Daniel A. Pasquier Rivero
El gobierno ha hablado. Se trata de una “refundación”. Sin embargo el tono y el contenido de los primeros discursos apuntan más a una “reposición”, de uno por otro estado marginador, excluyente, confrontador, lleno de taras, como si 500 años de coloniaje no hubieran servido para nada y que tanto sufrimiento no haya enseñado ni una coma. El Presidente amenazó a todo el mundo, con las fuerzas terrenales y las del otro mundo –ahora también a su disposición-, incluyendo a los “imperialistas” (entiéndase el norteamericano), y el Vice se pasó al calificar todo acto de discrepancia política, quizás algunas cosas más, como auténtica “majadería” que, según él, no va a ser permitida. Se ha inaugurado el “kínder” político en el país, donde se instruirá a todos del nuevo significado de las cosas.
No era lo que se esperaba. Defraudaron la expectativa nacional e internacional. Quedó todo como un acto teatral o de colorido folklore para los que asistieron embobados ya en el viaje de venida y, posiblemente, con los pasajes pagados. Sólo el pasar de los años revelará si el 64% que votó favorable a la propuesta del Estado Plurinacional había también votado a favor de “el país está encaminado en un proceso socialista comunitario”. Porque los vecinos y socios adelantados del proyecto están en apuros y no son precisamente el mejor ejemplo a seguir. Cuba ha declarado en quiebra la economía nacional, aún antes de los huracanes que la azotaron el 2009; mantiene los peores índices en “derechos civiles, políticos, económicos y, también, de ciertos derechos culturales” de “todo el hemisferio occidental”. Hasta los europeos compañeros de viaje muestran resistencias a seguir apoyando semejante desastre político social. Venezuela parece vivir otra pesadilla, sin rumbo y en picada, hacia abajo: otro año con la mayor inflación de la región, careciendo de los bienes básicos incluyendo comida y energía; el remate ha sido la devaluación de su moneda que, sumada en diez años, pasa del 600%, y del establecimiento del fracaso financiero-económico, no otra cosa significa el aceptar una cotización diferencial del “bolívar”, que dejó de ser “fuerte” para unirse al antiguo “débil”. El camino a la corrupción se convierte en autopista, ¿Quién no quiere dólares oficiales a 2.6 bolívares, si en el mercado paralelo llega hasta 7 bolívares? De yapa, si un medio de comunicación no transmite los maratónicos discursos del presidente Chávez, además de aburridos e intrascendentes, se lo clausura. Y si la gente protesta por la medida, se le mete bala: dos muertos, estudiantes universitarios, es el resultado de la primera jornada. Habría que encargar a los francotiradores el problema de la escasez de energía, lo resolverían en un segundo. Por eso, por no satisfacer las necesidades vitales, materiales, políticas, sociales ni culturales, el socialismo cayó y está en retroceso en todo el mundo. Paradójicamente, el vice García apunta a ello como “nuestra modernidad estatal”. Adulones calificaron de “brillante” su discurso.
Es que hay cínicos universales, como E. Galeano, que escribe sobre la “Maldición blanca”, como si él fuera negro o mulato, desde su cómoda residencia en Montevideo, a un paso del envidiado balneario de Punta del Este: “Haití es un país arrojado al basural, por eterno castigo de su dignidad”, pero nada escribe cuando esa dignidad clama por ayuda tras el terrible sismo que quiebra la isla en minutos, y deja cientos de miles de muertos, heridos y damnificados. Nada sobre los odiados capitalistas que corren con millonaria ayuda sin exigir ni credenciales.
Del radicalismo a la racionalidad. Es que hay mundos ideales, pero una sola realidad. Están los que ofrecen una y otra vez pan y circo para un día, manteniendo la pobreza y su dolor eternamente. El Estado Omnipotente que dará todo, pero a cambio de todo, empezando por tus libertades. No hemos calculado lo que se han llevado los que han dirigido y manipulado las instituciones del leviatán moderno con el cuento del servicio público. Pero el resultado es evidente: miseria, marginación, carencia de servicios, de educación, ni qué pensar en jubilación. Ciudades cada vez más inseguras y las fuerzas llamadas a poner orden en contubernio con el delito. Y es que aguantamos mucho. Pareciera que hay cierto goce en que nos afanen, nos atemoricen, nos trunquen sueños y esperanzas. Pensamos en nuestros hijos, pero poco hacemos por dejarles las bases de una sociedad más justa.