El cambio que la gente quiere


Es que el ejercicio del poder en términos de hegemonía política inmoviliza todo proceso de “cambio” dirigido a mejorar la situación social.

laPrensa Editorial La Prensa

En política, el cambio debe acreditarse no sólo en la estructura institucional y fundamentos económico-sociales del poder político en un país, sino también en la distribución de la riqueza. Si ésta adquiere una efectiva y sostenida proyección social, acortando la asimetría entre ricos y pobres, entonces ese cambio es real y no mera proclama proselitista para los de arriba y de cuantos les siguen.



La verdad es que, si se revisa la historia, el pregonado “cambio” en países atrapados en la acústica “revolucionaria”, se comprueba que las mudanzas dejaron más pérdidas que ganancias en lo que respecta a la justicia social. Si la URSS y sus satélites de Europa Oriental yacen ahora en el cementerio de la historia fue a causa de la crónica incapacidad del socialismo de Estado para alcanzar un desarrollo económico igual o superior al de las potencias occidentales de la época de la Guerra Fría, cuando con EEUU, Inglaterra, Francia, Alemania y otros países europeos imperaban en el mercado internacional, circunstancia que afianzaba sus posiciones en la trinchera occidental, obligando a los países comunistas a protegerse tras muros de cemento o de restricciones drásticas de los derechos y libertades para opinar, cuestionar y protestar.

Es que el ejercicio del poder en términos de hegemonía política inmoviliza todo proceso de “cambio” dirigido a mejorar la situación social. La burocracia al cargo de las tareas gubernamentales y de producción se convierte en vientre fecundo de un nuevo estamento social que retoma la posta de la tradicional dirigencia. Se politiza todo a grado extremo en desmedro de la gestión económica.

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Cómo dejar atrás tales deficiencias para que el cambio repercuta favorable en la economía del ciudadano constituye el gran reto para los gobiernos de países latinoamericanos que ajustan su rumbo a un difuso “socialismo del siglo XXI”. La única certeza que se tiene es cierta aproximación a vetustas fórmulas de capitalismo de Estado que ahuyentan a la inversión extranjera, sin cuyo concurso los países de menor desarrollo no logran producir más para aumentar sus ventas en el mercado internacional. Demuestran vocación extrema por un dominio político total, bajo un alero constitucional que lo legitime. Y lo peor es que pretenden excluir a todos cuantos no piensen como ellos, con restricciones de las libertades de prensa e información.

Por cierto, el cambio no se produce de la noche a la mañana, sino en un largo proceso. Circunstancias favorables o desfavorables de coyunturas de mercado. En todo caso, factores de tipo endógeno son los que más influyen, como la sagacidad, la idoneidad y la racionalidad de la acción gubernamental en cada una de las contingencias señaladas. Complementan estos presupuestos una observancia rigurosa de la democracia y sus principios, entre los que cobran particular rigor el diálogo y la negociación como método de conciliación de diferencias y de conservación de la paz social y política.