Las medidas que hoy se discuten duelen. Duelen en el presente y seguirán doliendo en el corto plazo. Sin embargo, persistir en la negación duele más. Durante años vivimos de una ilusión colectiva: la creencia de que era posible sostener bienestar sin costo, consumo sin productividad y subsidios sin consecuencias. De esa ilusión participamos todos y todas, desde el pequeño juguete importado adquirido gracias a la subvención, hasta los grandes beneficios artificiales financiados por un Estado que gastó más de lo que podía sostener.
Como advirtió Milton Friedman, que aquello que el Estado presenta como gratuito siempre tiene un costo inevitable que la sociedad termina pagando, ya sea mediante impuestos visibles, deuda pública diferida o inflación.
Subsidios hoy, hambre mañana. Y ese mañana llegó.
Desde 2006, Bolivia siguió el manual clásico del populismo económico. Rudiger Dornbusch y Sebastián Edwards señalaron que, “los responsables de las políticas populistas suelen ignorar las restricciones presupuestarias, las limitaciones de capacidad y la reacción de los agentes económicos a las políticas agresivas no basadas en el mercado”. El resultado es siempre el mismo: expansión artificial, sensación momentánea de bienestar y, finalmente, una crisis que obliga a ajustes dolorosos, que son inevitables.
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No podemos eludir nuestra responsabilidad colectiva. Fuimos cómplices, por acción u omisión, del despilfarro y del deterioro institucional. Callamos frente al saqueo sistemático del Estado; algunos alzaron la voz y otros pagaron un alto precio político y social por hacerlo. La concentración de poder y la eliminación del disenso fueron el terreno fértil para una administración ineficiente y profundamente corrupta.
Hoy exigimos soluciones inmediatas frente a dificultades inminentes. Queremos seguir accediendo a gasolina y diésel a precios artificialmente bajos y reclamamos la restitución de un “beneficio” que, en realidad, ha terminado siendo un mecanismo de asfixia fiscal. Incluso con los ajustes actuales, el combustible sigue estando subvencionado muy por debajo de su precio internacional. No estamos frente a una medida de shock, sino ante un ajuste gradual, insuficiente aún, pero inevitable si se pretende evitar un colapso mayor.
Si realmente aspiramos a dejar a las futuras generaciones un país viable, debemos asumir esta realidad con madurez. Friedrich Hayek advertía que, cuanto más “planifica” el Estado, más difícil resulta la planificación para el individuo. Un Estado que sustituye sistemáticamente la iniciativa privada termina debilitando la responsabilidad individual, base indispensable del desarrollo económico sostenible.
Es momento de abandonar la lógica del Estado proveedor omnipresente y avanzar hacia una sociedad de productores, emprendedores y generadores de valor. Douglass North lo expresó con claridad al señalar, con reglas claras, sin seguridad jurídica y sin incentivos a la inversión, no hay desarrollo posible, solo crecimiento efímero financiado con recursos extraordinarios y mal asignados.
La historia ofrece lecciones claras. Ante el Decreto Supremo 21060, hombres y mujeres comprendieron que no había alternativas indoloras para salvar a un país al borde del colapso. Hoy, frente a nuevas medidas estructurales, nos corresponde el mismo ejercicio de responsabilidad histórica.
No estamos ante un dilema ideológico, sino ante una decisión de supervivencia nacional. Las sociedades enfrentan el deterioro eligiendo entre la huida, la protesta destructiva o la participación responsable. Bloquear, paralizar y negar la realidad solo profundiza la crisis; analizar, proponer y emprender abre posibilidades de reconstrucción.
El cambio duele, pero la inacción mata. Más vale asumir meses difíciles que condenar a Bolivia a una decadencia prolongada. El país sangra no por falta de recursos, sino por décadas de mala administración, corrupción estructural y decisiones orientadas al corto plazo.
De ahora en adelante, el destino de la patria no puede seguir dependiendo de subsidios insostenibles ni de promesas políticas vacías. Está, como siempre debió estar, en manos de una ciudadanía dispuesta a asumir responsabilidad, resiliencia y un cambio propositivo por una Bolivia más grande, más libre y verdaderamente desarrollada.
Freddy Jhoel Bustillos Arraya
Politólogo y Comunicador social
