Agustín Echalar AscarrunzLa noticia que ha dado la vuelta al mundo (en serio, la leí en un boletín electrónico de la BBC) es que, de algún modo, hemos inaugurado un batallón de panaderos en el Ejército boliviano para ahogar las protestas del gremio de los panificadores. Es fascinante, precisamente porque tiene aristas que a primera vista uno ni siquiera imaginaría.Empecemos. No deja de ser simpático que, finalmente, los soldados hagan algo útil y que se alejen de esos peligrosísimos juguetes que son las armas. Estoy seguro que esa semana, produciendo enormes cantidades de pan, ha beneficiado mucho a los conscriptos. Quién sabe si de esta experiencia no saldrán algunos jóvenes a engrosar las filas de los gremialistas, que ahora están siendo combatidos.Pero el asunto permite algo más: a partir de esta experiencia ¿no sería interesante profundizar y cambiar el servicio militar por un servicio civil? ¿Para qué seguir formando machos, machistas y deformando seres humanos que podrían convertirse en buena gente, cuando se puede armar un sistema que verdaderamente responda a las necesidades de nuestra sociedad y a los mandatos de la Constitución, que dice que el nuestro es un país pacifista? Si se vieran las cosas así, ya nos habríamos ahorrado sólo en estas semanas una millonada en la compra de los 40.000 fusiles.Pero sigamos con el asunto del pan. Me he enterado por un medio que los cuarteles han producido 70.000 panes, otra fuente dice que fueron 200.000. Sea lo uno o lo otro, lo cierto es que eso no satisface, ni de lejos, la demanda de una mancha urbana de casi dos millones de tantamicus y, por ende, no deja de ser un saludo a la bandera.Como buen liberal, creo que los precios deben ser determinados por la oferta y la demanda, aunque como no soy ortodoxo, creo que hay subvenciones saludables, siempre y cuando tengan algún sentido, ya sea el de consolidación de un servicio, o en servicios de salud, y de educación, que no deberían ser negocios.Dentro del tema de salud, entra también la alimentación, pero ojo, no nos confundamos, el pan, sobre todo el de batalla boliviano, empezando por la deliciosa marraqueta, tiene de seguro un valor alimenticio bajísimo, y puede ser visto más como un sustituto a una verdadera alimentación.Desde el punto de vista de la cacareada descolonización, el gobierno de Evo Morales se ha pasado 10 años subvencionando un producto traído por los conquistadores, que independientemente de lo agradable al paladar, no es nutritivo. Se podría haber esperado un poco más de consistencia en las políticas de la revolución cultural en algo tan elemental, como es el pan nuestro de cada día.Estoy convencido que la subvención a la harina debe ser suspendida, pero creo que el precio del pan debe también ser liberado a las leyes de oferta y demanda, algo que por lo demás podría llevarnos a interesantes sorpresas, entre otras, que éste se mantenga en los cuarenta centavos.En estos últimos años hay -más en la zona sur de La Paz que en el Alto- unas marraquetas que podríamos llamarlas marraquetitas Evo, (porque es durante su gobierno que han aparecido). Son mucho más pequeñas que las tradicionales y por eso mismo más finas, éstas siguen costando los 40 centavos de siempre, pero estrictamente no son ya panes de batalla.En estos tiempos de bonanza – que, como dijo el vicepresidente Garcia Linera, los niños no vienen con la marraqueta bajo el brazo, sino con dólares – no deja de llamar la atención que el pan siga siendo considerado un producto de primerísima necesidad.Esa aseveración puede llevarnos a conclusiones muy incómodas: el gran crecimiento de Bolivia, promocionado al cansancio, no sólo por propios sino por extraños, es tal vez más una ilusión que una realidad. Seguimos siendo un país muy pobre, tremendamente pobre, con gente que se alimenta de pan y con un Gobierno que gasta alegremente unos cuantos millones de dólares en fusiles.Página Siete – La Paz