Compañero, adversario o enemigo   


El significado de la democracia es y será siempre objeto de controversia. El problema con las definiciones sustantivas de democracia es que los llamados demócratas no se ponen de acuerdo sobre qué es ni qué debería ser. La democracia en sí pareciera que no es solo una lucha desenfrenada por el poder, sino también un escenario de un debate continuo sobre qué es lo que hacemos a nombre de ella. Sin embargo, permitir que esa lucha se convierta en una batalla entre los inquilinos de la misma casa, corre el riesgo de trastocar todo el proyecto democrático.

Desde que se promulgará la primera constitución hasta hoy, la vicepresidencia es parte constitucional del órgano ejecutivo, cuyas funciones básicas están establecidas y demarcadas, entre otras, especialmente de reemplazar al presidente en determinadas circunstancias y dirigir al legislativo en su calidad de presidente nato. Luego de certificar las elecciones y proclamar debidamente al binomio para asumir el cargo, fue un momento de gran desafío para la democracia y una definición sorprendentemente clara de las funciones de los gobernantes de guiar la patria hacia el cierre de un nefasto ciclo y evitar que la política degenere en una guerra abierta. Lastimosamente también ilustra la realidad de que la principal amenaza para la democracia a veces puede provenir de quienes dicen defenderla y el actual vicepresidente parece haber decidido que “democráticamente” es la más sustancial fuerza intimidante. Si al llegar al poder parecía tener la fuerza de un liderazgo nuevo y esperanzador, cada día hace mucho esfuerzo en perder el sitial que la historia le ha regalado, parece condenarse a perderse en su laberinto. Esta es la vulnerabilidad crítica de la democracia.



Si bien la democracia y el ejercicio del poder no es un mecanismo procedimental neutral, no deja de ser un espacio dotado de un significado sagrado, un santuario terrenal cuyo significado es ferozmente cuestionado por lo que haces o dejes de hacer. En nuestra sociedad con poca afinidad a la paciencia, la defensa de la democracia siempre es fácil de justificar sin importar el daño que le infrinjas con tu retórica, esto significa, lamentablemente, que no existen garantía, ni barreras institucionales, ni virtudes cívicas, para evitar que la postura de Lara, signifique violencia democrática y sea repetitiva, salvo la convicción de una sólida mayoría ciudadana, que no alienta esta división y de que la violencia verbal no debe prevalecer. Cuando esta comprensión convencional se quiebra, cuando el propio representante de la democracia conspira con violencia anticonstitucional, se abre el camino a la autocracia.

El hecho de que hayamos decidido reencausar la democracia y hayamos sobrevivido a 20 años nefastos, el desafío sugiere que la democracia debe demostrar ser lo suficientemente robusta si los políticos electos y los ciudadanos se unen a tiempo para apoyarla. El poder no existe para mantener políticos en conflictos con la sociedad, entonces, el vicepresidente, como político democrático, independientemente de cualquier tema en el que discrepe, está obligado, por su juramento constitucional a nunca ponerse del lado de esta inusual violencia política. En general, los políticos no han respetado esa norma de convivencia política pacifica y aunque prestar aquel juramento nunca parece impedir que los más ambiciosos justifiquen sus actos, el segundo mandatario dice actuar en representación de la sociedad, aquella que está cada vez más alejada de esta inexplicable postura. Si los líderes electos de una democracia se unen contra la violencia, la democracia tiende a sobrevivir y progresar. Donde un político electo se confabula con la insurrección y rechaza un decreto de su propio gobierno, la democracia está en peligro.

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La pregunta es por qué, dado lo peligroso que esto puede ser, el vicepresidente recurre al lenguaje de la incitación violenta, la respuesta no puede ser utilizar una lógica democrática: que los tiempos y sus ciudadanos lo exigen. Las redes sociales se han convertido en una trinchera de modo que las decisiones de Lara pasan por ese filtro arrastrando a los electores a una experiencia política puramente digital con discursos exclusivamente personales. Por lo tanto, parece no existir una relación estable e individual entre la retórica y la realidad en política. El vicepresidente, independientemente de su partido, parece no tienen un interés intrínseco en garantizar que los debates democráticos se mantengan estrechamente vinculados a las realidades sociales. La argumentación política se centra en crear narrativas creíbles con la esperanza de persuadir a la ciudadanía de su veracidad. La sociedad esta escéptica, utilizó las elecciones para tomar una decisión contrapuesta al masismo, en otras palabras, los votantes seleccionaron no solo representantes, sino actores de la realidad, contrastando, de forma aproximada, las visiones políticas con sus propias experiencias. Sin embargo, es alarmante ver que este enfoque de correspondencia con la verdad, en el caso de Lara, ha desaparecido o nunca existió, los votantes elegimos a los políticos, contrastándolos con la realidad, no seleccionando un estilo aparatoso que alimenta prejuicios o confirma oscurantismos.

   Mgr. Fernando Berríos Ayala / Politólogo