Prostitución masculina, un efecto impensado de la crisis española


La escritora Alicia Giménez Bartlett habló con Infobae sobre su nueva novela, «Hombres desnudos», que explora el submundo del mercado de «los chicos de compañía»

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—Si bien no toda su obra está vinculada a la novela negra, usted cosechó muchos éxitos en este ámbito, ¿cómo es salir de ese mundo para trabajar en una novela como ésta?
—Inicié mi carrera con novela no de género y voy intercalando entre novelas no de género y otras sin género. Me gusta porque es una manera de descansar un poco de labores creativas. Y además, en la novela criminal introduzco mucho humor, un poco de critica social y es un juego más intelectual. Quizás no persigue tanta profundidad como las otras novelas intentan tener, pero me divierte. Tienen lectores que siguen mucho a mi policía femenina y voy a seguir haciéndolo así.
—»Hombres desnudos» es una novela que está atravesada por el impacto de la crisis económica, ¿consideraba que era insoslayable?
—Nada es insoslayable ni una novela es una especie de fatalidad del destino. Pero ya llevamos en Europa tantos años con la maldita crisis, que está siendo tan global y tan profunda, que me llamaba la atención ver las consecuencias no en números sino en la interioridad de las personas. Cómo una crisis puede cambiarte la vida no solo económicamente sino moralmente, amorosamente. Tiene muchas más consecuencias de lo que creemos y es lo que yo he intentado mostrar en este libro.
—Justamente, está esta idea de que la crisis económica representa también una crisis en la identidad. En algún punto, ningún personaje sabe quién es.
—Sin duda alguna. Sobre todo los personajes masculinos. El hombre ha sido educado más para ser el rey de la creación, llevar la comida a casa y hacer todo tipo de heroicidades. Y de repente, cuando su grupo social de trabajo se rompe y se ve fuera de cualquier contexto, se hunde con más facilidad que una mujer. A las mujeres no nos han educado tradicionalmente para regentar nada. Y quizás nos sentimos menos humilladas por una situación de desempleo y somos más prácticas. Es una opinión.
«Fui a clubes de striptease y hablé con algunos chicos de compañía para entender cómo funciona este entramado»
—La prostitución masculina es un mundo menos explorado que el de la femenina, ¿qué la llevó a adentrarse en este ámbito?
—Leer una noticia en un periódico en España que decía que la prostitución masculina para mujeres había aumentado en un 30% desde que empezó la crisis. Me sorprendió porque ni siquiera sabía que estaba tipíficado ese tipo de prostitución como para establecer un porcentaje. Empecé a investigar y vi que hay cosas que se juntan. Hay hombres, normalmente jóvenes, que pierden su trabajo, que tienen trabajos precarios y no tienen más remedio que buscar cualquier cosa que les dé dinero. Y, al mismo tiempo, mujeres que son muy exitosas, que tienen trabajos que cada vez les importan más y que son menos emocionales y menos amorosas que lo que convencionalmente se supone que es una mujer. Me pareció que era interesante explorarlo y encontré toda una especie de red de buena sociedad donde esas mujeres exitosas y empresarias cada vez echan más a su mano un chico de compañía.
—La novela detalla todas las reglas y hábitos que hay en este universo, ¿cómo se informó?
—Me informé primero asistiendo a clubes de striptease masculino en Barcelona y en Madrid. Era una especie de fiesta desmadrada donde iban grupos de mujeres jóvenes que festejaban un cumpleaños o haber acabado los estudios y señoras festejando un divorcio. Y me llamó la atención que detrás de eso no hubiera un mundo más oscuro, que aquellos fueron chicos maravillosos que bailaran, se desnudaran y se largaran. Fui por medio de una amiga mía que es muy exitosa en su trabajo, empresaria, que trabaja las 24 horas y además tiene dos divorcios en la espalda. En fin, una mujer un poco típica de estos tiempos que me abrió los ojos y me dijo que ella salía con este tipo de muchachos, que a veces la acompañaban al teatro o una cena. Y que algunas veces había sexo y otras no. Le pregunté si era algo normal y me dijo que sí, que hay agencias y está Internet, pero que a un cierto nivel se prefiere el boca oído, es decir, la recomendación: «Conozco un chico maravilloso…». Conocí algunos de estos muchachos, hablé con ellos y me enteré de cómo funciona básicamente este entramado. Por supuesto, luego inventé todos los personajes, no son nadie en concreto, pero es cierto que me informé bien del mecanismo de cómo funcionan.
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Portada de «Hombres desnudos», la novela que le dio a Alicia Giménez Bartlett el Premio Planeta en 2015
—Es un mundo distinto al de la prostitución de mujeres, ¿no?
—Completamente. Entre otras cosas, porque es un mundo con mucho dinero. Por desgracia, la prostitución femenina ha tenido tal alcance en toda la historia de la humanidad que cualquiera con dos pesos en el bolsillo se puede permitir una mujer. En el caso de los hombres no es así. Hay un alto nivel económico en las mujeres que lo solicitan y normalmente está muy controlado socialmente.
—Las escenas de sexo son muy importantes en esta novela, ¿hay límites?
—Es muy difícil. No sé si lo he conseguido, pero intentaba no herir la sensibilidad de nadie ni tampoco huir de las palabras, que es algo muy común. Uno puede decir siempre que «haces el amor». En España la gente dice «follar». Entonces, no tengas miedo de decirlo. Puedes ser perfectamente capaz de introducir esas palabras de uso común, pero procurando no ser soez. Por un lado no caigas en la anatomía y por otro no caigas en la pornografía. Es un equilibrio que no es fácil.
—El otro día nos visitaba su colega y compatriota Lorenzo Silva, y nos decía que funciona mejor por elipsis que por exhibición, y además hablaba de este riesgo de que la escena termine siendo cómica.
—Yo estoy de acuerdo parcialmente con Lorenzo, que además somos buenos amigos. Creo que la elipsis muchas veces cabrea profundamente. Eso de: «Y desaparecieron por el pasillo…». No quiero que desaparezcan, quiero estar un poquito como voyeur y ver cómo funciona el asunto.
—Además, en una novela cómo esta sería imposible hacerlo.
—Exacto. En esta novela hablan los personajes y por lo tanto tienen que estar en la acción. Una elipsis moderada y una exhibición moderada. Al final, te las apañas cómo puedes.
—En la novela conviven muchas miradas y algo muy interesante es que, luego de que un personaje interviene en un diálogo, toma la voz narradora.
—No quería que hubiera un narrador omnisciente, que se moviera con toda facilidad por todos lados e indicara a lector donde mirar. Si usted se fija, no hay ninguna descripción física del lugar, no se sabe en qué ciudad ocurre. Eso es deliberado. Quería que la mente del personaje y la del lector entraran en directa comunicación lo más posible. Y que el lector fuera el narrador y armara ese rompecabezas. A veces en los diálogos vemos cómo uno de los personajes habla y luego piensa lo contrario de lo que acaba de decir. Siempre la idea fue ir a la mente del lector y que él recibiera los datos, juzgara, opinara o se abstuviera de seguir leyendo.

Fuente: infobae.com