Fábula de Rubén, el niño triste y sin Jabulani


Pablo Javier Deheza

pablo-d Rubén es ahora un niño triste y sin Jabulani. El quiso ser mundialista, soñaba con jugar en las grandes ligas, ser un león en la cancha y rugir con cada gol. No pudo ser así. Un auquénido desalmado se cruzó en su camino y lo dejó sin Jabulani.

Mucho tiempo atrás Rubén era un niño que jugaba feliz en su cancha. Practicaba sus técnicas y se creía el mejor. De pronto, un mal día, apareció desde el oeste un auquénido desalmado. Rubén comprendió que éste venía con la intención de quitarle la cancha, así que se dispuso a defender su territorio donde él podía jugar con su Jabulani alegremente y de modo autónomo todas las tardes, como a él le gustaba. Fue entonces que Rubén decidió ponerse a rugir y rugir intentando persuadir al auquénido desalmado de que él era el león en esa cancha y que al otro, siendo apenas un auquénido desalmado, más le valdría salir huyendo por su vida.



El auquénido desalmado no se tomó a pecho los rugidos de Rubén. Más bien se le acercó, le dijo que tanta alharaca no era necesaria y lo retó a un juego para definir cuál de los dos se quedaba con la cancha. Rubén, quien en verdad creía que podía ser mundialista y que juraba que tenía la Jabulani más grande del África, aceptó sin dudarlo. Resultó que el auquénido desalmado era mucho más fiera que él en la cancha y que venía acompañado de sanguinarios e incansables jugadores diestros como Rubén nunca había visto. Aún así Rubén resistió. Aguantaba y empataba el partido hasta que Oscar, su compañerito de equipo, metió el autogol. Rubén perdió y desde entonces el auquénido desalmado pudo jugar libremente.

Rubén pensó que ahí iba a quedar la cosa, pero el auquénido desalmado tenía otros planes. El auquénido desalmado empezó a comerse a los compañeritos de Rubén. Al principio Rubén quiso protestar porque no quería quedarse sin compañeritos con quienes jugar alegremente y de modo autónomo. Una vez más Rubén empezó entonces a rugir y rugir, hasta que el auquénido desalmado le invitó a sentarse y Rubén se sentó. El auquénido desalmado le explicó entonces el no debía hacerse mucho problema con que se estuviese comiendo a sus compañeritos de juego. Le dijo que a él no lo iba a comer y le garantizaba que él siempre iba a poder seguir jugando con su Jabulani. Le explicó a Rubén que mientras menos jugadores hubiera en la cancha, más tiempo él podría entretenerse con la Jabulani. Esa idea tentó a Rubén y Rubén dejó entonces que el auquénido desalmado siguiese comiéndose a sus compañeritos.

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Un día Rubén quiso subirse a una torre con rosas para ver mejor desde ahí todo lo qué hacía el auquénido desalmado. Pero al auquénido desalmado no era tonto y esas cosas no le gustaban. Pronto reconoció la treta y se vino a encarar a Rubén. Le dijo que eso estaba mal, muy mal, y que nunca, nunca, debía volver a intentar algo así, Que a él no le gustaba que se suban a ninguna torre y mucho menos con rosas. Rubén bajó la cabeza y le dijo al auquénido desalmado que estaba viendo visiones, que la tal torre no existía y que esas eran cosas de su imaginación. El auquénido desalmado se quedó pensando si era posible que esa torre que estaba viendo en verdad no existiera y fuese solo un espejismo. Algo le hizo dudar en lo más profundo de su ser acerca de Rubén. Decidió desde entonces tenerlo entre ceja y ceja.

Un día, por esas cosas que tiene la vida, Rubén amaneció nuevamente triste. Tanta fue su tristeza que se puso nuevamente a rugir y rugir. Rugió tanto que acabó llorando y se dio cuenta de que la vida le importaba un bledo si no podía jugar. Así que decidió lavarse la cara, ponerse su mejor traje e ir a buscar al auquénido desalmado. Esta vez le cantaría sus mil verdades y le aplastaría con su rugido. El auquénido desalmado lo recibió, le dijo que se siente y Rubén se sentó. Esta vez el auquénido desalmado le dijo que ya no había motivo para siga enojado. Le explicó que le dejaba la cancha y que podía ahora jugar alegremente y de modo autónomo todo cuanto quisiera. Le dijo que ya no se iba a comer a todos sus compañeritos, sino solo a algunos y de vez en cuando, porque ya estaba suficientemente lleno. Rubén se alegró. Finalmente iba a tener la cancha para él e iba poder jugar alegremente y de modo autónomo todo cuanto quisiese con los compañeritos que le quedaban.

Pero, le dijo el auquénido desalmado, me llevo la Jabulani. Rubén le preguntó entonces al auquénido desalmado cómo iba a poder jugar él con sus compañeritos alegremente y de modo autónomo sin Jabulani. Este le respondió que podía seguir practicando sus técnicas con el aire, porque Jabulani no iba a tener. Sin mayores recursos para discutir, Rubén se levantó, agradeció y, haciendo una reverencia, salió.

Así que esta tarde Rubén es un niño triste y sin Jabulani. Recuerda que alguna vez quiso ser mundialista, que mucho tiempo atrás un millón de ojos fueron a verlo y a escucharlo rugir; recuerda cada uno de sus rugidos. Hoy Rubén ha mandado a destruir todos los espejos y ha ordenado que todos a todos sus sirvientes les sean sacados los ojos. Nadie debe verlo sin Jabulani. Hoy solo tiene ánimo para mirar el piso. Únicamente su amigo Oscar le hace compañía y este, mientras Rubén solo puede pensar en que no tiene Jabulani, sigue practicando sus autogoles en el aire.