Carlos Toranzo RocaAl inicio de 2017 vale la pena recordar que todos los regímenes que se autoproclaman a sí mismos como revolucionarios, los gobiernos de las izquierdas, antes de hacer sus revoluciones, previamente a su ingreso al poder, en las épocas de las proclamas fogosas contra sus enemigos, en las fases de las ofertas electorales, afirmaron que avanzarían al futuro generando otro tipo de valores, dotados de puridad. Expresaban que transformarían las conductas de los políticos, porque estaban hastiados del manejo corrupto del poder de los viejos partidos políticos y de los excesos de los partidos tradicionales. Juraban que los nuevos líderes, los dirigentes renovados, los nuevos partidos –es decir, ellos y sus jefazos- vendrían vestidos con los trajes de la transparencia, de la austeridad y de la incorruptibilidad. Ese tipo de políticos y organizaciones políticas casi siempre han marcado sus ofertas revolucionarias y arengas preelectorales con los signos de la ética, de la transparencia, con la idea de la creación de los «hombres nuevos”, diferentes a los corruptos del pasado, distintos a los manejos voluptuosos del poder de la clase política tradicional.Todos ellos han sido críticos duros de los caudillos de los partidos tradicionales, los han criticado por el exceso de concentración del poder en el gobierno en sus partidos. Han expresado firmes arengas contra la ausencia de democracia interna, ya sea en el MIR, en ADN o en el MNR.Se han manifestado bulliciosamente contra cualquier forma de nepotismo, han enjuiciado a los políticos que osaron poner en la administración pública, en embajadas, a sus parientes, hermanos, tíos, sobrinas, yernos o enamoradas. Sí, así actuaron durante años en la oposición, asumiendo el rol de jueces, cubriéndose con el manto de la puridad para enjuiciar a cualquiera que, según ellos, habría cometido un pecado de corrupción o de falta de transparencia y de ausencia de respeto a las normas de austeridad que debería tener un país tan pobre como el nuestro.Y, claro, mucha gente, popular o no, encopetada o no, molesta también con las corrupciones de los sistemas políticos, cansada de los excesos de los políticos tradicionales, hastiada de los tráficos de influencias, aceptó nuevos gobiernos, hasta votó por nuevos liderazgos, pero con la esperanza de que la ética pueda acercarse a la política, con el sueño de pensar en el manejo transparente de la cosa pública. Pasada una década de esas épocas, muchos entienden que equivocaron su voto. Pero, como siempre, hay una distancia sideral entre la palabra y los hechos, como también es muy grande la distancia entre el verbo y la conducta real de los políticos, especialmente de los nuevos líderes revolucionarios. La realidad del proceso de cambio, lo concreto del uso del poder en estos últimos años nos muestra, ya no signos, sino conductas recurrentes que borran los discursos níveos de transparencia que emitieron esos políticos cuando estaban en la oposición.Durante años hubo problemas de transparencia en área de vivienda, otro tanto aconteció con la coca confiscada. A eso se sumaron los manejos no transparentes en la compra las barcazas, los autos chutos, el manejo inescrupuloso de Diprove. Tampoco fue claro el manejo de dineros que no entraron al TGN que sirvieron para prorrogar el poder, los casos del Fondo Indígena, de la exnovia del Presidente y el manejo de LaMia son expresiones vulgares de tráfico de influencias y de corrupción. Ahora, contra el buen sentido de la trasparencia, se adjudican obras públicas millonarias sin ningún tipo de licitación.El tráfico de influencias no sonroja a nadie del poder y, más grave que eso, parecería que la sociedad se está acostumbrando a que la transparencia no exista. Es una tragedia la población se está acostumbrando a ver más corrupción, a vivir sin valores. El poder austero vuela en aviones de lujo, llevando a séquitos de incondicionales, pero todavía el proceso de cambio expresa que vino a instalar nuevos valores en la política, ¿qué valores? Se pide austeridad en el Vaticano, pero al día siguiente se inauguran obras faraónicas. Los valores se han trastocado, la transparencia se ha hundido, se ha reforzado el mundo de “cambalache” donde, desde el poder, el que no se beneficia a sí mismo, el que no utiliza el tráfico de influencias, el que no usa los favores del gobierno es un gil. La sencillez ha sido cambiada por el culto a la personalidad, por la edificación de museos que estarán llenos de camisetas de fútbol que usó Yo, el Supremo. El avión del poder pretende aterrizar en la casa del pueblo, desea eternizarse, olvidando que el voto de la gente dijo No a la re-re-elección. De todas formas, hay millones de bolivianos que sienten que más que antes hoy es hora de conectar la ética con la política.Página Siete – La Paz