A propósito de la democracia, mayoritariamente se dice: es el origen que ordena la vida ciudadana, una vez que expresa la voluntad del pueblo; sobre lo mismo, otros afirman que es travesía, rumbo a un destino alcanzable; también, y con buen juicio, opinan: la democracia es un proceso continuo: un ideal difícil de alcanzar.
Ahora bien, esencial a su naturaleza, y como evidencia de libertad, la democracia incorpora el pluralismo ideológico como expresión de diversidad: creencias, visiones y sentimientos, que da lugar a versiones propias, sobre el alcance y contenido de este valor fundamental. Entonces, aparecen —en algunos casos— mayorías y minorías, transforman las instituciones, —que por representar intereses particulares son defectuosas—, lo que conlleva percibir la democracia como un porvenir incierto, en constante tensión con sus principios fundacionales, de manera que, la democracia, no es un origen inclusivo, más bien, parte de un tramado político en cuyo lenguaje demagógico se convierte en un arma para aleccionar, algo así como una herramienta que manipula conciencias, en la lucha para conseguir el poder.
A pesar de los siglos, desde que en Atenas se configuró el concepto, la pregunta sobre si la democracia es origen, proceso o destino, persiste en el debate de la ciencia política actual. Los textos de tratadistas expertos refutan a quienes piensan que democracia es un estado final: podrá ser origen, proceso o destino, empero es sobre todo un transcurrir dinámico, una lucha constante, un anhelo incumplido.
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La inevitabilidad del cambio sucede en todo tiempo; llega un nuevo gobierno que recibe como legado una democracia maltrecha, con la institucionalidad atrapada por la autocracia. Le corresponde recomponerla, desde su esencia, enfrentar el retroceso, pues hubo momento en que democracia era, eliminar «vendepatrias», usurpadores, colonialistas, y cobrar las deudas de quinientos años. ¿Cómo se explica que todas las gobernanzas invocan democracia?
Muchos textos sostienen que la democracia no es un punto de salida, tampoco de llegada, sino un movimiento constante, donde el pueblo, a través de sus instituciones, redefine su camino interminable, y se acerca a ese ideal de gobierno justo y representativo.
¿Las instituciones nacen después de que existe un Estado de democracia; o, por el contrario, son las instituciones que construyen democracia, y en ocasiones esta renace cuando la institucionalidad queda en orden? Dicho en otras palabras: ¿es desde las instituciones organizadas que emana la democracia, o aquellas (instituciones), son consecuencia de un estilo de democracia?
Artículos académicos mantienen otros puntos de vista: la democracia se utiliza a sí misma para construirse —y reconstruirse— crecer y fortalecerse, según sean sus propósitos, su ideología y su filosofía moral.
Todo esto viene a cuenta porque el nuevo gobierno piensa haber recuperado la democracia. ¿No será que primero debe recomponer la institucionalidad, y luego presumir que volvió la democracia? Lo que parece convincente, por ahora, es que la democracia está incompleta, y será a través del tiempo siempre inconclusa.
Mario Malpartida
Periodista
