La mentira como instrumento político


Emilio J. Cárdenas*CFKSe atribuye a un famoso juez norteamericano Oliver Wendell Holmes haber dicho alguna vez que «el pecado emplea muchos instrumentos, pero la mentira es un mango que se adapta a todos». Por esto su uso en la política es desgraciadamente bastante frecuente. Lo que no la hace menos despreciable, por cierto. Ni transforma a las afirmaciones claramente mendaces en una suerte de verdad revelada.El actual gobierno argentino ha -lamentablemente- hecho de la mentira un verdadero culto. Una constante. Un sistema. Una realidad y un vicio, a la vez.Prueba irrefutable de ello es que hasta las mismas estadísticas oficiales son mendaces y objeto de manipulación constante. A punto tal, que el propio FMI ha advertido -muchas veces- a  la administración de los Kirchner que debe corregir esa situación, lo que supone que el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (más conocido como el “INDEC”) debe, de una buena vez, dejar de alterar la realidad y decir en cambio la verdad. Pese a una serie de advertencias del FMI, todas en ese sentido, el INDEC sigue, impertérrito, macaneando de lo lindo. Alegremente. Como si nada importara, salvo el consumo interno de información ladeada.El vicio de mentir con el mayor descaro es profundo. Y repudiable. Acostumbra, además.La presidente Cristina Fernández de Kirchner, de pésima administración, se ha acostumbrado a no decir la verdad. La deja de lado. En todas partes. Prueba de ello es que en un reciente discurso pronunciado por ella en Roma se animó a decir -desde el podio de la FAO- que la tasa de pobreza en la Argentina es del 5% y la de indigencia del 1,27%. Lo que es falso.Para el Observatorio de Deuda Social de la Pontifica Universidad Católica Argentina, Santa María de los Buenos Aires, la tasa de pobreza argentina está desgraciadamente en un orden del 27,5% de la población. Lo que es significativamente diferente. Esto es decir que la Argentina naturalmente no es el idílico paraíso pretendido por su presidente, sino que, en verdad contiene a unos 9,5 millones de personas que, en la realidad, viven por debajo de la línea de la pobreza.En otra forma grosera de negar abiertamente la verdad, el inexperto pero arrogante ministro de economía, Axel Kicillof, se niega sistemáticamente a hablar en público acerca de la pobreza en la Argentina, argumentando para ello que el tema es “estigmatizante”. Increíble, pero es así. Cree que por no hablar sobre ella, la pobreza quizás no exista.Cabe recordar que la empresa “Bloomberg” publica, a su vez, un conocido “Índice de Miseria” que, conjugando los datos de la inflación con los del desempleo, genera un índice que sugiere cuan “doloroso es vivir” en los distintos países.bloomberg_indice miseria Pese a las cuestionables afirmaciones de la presidente Fernández de Kirchner, la Argentina es el país casi con la peor ubicación en ese triste ranking, superado solamente por Venezuela, único país de la región que está peor que la Argentina.Pero la presidente Fernández de Kirchner seguramente no lee esos datos. Nunca. Nada que no sea elogioso para ella forma parte de sus manuales de actuación. Nada. Por eso su “hubris”.Elabora los datos que quiere, caprichosamente; en medio de un absurdo voluntarismo con el que ya no engaña a nadie, desde que supone pretender que nadie sabe lo que ocurre en la Argentina, salvo ella. Lo que naturalmente está equivocado.Pese a que su peculiar Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, cual insólito eco, repite sus dichos, a la manera de certificación de su veracidad. Está para eso. No sorprende que, en este caso en particular, ese funcionario haya preguntado, desafiante: “¿Alguien levantó la mano para decirle a la presidente que el dato no era cierto?”. En rigor, han sido muchos. Desde todos los medios independientes. Pese a las intimidaciones de toda suerte que se hacen permanentemente desde la cima misma del poder.El mundo, es obvio, funciona de otro modo, con datos verídicos, no con aproximaciones mendaces. La actual mandataria argentina no advierte que, para todos, incluyéndola a ella, la reputación es una suerte de espejo que, según sean las cosas, agranda a quien lo mira o lo empequeñece de modo de denunciar su verdadera insignificancia. Le está sucediendo lo último, es obvio. Pero nadie, salvo ella misma, es responsable de este tipo de manifestaciones.Ni en la FAO, ni fuera de ella, las afirmaciones de la presidente argentina engañan a nadie. Confunden por un rato, eso sí. Y dejan a la gente atónita por el desparpajo y la naturalidad con que algunos recurren a la mentira. Porque no hay explicaciones para una conducta que, voluntariamente, le da la espalda a la verdad. Groseramente. Ante todos, lo que es una suerte de tomadura de pelo colectiva que a nadie agrada. Ni –mucho menos- favorece a quien la hace.*Ex Embajador de la República Argentina ante las Naciones UnidasEl Diario Exterior – Madrid