En China lo conocen como el «tren al cielo», y no exageran. ElTranstibetano es la línea ferroviaria que conecta diferentes ciudades del gigante asiático con la capital de Tíbet, Lhasa, y circula por el punto más elevado en el que jamás se han tendido raíles: el paso de Tanggula, a 5.072 metros de altitud. Su construcción, uno de los sueños de Mao Zedong, concluyó en 2006 y fue considerada una maravilla de la ingeniería y muestra del recién adquirido poderío tecnológico chino. No en vano, el viaje es una odisea épica en la que se utilizan convoyes especialmente diseñados para incrementar la concentración de oxígeno a mayor altura, equipados también con tomas individuales para evitar el mal de altura en sus pasajeros más sensibles, que ha requerido horadar túneles a casi 5.000 metros de altura y levantar el ferrocarril del suelo, dejando pasadizos debajo para no influir en las migraciones de animales en peligro de extinción, como el antílope tibetano.
Sin embargo, ahora el proyecto está en peligro. Y la razón tiene poco que ver con la tecnología. El problema radica en el calentamiento global que está provocando la desaparición del ‘permafrost’, el hielo perpetuo sobre el que se ha levantado parte del tramo final del tren, en el altiplano tibetano. Si se cumplen las previsiones de un pesimista estudio gubernamental realizado por más de 500 científicos chinos, más del 80% de este ‘permafrost’ habrá desaparecido para 2100, de forma que la estructura de gran parte del proyecto ferroviario más ansiado por el Partido Comunista podría venirse abajo.
Claro que este es solo un pequeño ejemplo de una grave coyuntura que puede tener efectos devastadores para más de 1.300 millones de personas que habitan una decena de países cuyos recursos hídricos dependen directamente del Himalaya, cuna de los seis ríos más caudalosos de Asia. Porque están desapareciendo los 46.000 glaciares que se encuentran en la cordillera y el altiplano, que suponen la tercera mayor concentración de hielo tras la Antártida y el Ártico —un 14,5% del total— y la razón por la que se denomina a esta zona «el Tercer Polo».
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Según la información preparada por la Autoridad Central Tibetana —el Gobierno en el exilio— para la Conferencia del Clima de París, en los últimos 50 años el 82% del hielo se ha derretido y, si la velocidad a la que desaparece no se reduce, en 2050 sólo quedará un tercio del agua congelada actual. Según The Cryosphere, la publicación científica de la Unión Europea de Geociencias, todos los glaciares del Everest podrían desvanecerse para 2100, un proceso que ya confirman quienes acceden al Campo Base del pico más alto del planeta, donde el hielo es cada año más escaso.
Los diferentes estudios realizados en el último año sobre este problema concuerdan en que el causante de esta situación es el calentamiento global, cuyo efecto en el ‘techo del mundo’ triplica el de la media global. “El impacto del cambio climático en Tíbet es especialmente duro. Tíbet debe ser considerado un pilar central de cualquier progreso que se diseñe”, pidió el Dalai Lama antes de la celebración de la cumbre del clima de París. “Porque el altiplano tibetano ha de ser protegido, no solo para los tibetanos sino por la salud del planeta y la sostenibilidad del mundo entero”, apostilló el líder espiritual. Al fin y al cabo, lo que sucede en el Himalaya termina condicionando incluso el patrón climático a miles de kilómetros, sobre todo el de los monzones del sur de Asia.
Desafortunadamente, la ministra de Información y Relaciones Internacionales de la Autoridad Central Tibetana, Dicki Chhoyang, afirma a EL PAÍS que el acuerdo alcanzado al final de la COP21 debe ser solo un primer paso. “Aunque las referencias a los Derechos Humanos fueron eliminadas del texto final, el acuerdo de París debe proteger a los grupos indígenas que se encuentran en primera línea de la crisis climática”. A ese respecto, Chhoyang afirma que Tíbet es de una importancia vital. “Si los líderes mundiales adquieren un compromiso serio para evitar una catástrofe medioambiental, deben reconocer la relevancia de Tíbet en la sostenibilidad del frágil ecosistema mundial”.
