Gobierno de simbolismos

Es difícil decir hasta que punto llegará esta sublimación absolutista de todo lo indígena, pero casi siempre los regímenes autoritarios requieren dotarse de toda una simbología que los legitime.

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Una vista panorámica del templete de Kalasasaya, donde se realizó el acto de empoderación de la segunda gestión de Evo Morales.  (foto La Razón)



Sería muy arriesgado suponer que la declaratoria del 22 de enero como feriado nacional o los pomposos actos de posesión simbólica en las ruinas de Tiwanaku es nada más que producto de un simple afán propagandístico. Hay que reconocer que ambas medidas tienen en la visión del MAS un contenido mucho más profundo.

Se trata en realidad de la sustitución paulatina de toda la simbología que nutrió al Estado republicano para sustituirlos por los del nuevo “Estado Plurinacional” cuyas características no han sido precisadas hasta el momento y que se mantienen en la categoría de puras abstracciones.

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Por norma los regímenes de tendencia autoritaria requieren dotarse de toda una simbología que los legitime, que muestre que la fuente de su poder no es solo la voluntad popular sino que este emerge también de un designio ineludible, de un mandato sobrenatural.

Hitler se solazaba en las grandiosas concentraciones de Nuremberg en las que en medio de escenografías wagnerianas se glorificaba las tradiciones germánicas. Mussolini hacía llamados para recuperar las glorias de la Roma imperial y Stalin mostraba la fuerza de la Unión Soviética en impactantes desfiles del Ejército Rojo.

De manera independiente a la ideología de la que se nutrían, el objetivo era uno solo: mostrarse como depositarios de toda una tradición que ellos debían recuperar y proyectar hacia el futuro.

Evo actúa en la misma línea y realmente está convencido de que con él empieza una nueva era en la historia de Bolivia y por tanto se está dando a la tarea de construir todo un entramado dirigido a convencer de que la época republicana no existió o que fue un traspié que no vale la pena considerar, un accidente entre un glorioso pasado indígena y la recuperación de estas tradiciones luego de épicas luchas reivindicativas.

Es difícil decir hasta que punto llegará esta sublimación absolutista de todo lo indígena. Sin embargo existen indicios más que suficientes que esa sustitución de la simbología republicana puede desembocar en el cambio de la fecha nacional, hasta ahora fijada en el seis de agosto y que sería cambiada al 22 de enero que para los masistas es la fecha fundacional del nuevo Estado Plurinacional.

Por otro lado ya salieron los adulones acomodados en la nueva estructura de poder con propuestas concretas para cambiar el nombre de la principal plaza de La Paz sustituyendo el de Plaza Murillo por el de Plaza 22 de enero.

Lo evidente es que el tan mentado “proceso de cambio” hasta el momento se ha limitado a cuestiones puramente simbólicas en tanto que la base económica, bastante alicaída, se encuentra intacta y el propio Alvaro García sabe que su propuesta de una “economía comunitaria” no es más que una frase, un cliché vacío.

Sin embargo en todo este juego de simbolismos, en los hechos el presidente Evo Morales, al enviar un aprendido mensaje desde Tiwanaku en los idiomas castellano, quechua y aymara, ha efectuado un reconocimiento tácito de que existe una Bolivia cuyas raíces no son solo indígenas, a pesar del racismo aymara-quechua predominante en este tiempo.

De igual forma, el que Evo proclame que los bolivianos debemos tener los mismos derechos, seamos indígenas o no es una buena señal. No obstante, dado los antecedentes del presidente y su partido, no cabe dejarse llevar por un exagerado optimismo. Es conocido que Evo dice una cosa y en los hechos hace otra. Como siempre los mensajes que envía son decididamente contradictorios.