El río Iténez es la gran autopista que lleva hasta el maravilloso mundo de un lugar que es patrimonio de la humanidad. Los guardaparques son los centinelas de una joya natural que alberga a especies únicas en el mundo
Roberto Navia Gabriel – [email protected] –
El río Iténez es una fuente de agua mansa, con su bruma tímida y su aire travieso que golpea el deslizador que ha partido desde Piso Firme bien temprano y que llegará a Flor de Oro cuando la luna esté colgada en un cielo enorme. Ulises Carageorge es el capitán que domina el aparato empujado por un motor fuera de borda de 40 caballos de fuerza, y su objetivo es llevar al equipo de periodistas de EL DEBER hasta las entrañas del Parque Noel Kempff Mercado, para descubrir un mundo mágico de postal y de muchos ensueños, desconocido para casi todos los bolivianos.
Flor de Oro es uno de los 10 campamentos con guardaparques administrados por el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (Sernap). La casona, forrada con malla milimétrica para que no entren los mosquitos, está instalada en una altura plana, en las faldas del río, desde donde se divisa el pasar de embarcaciones y el resplandor que emana del alumbrado público de Pimenteira, la población brasileña que está a 20 minutos en lancha y que disfruta de adelantos tecnológicos de primer mundo.
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Ulises es también guardaparques. Después de salir bachiller llegó de Santa Ana del Yacuma atraído por la actividad forestal. Con los años, dejó la empresa maderera y se entregó a tiempo completo al cuidado de los árboles y de los animales que viven dentro del parque nacional.
Ahora está concentrado, con una mano en la empuñadura del motor y con su mirada serena en el horizonte, expectante a la ruta serpenteada del río; a las hojas de tarope que se desprenden de la orilla y que naufragan sin prisa, a los lagartos que nadan de una playa a otra con la cabeza fuera del agua; a los patos que aletean en bandada tras que escuchan el ruido del deslizador y se elevan al cielo como aviones perezosos.
“Allá empieza Brasil”, dice Ulises y apunta hacia la otra orilla del Iténez. De Brasil provienen el ruido de las verbenas nacidas en núcleos urbanos dentro del monte y de embarcaciones con turistas salen manos amigas que acompañan saludos que dicen: “Bom día amigos”.
“Los brasileños son los que están aprovechando turísticamente este río”, dice Ulises, ya en el primer campamento de Bella Vista, hasta donde se llegó justo al mediodía y donde hay un guardaparques al que llaman Toma Café, y que su esposa le ha enviado una encomienda que él aguardaba con ansiedad notoria, porque ellos hacen turnos de varias semanas, para salir después a reunirse con sus familias.
Los guardaparques son personas informadas. Saben, por ejemplo, que el parque fue creado en el año 1979 con el nombre de Parque Nacional de Flora y Fauna Huanchaca, que en 1988 fue elevado al rango de ley como Parque Nacional Noel Kempff Mercado, en homenaje al científico y naturalista Noel Kempff Mercado que en 1986 fue asesinado por narcotraficantes en la serranía de Caparuch.
– Miren, ya se divisa la meseta donde fue muerto el profesor Noel, dice Ulises. Caparuch ahora está visible y el guardaparques la mira en silencio.
La historia trágica la conocen muy bien los guardias con los que uno se topa dentro del parque. Cuentan que el 5 de septiembre de 1986 la avioneta en la que viajaba don Noel, el piloto Juan Carlos Cochamanidis y el guía Franklin Parada, aterrizó por equivocación en una pista utilizada por los narcotraficantes que tenían allí una fábrica de cocaína y que una ráfaga de balas mataron a los tres hombres que habían llegado para estudiar la flora y la fauna que reina en el parque.
Don Armando Yépez Ruiz está orgulloso de trabajar como guardaparques desde el 11 de junio de 1987. Tiene 74 años de edad y dice que no le duele ni la uña porque gran parte de su vida respiró aire puro dentro de los campamentos y se dedicó a la loable tarea heredada por el profesor Noel Kempff Mercado.
Don Armando nació en Villa Montes, donde se dedicaba a la ganadería. Lo dejó todo por su nuevo trabajo. Aquel año, recuerda que eran 40 los guardaparques, (ahora son 27) y que es el único que queda de aquella camada de cuidadores de la naturaleza.
El parque está con buen estado de salud, dice su director, Sandro Áñez, oriundo de Piso Firme, que no oculta su satisfacción porque gracias a una alianza con niveles de gobiernos municipal, departamental y nacional, se destinarán recursos financieros para desarrollar proyectos para explotar la belleza natural del área protegida.
“En un mes se firmará el convenio interinstitucional para invertir en toda la infraestructura que se necesita para explotar el turismo. Se construirán los albergues para dar las condiciones a los visitantes”. La voz de Áñez también revela que como un primer paso está el atraer turistas brasileños y que hay que generar condiciones para que crucen al río y entren al parque, mientras que los visitantes de Europa podrán llegar a Flor de Oro por avioneta y los nacionales por tierra hasta Piso Firme.
Los guardaparques confirman que el flujo de turistas es casi nulo, porque la zona no se promociona y tampoco existen las condiciones para atender a los visitantes, contrario a lo que ocurre en el lado brasileño, donde a orillas del Iténez se levantan hoteles y centros recreacionales.
El director de Áreas Protegidas de la Gobernación resalta que se debe proteger las especies de plantas y de animales que existen en el parque, mucho más si es que está prevista la construcción de una carretera asfaltada que llegará hasta Piso Firme y Remanso, muy cerca del área protegida.
Áñez se refiere a que el Noel Kempff Mercado alberga a 2.700 especies de plantas superiores registradas, aunque se estima que podrían alcanzar a 4.000 especies; también se han registrado 1.098 especies de fauna, que van desde ciervos de pantanos, jaguares, tigrecillos, monos tití, marimonos, manechis, parabas jacinta, tatarugas, caimanes y hasta jaguares negros o panteras.
Ulises estaciona la lancha en una orilla donde una familia está pescando. “Vamos a caminar unos metros, vamos a dirigirnos a la cueva del tigre”. Es una cueva en medio de una roca. “Años antes, dice, contaban que ahí dormía un felino.
Ulises recuerda que una vez, cuando acompañaba a un grupo de turistas, hubo un extranjero que empuñó su linterna y se metió en la cueva. “Yo me asusté, porque cualquier cosa pudo haberle pesado, que le pique una víbora, por ejemplo”, se queja.
Pero Ulises no es una caja de lamento. Al contrario, es un hombre que no piensa jubilarse, que junto a 26 guardaparques domina el mundo escondido en el Noel Kempff y maniobra con pericia el deslizador que navega incluso de noche sobre el Iténez.
Al retornaba a Piso Firme con el equipo de EL DEBER se hizo la noche. Cuando eso ocurre y cuando está sin reflectores, Ulises se deja llevar por las sombras de los árboles que se reflejan en las aguas mansas de un río observado por una luna de plata
Fuente: eldeber.com.bo