Curiosamente, China coincide en el desesperado diagnóstico de la situación de esta Región Autónoma Especial. La agencia oficial Xinhua informó el pasado mes de abril de que cada año el país pierde 247 kilómetros cuadrados de glaciares, un hecho que también incrementa la desertificación en la región, que se extiende a un ritmo de 2.330 kilómetros cuadrados al año y que ha provocado ya la desaparición de un 80% de sus bosques. Es más, el Ministerio de Recursos Hídricos de China afirmó en 2013 que unos 28.000 ríos pequeños habían desaparecido abruptamente hasta 2011, y un exinvestigador de la Academia China de Ciencias afirmó a Voice of America, bajo la condición de anonimato, que las causas principales son el calentamiento del altiplano tibetano y la desaparición del permafrost, es decir, la capa de hielo que está de manera permanente en los niveles superficiales del suelo de las regiones muy frías.
En lo que no parecen coincidir el Gobierno chino y la autoridad tibetana en el exilio es en los pasos que se han de dar para encontrar una solución al problema. Desde la localidad india de Dharamsala, donde los dirigentes tibetanos han encontrado asilo, el primer ministro tibetano, Lobsang Sangay, asegura que “Pekín lleva a cabo políticas medioambientales desastrosas para Tíbet que también pueden desembocar el graves conflictos internacionales”. El documento de su gobierno para la COP21 enumera algunas: la principal es la construcción de múltiples presas controladas por poderosas corporaciones estatales que trabajan también en el gran proyecto de trasvase hidrológico para paliar la crónica falta de agua del noreste del país, incluida Pekín; además, la minería que extrae los 132 minerales que esconde Tíbet —entre ellos oro, cobre, y hierro—, está provocando un preocupante aumento de la contaminación de ese agua; y, finalmente, los líderes tibetanos también consideran negativo para el Medio Ambiente las restricciones impuestas a los pastores nómadas, cuya sedentarización forzosa puede romper el frágil equilibrio entre la naturaleza y la actividad del ser humano.
Por todo ello, la Autoridad Central Tibetana exige a los participantes de la COP21 y a China la inmediatapuesta en marcha de diez medidasque considera imprescindibles para salvar al Tíbet. Entre ellas, una de las más relevantes es la rigurosa implementación de la nueva Ley de Protección Medioambiental china. “Sobre el papel es una legislación muy apropiada para Tíbet, pero tenemos que asegurarnos de que se cumple, y de que quienes la violen sean castigados como se recoge en la normativa. Porque, desafortunadamente, la corrupción es un importante obstáculo que, en demasiadas ocasiones, impide que la ley actúe”, apunta Tenzin Lekshay, responsable de prensa del Dalai Lama.
El Gobierno en el exilio también exige un control sobre el impacto medioambiental que tienen el turismo y un desarrollo económico poco respetuoso con el entorno. No en vano, el incremento en el número de visitantes ha sido espectacular desde la puesta en marcha del Transtibetano, un tren que, por otra parte, sirve también para exportar al resto de China miles de toneladas del recurso natural más preciado del Tíbet: el agua. Marcas como 5100 publicitan a bombo y platillo que el contenido de sus botellas procede de cristalinos glaciares situados a más de 5.000 metros de altitud, libres de la contaminación que lastra al resto del país.
Con sus elevados precios, estas marcas relativamente recientes compiten con aguas de los Alpes y hacen las delicias de la clase alta de China. Son una importante fuente de ingresos, así que el gobierno regional —oficial— tiene intención de aumentar la exportación de agua embotellada de Tíbet hasta los cinco millones de metros cúbicos en 2020, lo cual supone multiplicar por 32 la producción del año pasado. Una vez más, como denuncia la ONG China Water Risk en un detallado informe, la industria del agua actúa sin la mínima conciencia ética exigible y con la máxima impunidad. Es, como critica el Gobierno tibetano en el exilio, parte del expolio que está secando uno de los principales elementos del ecosistema asiático.
Fuente: www.elpais.com.bo