Un triunfo opacado


Carlos Cordero CarraffacorderoLa primera impresión es lo que cuenta, lo demás es anécdota y reverberaciones que nadie escucha porque el vocerío de la plaza lo cubre todo. Lo que queda en la retina del mundo es el festejo del MAS y la alabanza en boca propia del electo presidente del rebautizado Estado ‘Plurinominal’.El país, generoso e inocente como ninguno, aceptó el mediocre triunfo con resultados de encuestas a boca de urna. Las mismas encuestas que días antes fueron calificadas como patrañas, porque -según los augures- los resultados finales del día de la elección serían diferentes. Varios candidatos pregonaron que ganarían las justas electorales con más votos que las escuálidas cifras que señalaban las encuestas. Solo uno acertó, el que todos despreciaban. El MAS martilló hasta hacernos sangrar los oídos que ganaría las elecciones con el 74% de los votos y que el 60%, 14 puntos menos, que sugerían las encuestas más favorables a las intenciones gubernamentales eran bribonerías de la oposición, de los periódicos neoliberales y prochilenos o de los incultos analistas.El voto oculto existe, decían los más aventajados oficialistas, para rematar afirmando que había que agregar a los datos que ofrecían tímidamente las encuestadoras, un 15 al 20% final, a favor del partido de Gobierno. Esa era la verdadera sorpresa. Derrotar los augurios de los vendepatria con la verdad revolucionaria. En el pasado reciente razonaban las mentes brillantes del oficialismo, el voto oculto los había favorecido; el 12 de octubre quedaría demostrada la falacia de las encuestas y la luminosa idea del cambio con cumbia.Lo cierto es que los sorprendidos fueron los talentos de Palacio Quemado y de la Vicepresidencia, pues no alcanzaron la cháchara del 74%. Ganaron las elecciones con varios puntos porcentuales menos que en las elecciones de 2009, donde invirtieron menos de la mitad del tiempo, dinero y esfuerzo. Para octubre, multiplicaron la inversión y consiguieron menos de lo presupuestado. Es una victoria magra, opacada además por los desaciertos del Tribunal Supremo Electoral, que no se cansa de ridiculizar al presidente, cambiando el nombre de su bien más preciado, el Estado Plurinacional. Un maestro de la vida, ya fallecido hace algunos años atrás, repetía cada vez que le era posible, que del único lugar de donde no hay retorno posible, es del ridículo. Hicieron el ridículo, muchachos, al quedar lejos de los objetivos propuestos y por cambiar el nombre del barco, sin consentimiento del gran timonel. La purga está a la vuelta de la esquina.El Deber – Santa Cruz