Renzo AbruzzeseLa Cumbre las Américas en Panamá no solo marcó un hito en cuanto a las relaciones de EEUU y Cuba, puso también en evidencia lo anacrónico de los discursos populistas agrupados en un puñado de cuatro de los 35 países del continente. Mientras 31 jefes de Estado intentaban promover sus naciones hacia el futuro convencidos de la importancia del actual momento de inflexión en las relaciones continentales, Correa, Fernández, Morales y Maduro lloraban el pasado de nuestros pueblos. Los cuatro repitieron fogosamente las viejas frases de siempre y algunas dolorosas verdades que son, sin duda, la vergüenza de los norteamericanos.Entre tanto, el protagonista de primera línea, el genuino representante de la historia real del socialismo en América Latina, Raúl Castro, sellaba el inminente restablecimiento de relaciones con EEUU y mostraba a todos los países allí reunidos que, finalmente, la historia puede superarse de mejor manera sin tanta ideología de boliche y con más conciencia de los desafíos reales del siglo XXI. Esto no hace de Castro un demócrata ni cosa parecida, pero deja a los airados oradores de la ALBA una lección digna de tomarse en cuenta: el noble proyecto socialista de la ya desaparecida izquierda marxista, neomarxista y protomarxista terminó –en la vida real– doblegada por la cruda realidad de su fracaso.Debe quedar claro que el histórico encuentro no significa que Raúl Castro hubiera reconocido pública e internacionalmente que EEUU le ganó la tan prolongada y desastrosa campaña, lo que reconoció es que la historia es ahora diferente, que son otros tiempos y que la realidad continental tiene una taxonomía diferente; de un lado los que entienden su tiempo y, del otro, los que lo niegan; unos van adelante y los otros en reversa.La inteligente y cauta intervención del dictador cubano, sumada a la conferencia de prensa que brindó junto a Obama, fue un revés que resonó a lo largo y ancho del continente; mientras ellos vociferaban ante el rostro de Obama, su progenitor histórico y natural, Raúl Castro lo declaraba un “hombre honesto” y lo exoneraba de toda culpa. En menos de un segundo los sueños de la ALBA se hicieron pesadilla.El Deber – Santa Cruz