Walter I. Vargas*Hay dos Kavafis, se ha dicho: el Constantino Kavafis poeta, el más conocido, y el Kavafis historiador. Pero es un decir, porque al hablar de historiador no se lo hace en el sentido profesional del término, sino en el de un lector apasionadamente volcado sobre el pasado, sobre un cierto pasado histórico (el de su cultura nacional), que alimentó exitosamente el arte de este gran poeta del siglo XX. Es este ciertamente un lugar común al que se accede fácilmente siempre que se vuelve a leerlo, como he estado haciendo esta pasada semana al tiempo que leía Kavafis. Una biografía crítica, de Robert Liddell.Entre el siglo III antes de Cristo y el siglo III después, entre Alejandro el Grande y Constantino el Grande, se extiende una enorme llanura temporal de seis centurias. Pero ante nosotros, ante cualquiera que se acerque al pasado, esa llanura se arruga, se comprime asombrosamente a medida que nos encontramos, lectores desde esta actualidad, con los muchos y magníficos poemas en que Kavafis discurrió meditativamente sobre el destino de sus personajes.Cierto, a veces se va incluso más atrás, hasta la Iliada, pero en general esa otra es su época favorita. Y en cualquier caso, siempre se trata de la política, de los reyes y reinas y la eterna lucha por el poder, de las batallas decisivas y otros hechos que han quedado en la memoria de los hombres de todas las épocas.Por el contrario, el Kavafis más «puramente lírico” está ciertamente en los poemas sobre su experiencia personal, poemas cuyo frecuente y desenfadado homosexualismo no inhibió que un cogollito de amigos los leyéramos con entusiasmo melancólico en los años 80 (v.gr., Recuerda, cuerpo, El sol de la tarde, Al atardecer). En esos textos, a diferencia de los «históricos”, brillan por su ausencia la actualidad política, el imperialismo europeo o la amenaza del comunismo de esos años. No hay, no puede haber, pues parece parte del arte poético de Kavafis, alusiones a los «grandes” de los años 20 y 30 y sus querellas.Quizá sea que en ese momento esos avatares no eran aún mitificables, aunque ya se sabe que no pudieron faltar los obtusos Nerudas o Pounds para intentarlo. Este hecho literario puede ayudar a poner en perspectiva lo que ha pasado este último tiempo en América Latina. En efecto, al hacernos volver sobre el libro de la historia, al obligarnos a aprender un poco sobre los anales para entender mejor sus poemas, al hacernos estudiar los jalones de una historia varias veces centenaria que apenas barruntamos, Kavafis nos hace relativizar el patético presente que nos toca vivir, dándonos una gran lección literaria.Margarita Yourcenar escribe en un ensayo que las guerras religiosas del siglo XVI entre protestantes y católicos «se habían convertido a la larga en el pretexto o el disfraz de los violentos y de los ambiciosos, un medio de excitar la histeria de las masas, un modo de santificar a los ojos de los tontos las ambiciones de los listos”.Del mismo modo, la historia del socialismo en el siglo XX solo puede ser vista como la transformación de algunos ideales vagos de igualdad y justicia en mera realpolitik. E insistir en sostenerlos en este nuevo siglo en este rincón latinoamericano ha sido, lo vemos ahora que comienza a retirarse, un gesto de mal gusto marcadamente provinciano.Provinciano porque mientras Kavafis habla de los centros políticos mundiales del momento histórico (en las Termópilas, en Magnesia, se jugó verdaderamente el dominio del mundo conocido entonces), el socialismo del siglo XXI pasará a ser apenas una anécdota regional, un dato más de la más bien exótica «latinoamericanidad”, una gesta más bien indigesta que quizá no merezca ni un poema alusivo.Sí, verdaderamente no parece que el siglo XXI aguante seguir viendo las cosas con los lentes del XX: esto es lo que creo quiso anticipar el viejo Eliot, con un tono poético mejor (como que era más grande poeta): «No podemos revivir las viejas facciones/no podemos restaurar viejas políticas/ni seguir un antiguo tambor/ Esos hombres, y aquellos que se les opusieron/y aquellos a quienes ellos se opusieron/aceptan la constitución del silencio/y están en el redil de un solo partido”.*Ensayista y crítico literarioPágina Siete – La Paz