..Se me ocurren nombres para las próximas leyes: la ley de regulación de medios o Luis Arce Gómez; la ley de los derechos de la oposición o Mahmud Ahmadinejad…
Francesco Zaratti*
De acuerdo con el libro del Génesis, el primer privilegio que Dios concedió a Adán fue dar nombre a todo animal. Desde entonces el hombre, como señal de poder, ha extendido ese mandato divino a todas sus propiedades y actividades.
Hasta en nuestros días, dar o conocer el nombre conserva un misterioso recelo. “My name is John, and yours?”, preguntó un texano en busca de conversación con un lord inglés en un tren. Sin apartar los ojos del Times abierto de par en par entre los dos, el lord replicó cortante: “Mine isn’t”.
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En la ciencia, como en todas las disciplinas, a veces se pone el nombre de su descubridor a leyes (de Kepler), constantes (de Planck), principios (de Arquímedes) y fórmulas (de Einstein). Los municipios solían poner nombres a las calles y números a los domicilios, pero últimamente está de moda lo opuesto, mientras los edificios tienen ambos: pequeña muestra de la lucha sin cuartel entre el ordenamiento científico de la numeración y el desorden ideológico de la nomenclatura. Naturalmente no podía estar exento de esta lucha el poder político. ¡Cuántas calles, plazas y ciudades han cambiado de nombre, según las vicisitudes de las guerras o del poder!
Ahora bien, donde no debería haber controversia es con las leyes que rigen la vida de un Estado, uni o pluri nacional: ahí el ordenamiento es necesario para, entre otros, dirimir las contradicciones entre normas (“se derogan las disposiciones contrarias a la presente ley”), siendo el principio de causalidad el que respalda a las leyes recientes frente a las antiguas. Sin embargo, esa regla nunca se cumple al pie de la letra. Por ejemplo, revisando el listado de leyes y decretos publicado por la agencia gubernamental ABI (que nunca está al día), uno extraña de la lista el DS 68, posiblemente “reservado” (¿todo cambia?), y se sorprende con la Ley 4094, puesta cronológicamente entre la 4082 y 4083.
Si bien todas las leyes tienen número, no se ha perdido la costumbre de darles también nombres ilustres, presumiendo así que esas normas sean el súmmum en el área. Sucede con la rezagada ley de educación “Elizardo Pérez y Avelino Siñani” o con el DS 28701 de “nacionalización”, el cual se vuelve incuestionable si se le denomina “Héroes del Chaco”. En el caso de la polémica ley de investigación de fortunas, la familia de Marcelo Quiroga Santa Cruz (un luchador por la democracia antes que la anticorrupción) ha pedido, con toda razón, que se retire su nombre, visto el uso discrecional y político que el actual Gobierno hace de ese tema. Mejor llamarla, proféticamente, Ley Robespierre.
Pero, de seguir esa moda, se me ocurren nombres para las próximas leyes: la ley de regulación de medios o Luis Arce Gómez (un luchador contra “las mentiras”); la ley de los derechos de la oposición o Mahmud Ahmadinejad (el gran hermano, adalid del trato respetuoso a los adversarios), la ley de electricidad o Hugo Chávez Frías (patrocinador de las pilas Duracell para ir al baño de noche), la ley de justicia comunitaria, o Félix “Adobe” Patzi, y la ley de investigación de la oposición política, o ley de Fuga.
¿Qué nombre de gobernante le pondría usted, estimado lector, a la próxima ley antiterrorista?
*Francesco Zaratti
es físico.