España: nuevos códigos y rutinas


Lluis FoixManuela-Carmena-y-Guillermo-zapataEl representante de Ahora Madrid, una franquicia de Podemos, se dedicó a insultar y mofarse del personal bromeando sobre el dolor de los judíos o las víctimas del terrorismo. Su agresividad verbal era incompatible con dirigir la cultura de la ciudad de Madrid. Está en marcha una búsqueda intensa en los públicos escondites de las redes sociales para descubrir tuits que hayan podido ofender a alguien o que avergüencen a quien un buen día los escribió sin pensarlo mucho. En estos días de renovaciones municipales se insiste en la transparencia y en las paredes de cristal que deben decorar todo edificio y cosa pública. La gestualidad es prioritaria al tomar posesión de los ayuntamientos. Los cambios se perciben en las formas, el atuendo, los cuellos abiertos, destierro de las corbatas y de cualquier apariencia convencional.Se viaja en metro o se entra en el Ayuntamiento en bicicleta, por la puerta grande, mientras los urbanos se cuadran en posición de saludo cuando el alcalde pedalea en mangas de camisa montado sobre dos ruedas. Todos esos gestos, eso sí, llevan incorporados al fotógrafo que pasaba por allí tras ser advertido por el nuevo protocolo. Hay que encontrar la imagen casual, distendida, campechana, de los nuevos concejales. Auguro un cierto futuro a la alpargata.Me place ver a los servidores municipales utilizar el transporte público y trasladarse en bicicleta. Joan Herrera lo ha practicado desde hace años y se le ridiculizaba su esnobismo. Ahora es una práctica oficial que compartimos cientos de miles de barceloneses cada día.Hay que dar tiempo para valorar la nueva política, al margen de estos gestos, que pueden ser bien vistos pero son neutrales y no afectan a las acciones de gobierno de los próximos cuatro años.A los tres días de la constitución de los nuevos municipios se ha producido una cierta siniestralidad. El alcalde de Punta Umbría (Huelva) tuvo que pasar unas horas en el juzgado por acusaciones de prácticas corruptas. Pero el incidente más sonoro ha sido la dimisión de Guillermo Zapata, concejal de Cultura designado por la alcaldesa madrileña Manuela Carmena. Llevaba dos días en el cargo y no se había estrenado.El representante de Ahora Madrid, una franquicia de Podemos, se dedicó a insultar y mofarse del personal bromeando sobre el dolor de los judíos o las víctimas del terrorismo. Su agresividad verbal era incompatible con dirigir la cultura de la ciudad de Madrid. Eran tuits del 2011, sepultados en el sarcófago de las reacciones viscerales que navegan en todas direcciones y en todos los estamentos de la globalidad.Lo que se ha escrito, escrito está. El caso Zapata tiene un gran relieve social y político porque pone de manifiesto la cantidad de agresiones, insultos, imprudencias y linchamientos que circulan por las redes con total impunidad.Como usuario proactivo de Twitter observo las grandes aportaciones de esta red a la socialización de la libertad y a la difusión universal del conocimiento. Pero también soy testigo del daño causado a otros cuando desde el anonimato o con nombres y apellidos se puede destruir a una persona con mentiras, medias verdades y expresiones manifiestas de odio. Internet puede parecer la ley de la selva en la que todo es permitido y donde se pueden traspasar las fronteras de la dignidad y el respeto. Qué ingenuidad. A estas alturas de vigilancia universal parecida a la del Gran Hermano orwelliano deberíamos saber que todo queda registrado y puede ser rescatado del baúl de la privacidad para echarlo a la plaza pública en el momento más inesperado.Umberto Eco, escritor italiano que ha llegado al punto de decir lo que piensa sobre cualquier cosa, ha declarado esta semana que “las redes sociales dan derecho de palabra a legiones de imbéciles que antes hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la colectividad…, mientras que ahora tienen el mismo derecho de palabra de un premio Nobel. Es una invasión de imbéciles”.Habrá una búsqueda concienzuda en los historiales de las redes, que se pueden conseguir con un clic en el ordenador. He sostenido muchas veces que todos tenemos un titular a cinco columnas que nos puede incomodar y a veces destruir. El político, el periodista o cualquier personaje con proyección pública está vigilado por sus propias palabras o por tuits que navegan por la nube y que son accesibles desde todos los puntos ­cardinales.¿Puede una persona privada insultar o vejar a alguien en la red sin que tenga consecuencias? No. Ninguna acción es inocua. La libertad es sagrada. Sí. Pero siempre y cuando la ejerzamos siendo responsables de nuestras palabras o acciones. Se puede decir todo sobre cualquiera. Jaime Arias añadía que hay que decirlo bien, educadamente, sin herir zafiamente. Pero nunca como ahora las propias palabras pueden convertirse en una pesadilla para el que un día las escribió.Los nuevos tiempos de la comunicación global tienen también sus propios códigos y sus rutinas. La novedad es que nadie tiene la hegemonía de la opinión ni la información. Pienso que hay que rescatar la veracidad y la responsabilidad.La Vanguardia – Barcelona