El Año Nuevo Aymara (rebautizado a última hora como “Andinoamazónico”) coincidió con el inicio de una marcha indígena de protesta sobre La Paz, señal de la fractura cada vez mayor entre las fuerzas del “proceso de cambio”. Aunque desde el oficialismo se intente tapar el sol con un dedo, achacándole las marchas de manera inverosímil a la cooperación norteamericana, el fondo de la cuestión es la división profunda que ha surgido en la izquierda boliviana, hasta hace poco hegemonizada por el gobierno. De un lado ha quedado la izquierda que cree genuinamente en la protección ambiental, frente a la que hace un mero uso instrumental de ese discurso para los foros internacionales, mientras que en la práctica promueve el extractivismo más brutal. De un lado la que cree de verdad en la inclusión de los indígenas, frente a la que simplemente los ha utilizado como peones descartables para la toma y concentración del poder.
Exportando “plurinacionalidad”
Cuando ya comienzan a verse los problemas generados por el diseño institucional de la nueva CPE, la Cumbre del ALBA a celebrarse en Quito el jueves y viernes de esta semana promete “impulsar los procesos de plurinacionalidad en la región”, es decir, a nivel continental. Todo apunta a que Bolivia ha sido utilizada como laboratorio social por fuerzas políticas internacionales, que ahora buscan exportar el modelo de deconstrucción del “Estado colonial” a otros países de América Latina. Si tuviera éxito, el proyecto supondría graves consecuencias geopolíticas regionales.
La lección de Colombia
Elegido con el 69% de los votos y controlando el 83% de las bancas del Parlamento, la primera medida de Juan Manuel Santos en la noche del domingo fue tenderle la mano a sus opositores y ofrecerles formar parte de un gobierno de unidad nacional. Qué distinta actitud a la vivida en nuestro país, donde la soberbia del “64%” impone casi a diario un rodillo parlamentario que aplasta las posibilidades de diálogo y concertación.
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