El reconocer la incidencia de la técnica y las transformaciones que conlleva no implica una resignación ciega ante la lógica de los cambios. La sociedad a la que asistimos no es el fruto de una matemática que trasciende a los aspectos más profundos de lo humano. A veces, da la sensación de que las empresas evolucionan más rápidamente que los políticos, que se muestran atados a viejos paradigmas. De lo que se trata es de mostrar flexibilidad intelectual: capacidad para tomar a favor los cambios, pero no endiosarlos. Allí aparece uno de los elementos centrales: la necesidad de estrategias electorales.

Fuente: Perfil.com
La comunicación política atraviesa una crisis terminal. Es frecuente que los procesos electorales arrojen resultados imprevistos y que los gobiernos, al intentar implementar reformas necesarias para enfrentar la cuarta revolución industrial, se topen con la resistencia conservadora de sectores que se autodefinen como revolucionarios.
Hay sectores empresariales que lograron adaptarse con éxito a las nuevas circunstancias. Compañías que alinearon su acción y comunicación con los tiempos actuales, como Airbnb, Uber, Amazon, Apple, se encuentran hoy entre las más grandes del mundo. En contraste, enormes corporaciones que no se ajustaron a la nueva realidad, como Kodak, desaparecieron.
Lo más dramático de esta situación es que la gente cambió; la mayoría de los líderes políticos no comprenden que los mensajes y las acciones que servían hace diez años han perdido toda utilidad. La comunicación de gobiernos, partidos y candidatos usa patrones diseñados para movilizar a un tipo de ser humano que ya no existe. Lamentablemente, los dirigentes permanecen atrapados en disputas del pasado que consumen su tiempo, debatiendo sobre la situación judicial de figuras como Cristina o compitiendo por quién hace mas tonterías en TikTok o es más salvaje en sus plataformas digitales.
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Líderes y pensadores asumieron que la sociedad podía gestionarse como un dispositivo mecánico regido por la lógica y la razón con reglas para alcanzar mejores sociedades
Se requiere un análisis más sofisticado. Las instituciones de la sociedad occidental se forjaron entre los siglos XVII y XIX, bajo el auge del modelo mecánico en la industria, la medicina y las ciencias naturales. La primera revolución industrial deslumbró por su capacidad para generar bienes y servicios antes inimaginables, mejorando las condiciones de vida de la población.
Líderes y pensadores asumieron que la sociedad podía gestionarse como un dispositivo mecánico regido por la lógica y la razón, con reglas para alcanzar mejores sociedades. Tomando como ejemplo a las fábricas, se construyeron instituciones jerárquicas con normativas que limitaban la discrecionalidad individual, bajo la premisa de que las personas eran intercambiables, como los engranajes de una máquina. Se creyó que la democracia era el sistema ideal, porque los votantes elegirían racionalmente a los mejores líderes.
Sin embargo, con la llegada de la cuarta revolución industrial, este enfoque mecánico quedó obsoleto. Resulta excesivamente rígido, insensible y desconectado de nuevas comunidades de personas, coarta la creatividad necesaria para enfrentar los desafíos de un mundo que no es predecible.
Los seres humanos somos primates definidos por nuestra capacidad de crear herramientas. Las primeras especies humanas, el Homo habilis y el Homo rudolfensis, surgieron hace tres millones de años y se definen como humanos por su capacidad de fabricar utensilios, colocando una piedra blanda sobre una más dura para afilarla mediante golpes con una tercera pieza igualmente resistente.
El desarrollo técnico necesario para pasar de aquellas piedras mejoradas a las computadoras y la inteligencia artificial tomó millones de años. Inicialmente, los cambios fueron lentos, pero se han acelerado de forma exponencial en las últimas décadas. De hecho, desde el año 2007 hasta la actualidad, la ciencia y la tecnología han avanzado más que en los tres millones de años precedentes.
En este trayecto evolutivo aparecieron diversas especies humanas en África y Eurasia. Nuestra especie, el Homo sapiens, surgió en distintos puntos de África hace unos 300 mil años. Hace aproximadamente 70 mil años, abandonamos dicho continente y nos mezclamos con otros humanos establecidos en diversas regiones. En Europa, los neandertales –de piel clara y cabello pelirrojo– aportaron su genética a la identidad de los pueblos del norte. En Asia, los denisovanos –de tez más morena– dejaron su huella en melanesios y mongoles. Algunos de ellos llegaron a América y la poblaron, pues en nuestro continente no existieron homínidos ni seres humanos originarios.
Cada avance tecnológico puede percibirse no solo como un avance en la calidad de vida. También nos llevó a tomar nuevos comportamientos y nos transformó física y mentalmente como especie
Un hito fundamental en esta evolución fue la domesticación del fuego, lograda por el Homo heidelbergensis, los neandertales y los sapiens. Además de los beneficios derivados de la cocción de alimentos, el fuego permitió que los sapiens se comunicaran y crearan el universo simbólico.
Cada uno de estos avances tecnológicos no solo elevó nuestra calidad de vida, sino que nos llevó a adoptar nuevos comportamientos, nos transformó físicamente y nos hizo distintos. Así, pasamos de luchar por una pieza de caza concreta a que hoy compitamos por el control de la inmaterial inteligencia artificial.
Resulta arrogante asumir, desde la mentalidad del modelo mecánico, que tenemos todos los datos relevantes para analizar la política. Aunque nuestra cultura glorifique la lógica y el razonamiento deductivo, estos no lo son todo. Suelen fallar cuando carecen de un anclaje sólido en el mundo real, cuando no se cuantifica y no existe un seguimiento constante de los resultados. En última instancia, si el mensaje político está compuesto por elementos que no responden a una estrategia, el fracaso es el resultado más probable.
* Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.
Fuente: Perfil.com