Bolivia en Brasil

imageLa posesión del presidente Morales pasó casi desapercibida en Brasil, nuestro principal socio comercial, con el que deberían primar las mejores relaciones. Salvo O Estado de Sao Paulo, con una pequeña noticia, ningún otro medio informativo, menos aún la Tv del gigante verde, estuvo atraído por el colorido suceso. Contra lo que muchos creen, el mundo para nuestro vecino, y seguramente para el de muchos otros, no gira alrededor de Tiwanaku.

Como en el caso del gas, Bolivia tampoco es el eje indispensable. Debimos haberlo aprendido hace tiempo. Nadie, dice un dicho, pone todos los huevos en una sola cesta. Chile, Argentina y ahora Brasil lo demuestran. Bolivia pudo haber sido el Nº 1 del cono sur sudamericano. Ya es muy tarde para remediar todo lo que ha pasado. Lo que nos confiere una relativa tranquilidad es que a Brasil, más que contar con un seguro proveedor de gas natural, le interesa un vecino estable política y económicamente. Es decir que el continente donde habita esté en paz. Pero esa actitud constante es hilvanada con extremo cuidado.

Según me dice un amigo desde Brasilia, para no estimular al vecino que tomó los campos gasíferos donde operaba, y las refinerías a su cargo, las inversiones de Petrobras han sido mínimas. Sólo para garantizar los suministros que Bolivia debe realizar por el contrato que acabará el año 2019.



Un artículo del diario financiero Valor destacaba la semana pasada que el presidente Lula da Silva consideró innecesario venir a la posesión del presidente Morales y, en cambio, envió a su principal asesor en política internacional, Marco Aurelio García. La presidenta argentina, Cristina Fernández, tuvo un gesto parecido. Se excusó no sólo por problemas internos, sino porque Bolivia no tenía condiciones de asegurar el cumplimiento de un contrato para que su país recibiese 27,7 millones de metros cúbicos diarios de gas natural. Y de ese acuerdo el presidente Morales guardó silencio total en su discurso inaugural (Pienso que sobre el gas y el mundo exterior gravitan las movidas recientes del Presidente).

El artículo subrayaba que el embajador en Brasil, Federico dos Santos, ya ha anunciado que las inversiones de Braskem pueden ser de 2.000 millones de dólares, pero dependerían de una nueva ley para apresurar plazos para la aprobación obligatoria de las licencias por parte de las comunidades indígenas.

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El Gobierno quiere que los inversionistas abran rápido la billetera. Caso contrario —Jindal lo oyó el viernes de posesión—, el Gobierno tomará las riendas. No se sabe cómo, pues en el caso del hierro del Mutún son miles de millones de dólares que Bolivia no tiene.

Los atrasos obedecen, dicen las empresas, a las dificultades para obtener licencias de los pueblos indígenas. Y éstos dicen No, amparados por la nueva CPE. Creo que son conscientes de la devastación que trae la perforación: derrumbe de bosques para la apertura de carreteras, derrames de combustibles y muchos otros problemas. Quienes hayan visto el desarrollo de un campo petrolero pueden decirlo. Empero, el Gobierno boliviano no es el único apresurado. El de Lula también, pues tiene elecciones en octubre de 2011.

Marco Aurelio García, dice Valor, quería también conversaciones serias sobre algo grave para los dos países: el narcotráfico. El Gobierno ahora parece estar en un rompecabezas cuya solución —o no solución— definirá su futuro.

Harold Olmos  

Periodista (La Prensa)