorganizó su industria, reclutó mano de obra y cambió prioridades nacionales. La guerra contra Ucrania no es solo un conflicto externo. Se ha convertido en parte de la identidad y la narrativa de Estado.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
En Asia, el contraste es otro. China registró un descenso del 10% en sus ingresos armamentísticos, no por pacificación, sino por el terremoto interno que provocaron las denuncias de corrupción en la industria militar. Aun así, mantiene su plan para modernizar completamente sus fuerzas armadas hacia 2035 y expandir su arsenal nuclear. Japón y Corea del Sur, en cambio, viven un auge inédito de exportaciones. Y la región sigue siendo un tablero inevitable para la competencia global entre Washington y Pekín.
El Medio Oriente, por su parte, con conflicto constante, tiene negocios constantes. Israel, pese a la condena internacional por su ofensiva en Gaza, aumentó sus ingresos. Turquía consolidó su industria de drones. Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos continúan construyendo conglomerados militares propios, parte de su estrategia de influencia regional.
Si el mapa global del armamentismo fuera un electrocardiograma, mostraría un planeta en estado de alerta.
Pero hay otro dato aún más inquietante. Por primera vez desde la Guerra Fría, las potencias nucleares están ampliando y modernizando sus arsenales. Estados Unidos y Rusia mantienen cientos de cabezas en estado de alerta. China acelera su expansión. Francia, Reino Unido, India, Pakistán y Corea del Norte se modernizan sin pausa. La era de la reducción nuclear terminó. Hoy la disuasión vuelve a ser el corazón del sistema internacional, solo que ahora está potenciada por inteligencia artificial, sistemas autónomos, capacidades cibernéticas y una militarización creciente del espacio. La máquina de la guerra ya no es solo hierro: es algoritmo, es software, es cielo, es órbita.
El auge del gasto militar no es solo un fenómeno económico. Es un síntoma cultural. El mundo está volviendo a pensar la seguridad en clave de miedo, y ese giro tiene consecuencias duraderas. Volvemos a un orden donde las fronteras pesan más que los acuerdos, donde la defensa vale más que la cooperación, y donde la paz se concibe como un intervalo, no como un proyecto.
La pregunta no es si el planeta se está rearmando. Eso ya ocurre, con cifras y con hechos. La pregunta es otra, más profunda y más inquietante: ¿Qué tipo de mundo se construye cuando la guerra vuelve a ser el eje de la imaginación política?
Por Mauricio Jaime Goio.