Wálter I. Vargas*In memoriam: Duquesa de Alba, una mujer bonita a su maneraNo sé si algún director de teatro nacional habrá llevado alguna vez a las tablas La asamblea de las mujeres, de Aristófanes, pero estimo, después de haber leído por primera vez esta obra, que si lo hiciera ahora podría funcionar como una mínima catarsis para la histeria antimachista y «antipatriarcalista” que corre en nuestros días y en nuestras calles.El juguete cómico -no es otra cosa- del comediógrafo griego, consiste en imaginar que las mujeres toman el poder en una Atenas corrupta y guerrera, y deciden, basándose en la presunción de la superioridad femenina, remediar los males de la cosa pública (pero ya se verá cómo en realidad se trata de la cosa aquella, pero sin la letra ele). Como todo revolucionario, Praxágora, la líder, tiene la ilusa idea de que el mundo puede ser mejorado, y, por lo tanto, se lanza a hacerlo a plan de decretos y leyes.En primer lugar, todos deben entregar sus propiedades al erario público para comenzar a vivir una «vida común e igual para todos”. Pero, más que practicar un comunismo de los bienes materiales, los nuevos gobernantes, mujeres al fin, están, sobre todo, interesadas en sanar las injusticias y desigualdades en el campo de la felicidad sexual.Un Aristófanes del siglo XIX quizá hubiera incluido entre las leyes la obligatoriedad de igualar la distribución de los sentimientos amorosos (todos muy enamorados y correspondidos), pero estamos en la Grecia clásica y homosexual, así que no existe el amor romántico. Un problema menor de la toma del poder por parte de las mujeres es que el promedio de atrasos a la asamblea se incrementa horrorosamente (también en la Grecia antigua era imposible encontrar una mujer puntual).Así pues, se decreta en justicia que ninguna mujer puede carecer de la suficiente dosis de placer carnal, incluso, y sobre todo, si su avanzada edad o su evidente fealdad las hace objeto del rechazo por parte de los hombres.Cualquier hombre que quiera acceder a una doncella debe antes complacer a una dama de más edad o especialmente desagradable, lo quieran o no: «Las más feas e imperfectas estarán junto a las más lindas, y todo el que solicite a una de éstas deberá antes consumir un turno con las primeras”. Esto también será beneficioso para los hombres feos (algo que me tranquilizó, debo confesar), porque podrán hacer lo mismo que las mujeres para acceder a las bellas.El resultado es, previsiblemente, un desaguisado jocoso: un ciudadano se acerca a una chica que desea, pero se interpone una mujer mayor que exige sus derechos, a la cual se le cruza una tercera, aún mayor, que hace lo propio, para terror creciente del enamorado. Y así termina la obrita, con el corifeo declarando: «Que los sabios me juzguen por lo que en esta comedia hay de sabio, y los que gusten de chistes, por los muchos chistes que en ella he derramado”.No voy a terminar esta columna con una frase un tanto hecha al estilo de «bromas aparte -Aristófanes está hablando de algo serio”- porque, precisamente, me parece que el propósito de esta obra es aliviar con el humor la aparente seriedad de estos asuntos. Algo que podría ser saludable estos días en que alguien ha llegado a decir que se está produciendo un genocidio silencioso de las mujeres.Es al revés. Me parece que detrás de este frenético igualitarismo de género está una, no muy bien disimulada o asumida, convicción de que las mujeres son, no sólo iguales a los hombres, sino superiores, por lo menos éticamente. Y también la de que los hombres son unas criaturas intrínsecamente malas.En el fondo de cada feminista recalcitrante de la actualidad hay un deseo insatisfecho de escuchar a los hombres decir -como aquel personaje de James, que dice frente a la chica que quiere conquistar-: «me avergüenzo de ser hombre”.Se ha dicho que buena parte del teatro contemporáneo o moderno se ha hecho, no sólo para ser representado, sino también para ser leído, pero el antiguo también, por lo visto. A mí por lo menos, la asamblea de las mujeres me ha resultado una lectura altamente divertida y muy actual.*Ensayista y crítico literarioPágina Siete – La Paz