La COB: entre el privilegio y la irrelevancia


 

Bolivia atraviesa una de sus crisis más profundas en décadas. Mientras miles de familias luchan por llegar a fin de mes, existen voces que, lejos de aportar soluciones, parecen empeñadas en ahondar la fractura social. Hablan en nombre de los trabajadores, pero representan una realidad ajena al país que clama por unidad y responsabilidad.



La dirigencia de la Central Obrera Boliviana (COB) hoy percibe ingresos que superan incluso a los de ministros de Estado. Esta no es una acusación liviana, sino un hecho documentado: acumulan cargos sindicales, declaran en comisión y aseguran beneficios económicos privilegiados, mientras el país se empobrece. Aunque cifras extremas como los Bs 65.000 no están universalmente verificadas, está confirmado que sus salarios distan años luz del trabajador promedio al que dicen defender.

Pero el verdadero escándalo no está solo en los sueldos, sino en la representatividad. La COB hoy agrupa a menos del 5% de la fuerza laboral boliviana. Si descontamos a sectores como los maestros —cuya afiliación es frecuentemente nominal— la cifra se reduce aún más. La conclusión es matemáticamente irrebatible: la COB ya no representa a las bases, sino a una burocracia sindical enquistada en el privilegio.

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Este presente contrasta con la memoria de una COB histórica, encarnada en gigantes como Juan Lechín Oquendo, Germán Butrón o Simón Reyes. Aquellos dirigentes no temían enfrentar al poder —incluso a las dictaduras— porque su lucha era genuina y su vida reflejaba la de quienes representaban. Cuando ellos pronunciaban «COB», el país entero escuchaba, y a veces temblaba. Su autoridad moral nacía de la coherencia.

Hoy, esa autoridad moral se ha perdido. Durante casi veinte años, mientras Bolivia acumulaba deuda, despilfarro y casos de corrupción, la dirigencia cobista se acomodó cíclicamente al poder: primero bajo Evo Morales, después con Luis Arce. Guardó silencio cómplice ante decisiones que hundieron al país. Mientras el pueblo sufría, su cúpula perfeccionaba el arte de la prebenda.

Por eso resulta cínico que hoy esos mismos dirigentes pretendan dar lecciones de sacrificio. La pregunta brota espontánea: ¿a quién representan realmente? La respuesta duele: a una minoría insignificante, y ciertamente no a la Bolivia trabajadora que dicen defender.

La salida a la crisis exige coherencia y ejemplo. El sacrificio debe comenzar por arriba. El Ejecutivo ya ha hablado de reducir salarios en la cúpula estatal; muchos legisladores apoyan la medida. Es hora de que la dirigencia de la COB aplique la misma medicina: que su sueldo se equipare al de sus bases y que renuncie a los privilegios acumulados durante años de silencio cómplice.

Bolivia no necesita más discursos vacíos ni bloqueos que asfixien a la población. Necesita verdad, responsabilidad y, sobre todo, autoridad moral recuperada.

Porque la autoridad moral no se proclama en asambleas ni se hereda de siglas gloriosas. La autoridad moral, en tiempos de crisis, solo se demuestra con hechos.