“Estos son capaces de matar hasta a su madre” es una expresión muy común cuando se alude a personas sin escrúpulos que son capaces de cualquier cosa con tal de conseguir sus propósitos. Estoy cada vez más convencida de que este es el caso de la cúpula que gobierna hoy Bolivia. Más aún hoy, luego de escuchar y ver los ataques a mansalva lanzados desde esa cúpula, ya no sólo contra sus conocidos adversarios, sino también contra sus propios aliados. En este caso, los pueblos indígenas del oriente boliviano, cuya dirigencia fue una más de los convencidos adherentes al llamado “proceso de cambio” que le dio contenido al discurso del MAS.
Hay que ver el cinismo y la prepotencia con las que está cumpliendo sus parricidios esa cúpula gubernamental. Desde el Presidente de Bolivia, al que le encanta hacerse llamar “indio”, hasta los funcionarios subalternos que engordaron sus hojas de vida con referencias de estudios y trabajos realizados en nombre de los indios, entre los que sobresalen por sus torpezas el Vicepresidente de Bolivia y el ministro de Autonomías. Todos ellos repitiendo hoy un nuevo libreto en el que enemigo principal son los pueblos indígenas del Oriente boliviano, a los que acusan de vendidos a organismos extranjeros y de ser funcionales a la “derecha”.
¿Habrá olvidado el ministro de Autonomías todo lo que aprendió y lo que enseñó en más de dos décadas de militancia a favor de los derechos de esos pueblos indígenas, vividas en el seno de CEJIS, hoy una más de las onegés tildadas de “enemigas del cambio” por parte de la cúpula gubernamental? ¿Les habrán lavado el cerebro al Presidente y al Vicepresidente, para que de pronto asuman –ellos sí- el discurso reaccionario de sectores que siempre se opusieron a las demandas legítimas de los indígenas del Oriente? Este es el mundo del revés: de pronto, los abanderados de la inclusión indígena son sus principales detractores, mientras que los nuevos defensores son quienes se opusieron históricamente a esa inclusión.
Preocupa, realmente, la saña con la que está atacando el Gobierno central a los indígenas que marchan reclamando nada más que el cumplimiento de las promesas hechas por el MAS y por el mismísimo Poder Ejecutivo. Preocupa, pero en lo personal no me sorprende. Ya había señales demasiado claras de que la cúpula gubernamental apenas estaba usando las demandas indígenas y de otros sectores desfavorecidos de la sociedad, para acumular poder y ejercerlo a su gusto y placer. Lo hizo recurriendo a todas las artimañas y defectos de la política tradicional que tanto dijo combatir: a través de la prebenda, de la compra de conciencia, del chantaje político y emocional.
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Conseguido su propósito, hoy no tiene el menor empacho de pasarles cuchillo a los indígenas del oriente que apoyaron su proyecto político y que ahora tienen la osadía de recordarle las promesas y compromisos hechos, y por si fuera poco, de exigirle que cumpla con ambos. Como tampoco ha tenido empacho de condenar a los indígenas amazónicos que reclaman se cumpla el mandato constitucional de ser tomados en cuenta al momento de definir políticas de explotación de los recursos naturales que están en sus territorios. ¿Acaso no era que este Gobierno iba a salvar a la Pachamama? Vaya, resulta que la tierra es sagrada según los intereses que se juega el MAS. Pachamama, nada; pura “mamada” nomás.
Peligroso panorama es el que nos ofrece ahora el Gobierno central, al que ya no le importa ni siquiera guardar las formas en sus parricidios cotidianos y al que parece preocuparle más si el baño del avioncito de 38,7 millones de dólares que acaba de comprarle al Presidente tiene piso de mármol o no.
Santa Cruz, 3 de julio de 2010
*Periodista / Directora del SemanarioUno – (Columna Urupesa urbana, Página Siete)