Norah Soruco de SalvatierraAún sin ser expertos, como el común de los bolivianos, nos atrevemos a abordar el tema medioambiental, por adquirir rasgos peligrosos ya incluso en el mediano plazo. Contrario a la adhesión de Bolivia a los acuerdos internacionales, es un asunto que a la ciudadanía aún le es ajeno. No hemos tomado conciencia de que afecta la vida cotidiana de manera directa y eso se refleja en insoportables olas de calor, copiosas lluvias, fuertes sequías o vientos huracanados, que arrasan cultivos o hatos ganaderos e inundan viviendas y destruyen calles, avenidas, canales y puentes, causan incendios y privan de agua a barrios y pueblos.Mientras sigamos aferrados a un modelo extractivista de recursos naturales no renovables y producción nociva al medioambiente, estaremos condenados a esa perniciosa dependencia para subsistir como país, y bajo tal argumento, a la depredación ya presente en los parques nacionales. Al ser determinante de las formas de vida, también los efectos de las no planificadas ni asistidas migraciones masivas de población a regiones y zonas que les son desconocidas en su manejo, ejercen una fuerte presión a la fisonomía del territorio y consiguiente daño al medioambiente.No es posible desentenderse de esa primerísima responsabilidad, la sobrevivencia del país. Cambiar la visión, de la urgencia circunstancial al desarrollo sostenible real. Ya son insuficientes y hasta triviales los exiguos presupuestos asignados a los episódicos programas estatales de atención a las poblaciones damnificadas cada año.Debe modificarse la Ley del Medio Ambiente para que gobernaciones y municipios tengan plenas atribuciones de intervenir y regular los asuntos medioambientales, que ahora son difusas; de la manera más expedita, formular las políticas públicas de transformación productiva sostenible y la ejecución de acciones sólidas, permanentes y masivas de educación, prevención y sanción sobre el buen uso, preservación y conservación ambiental, de manera inaplazable.El Deber – Santa Cruz