Hernán Terrazas E.
Por los resultados de las recientes elecciones en países de la región, parecería que la narrativa de la inseguridad y el miedo ha sido determinante para que se produzca el tan mencionado giro hacia la derecha, cuya más reciente expresión es el triunfo del ultraconservador José Kast en Chile.
De derecha a izquierda. La realidad política sudamericana ya se puede graficar. De un lado, los gobiernos que rompieron con el socialismo del siglo XXI y que optaron por una más o menos amplia gama de derechas que van desde las ultras hasta las más prudentes y, del otro, una diversidad de izquierdas, desde las más discretas —como las de Brasil y Uruguay— hasta las que están al borde de la extinción, como la venezolana. Al revés de lo que sucedía en Bolivia, en la media luna del sur todavía sobreviven los “revolucionarios”.
¿Cómo se explica el giro hacia la derecha? Son varias las razones. En Bolivia, las causas fueron básicamente económicas y éticas. Una crisis como no hubo otra en 40 años y síntomas evidentes de la más absoluta decadencia moral de un régimen que gobernó durante casi dos décadas. No solo no dejaron plata, sino que se robaron la que había. Eso es lo que indignó a la gente y motivó la orientación del voto mayoritariamente hacia los proyectos de derecha.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
En otras partes, como Ecuador, por ejemplo, el voto tiene mucho que ver con la inseguridad. De ser un oasis de calma, Ecuador se convirtió en uno de los países más violentos de la región. Su posición como una suerte de bisagra costera para las operaciones de las mafias del sur ha transformado su territorio en escenario de disputas violentas y del predominio de organizaciones criminales vinculadas al narcotráfico, la extorsión y la minería ilegal, entre otros delitos.
Por alguna razón, los ecuatorianos establecieron una relación entre el crimen y la tolerancia de los gobiernos del correísmo. Tal vez por eso, a la hora de votar, eligieron al extremo opuesto, con la esperanza de que una “mano dura” pudiera poner fin al estado de permanente temor que se vive en gran parte del país. Lo que vino después sería materia de otro análisis, pero bastará con decir que el poder de las mafias sobrevive independientemente de la línea ideológica de los gobiernos.
Ahora que en Chile ganó por amplio margen José Kast, los analistas también coinciden en que la migración descontrolada, la delincuencia y la presencia de organizaciones del crimen internacional fueron factores que influyeron en el regreso de la derecha, esta vez con un perfil más “ultra” y, por lo tanto, de “firmeza” confiable para enfrentar a las mafias.
Kast, que en el pasado había profesado su admiración por Augusto Pinochet y su posición conservadora respecto al aborto y los derechos de la comunidad LGBT, centró su campaña en temas de seguridad y esta vez sí marcó la diferencia que buscaba para llegar al Palacio de La Moneda.
A Gustavo Petro, en Colombia, además de su perfil de liderazgo, también se le cuestiona su política en el tema de seguridad. La violencia no se ha reducido y las extorsiones son una plaga que golpea la vida cotidiana de los colombianos en varias regiones.
La posibilidad de un viraje hacia la derecha en las elecciones de mayo del próximo año puede tener relación también con el factor “miedo” y su influencia creciente en la política latinoamericana.
Parecería que, por ahora, mientras mayor es el nivel de inseguridad, aumentan significativamente las posibilidades de un despertar de la derecha en la región. La narrativa de la seguridad pesa en el péndulo de la política regional, mucho más ahora que esta preocupación vuelve a ser tema central en la relación de Estados Unidos con América Latina y una prioridad en la agenda de su presidente.
Algo hay de “bukelización” en todo esto. Indirectamente, los éxitos del presidente salvadoreño Nayib Bukele en la lucha contra las bandas criminales en su país, le dieron a la derecha los argumentos para alimentar un discurso que durante largos años se mostró anémico para contrarrestar la fuerza de la izquierda.
De todas maneras, la apuesta es riesgosa y las expectativas de la gente son muy altas. El Salvador es una “excepción”, cuyo éxito está de alguna manera condicionado al sacrificio de las libertades democráticas. En el resto de la región, las cosas pueden ser diferentes, sobre todo porque el enemigo tiene mucho poder y juega siempre fuera de las reglas.
