El país está a expensas de las acciones de caciques y mayorales que actúan fuera de la ley. El temor es el arma de ‘cohesión’ nacional.
Viernes, 20 de Noviembre, 2009
Una mujer que increpó hace algunas semanas al ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana, fue detenida junto a sus dos hijas en Pando, acusada de desacato a la autoridad. El trámite fue muy simple y no hizo falta una orden de aprehensión emitida por un fiscal, la misma que llegó después de que Betzy Aponte Justiniano ya había pasado una noche tras las rejas.
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El presidente Morales fue abucheado en el estadio Patria de Sucre el pasado sábado durante el acto de inauguración de los Juegos Bolivarianos. El lunes ya había un alcalde simpatizante del MAS en el Municipio sucrense, en reemplazo de Aydeé Nava, quien dejó el cargo acosada por la persecución judicial que ha desatado el oficialismo.
Quintana dice que no importa si pierde el MAS en Pando, porque el Gobierno seguirá pisando fuerte en ese departamento, convertido en su feudo y su cuartel. Evo Morales no ha cumplido ninguna de las normas exigidas por la Corte Electoral; mantiene encerrado a Leopoldo Fernández sin poder hablar; arraiga a Manfred Reyes Villa, pone a tiempo completo a una viceministra a que lo bombardee con denuncias en su contra y él se jacta ante el país apostando su sueldo a que va a obtener los dos tercios del Congreso en las elecciones del 6 de diciembre.
García Linera dice que todavía no le ha llegado el momento a Branko Marinkovic y que ya se va a ocupar de él y de su familia a partir del 7 de diciembre. Tal vez no sea necesario una orden de arresto, como sucedió en Pando el miércoles. Eso es lo de menos, porque ya estamos viviendo el apogeo del caciquismo y poco falta para ver al presidente disfrutando de todas las prerrogativas de un cacique tribal. El otro día presumía públicamente de sus dotes de macho cabrío y no sería raro que sueñe con tener un harem a su servicio. Ese es el complemento indispensable de cualquier hombre emborrachado con el poder.
A Evo Morales no le molesta la prensa porque sea una influencia negativa en el electorado. Está ampliamente demostrado que no es así. No hay noticia ni artículo de opinión que le pueda ganar a un bono. Al presidente le enfurece que lo cuestionen, que lo critiquen; no tolera la disidencia y amenaza con procesar a una periodista que pone en duda su palabra.
El cacique mete miedo porque su autoridad no tiene ningún límite legal ni de otra índole. La suma de adeptos utiliza la vía de la intimidación y el que se pone bajo su paraguas no sólo pretende obtener beneficios materiales, reservados sólo para los miembros más selectos de la tribu, ya que la sola protección es ya una enorme ganancia en este esquema de poder. El cacique tampoco admite competidores en el mismo espacio geográfico y es por eso que algunos terminan rindiendo pleitesía y a regañadientes lo llaman “mi cacique”.
No es lo mismo un dictador que un cacique. Se han conocido muchos dictadores en la historia con alguna doctrina política, con cierta visión de las cosas o al menos con un proyecto destinado a construir un Estado conforme a algunas reglas criticables, pero definidas. El caciquismo depende del humor del cacique, de sus instintos, de su sagacidad, de su carisma y del temor que es capaz de diseminar en todo el territorio. Lo que está sucediendo hoy es buen indicio para saber a qué atenerse en el futuro.