A los 12 años declaró «No he venido a este mundo para hacer feliz a Tom Cruise»: la actriz lleva más de 20 años sin preocuparse de lo que pensarán de ella y su carrera, una de sus grandes virtudes.
El Hollywood de los 90 parecía un campamento de verano. Las estrellas infantiles veían su sueldo crecer más rápido que sus huesos, y mientras su fama aumentaba, el matrimonio de sus padres se derrumbaba. Los chavales encajaban en un mismo molde (canallitas con cara de haber dormido menos de lo que deberían), pero las niñas ofrecían más complejidad y variedad: estaba la rara (Christina Ricci), la respondona (Gaby Hoffman), la adorable (Thora Birch) y la aventurera (Anna Chlumsky). Y luego estaba Kirsten Dunst. Inclasificable, incómoda y desconcertante. Durante la promoción de su primera película, Entrevista con el vampiro, le preguntaron si le hizo ilusión trabajar con la mayor estrella del planeta (Tom Cruise) y ella no parpadeó cuando respondió «yo no he venido a este mundo para agradar a Tom Cruise». Tenia 12 años y estaba destinada a reivindicarse como la principal superviviente de aquella precoz generación de miniactrices.Durante años, Kirsten culpó a su madre por haberla empujado a trabajar en Hollywood desde pequeña y tratarla más como a una mina de oro que respira que como a una hija. «Cuando salí de hacer la prueba para Entrevista con el vampiro, mi profesor de interpretación había estado escuchando en la puerta. Así que me obligó a volver a entrar, se disculpó con la gente del cásting y me hizo repetir la prueba», recuerda Dunst. Con 12 años la obligaron a besar a Brad Pitt en contra de su voluntad, erigiéndose como la única chica de todo el planeta que rechazaría esta propuesta, porque le daba asco. «Era una niña pequeña. Estaba convencida de que Brad tenía piojos. No volví a besar a nadie hasta los 16 años», explica la actriz. Con 18, tuvo que soportar que todo el equipo fuese de colegueo con sus compañeros en el rodaje de Spiderman (Tobey Maguire y James Franco) mientras que a ella la llamaban «la chica». «No me gustaba en absoluto» confiesa la actriz, «creo que pensaban que era un piropo, pero a mí me parecía desdeñoso. Sin embargo, nunca me quejé. Pero hace poco coincidí en un rodaje con el asistente de dirección, y le conté cómo me disgustaba [ese apelativo]. Así que él me trató de un modo completamente diferente, y nos entendimos fenomenal».Cuando en 2008 ingresó en rehabilitación, los medios salivaron ante la hipotética debacle de la ex-niña prodigio, una tragedia que ya hemos visto antes y que está condenada a repetirse. Las crónicas explicaban cómo Dunst había perdido el control sobre su vida social, y varios testigos aseguraron haberla visto bailando en discotecas con sus amigos. Un comportamiento inofensivo para cualquier chica de 26 años, pero sobredimensionado por una cobertura mediática hambrienta de niñas caídas en espirales de autodestrucción. Tras ser dada de alta, la actriz aclaró que su tratamiento había sido para combatir su depresión: aprender a ser mujer mientras Hollywood no le daba trabajo le provocó una ansiedad y tristeza que fueron más fuertes que ella. La naturalidad con la que ella habla de sus conflictos tumbó cualquier rumorología. Esa honestidad ha acabado jugando a su favor. Haga lo que haga, Kirsten Dunst despliega una humanidad que trasciende la pantalla. Y lo más importante, no parece una superestrella fingiendo ser la chica de al lado. Kirsten Dunst realmente parece la vecina de cualquiera.En su primera escena de Spiderman, Mary Jane Watson aparecía sacando la basura. En un par de minutos, descubrimos que se trata de una chica corriente, aunque no vulgar, sensible y motivada por sus sueños. Nada de eso está en el guión. Todas las cualidades que hicieron de Mary Jane un nuevo canon para «la chicas del héroe» residían en la forma en la que Kirsten Dunst ocupa el espacio. Y nunca nadie la ve venir. «A nadie le importaba A por todas, el estudio creía que era una película minúscula e irrelevante. Pero la gente quiso ir a verla, y cuando fue número uno, siendo mi primer papel protagonista, me puse a llorar«, confiesa Dunst. Sus personajes siempre ansían algo más, ya sea casarse (Mujercitas), crecer (Entrevista con el vampiro), ganar trofeos (A por todas, Muérete bonita) o entender el mundo (Olvídate de mí). Sus personajes nunca se conforman. Por eso su Peggy Blumquist de la temporada 2 de Fargo, ahogada en su propia mediocridad, ha coronado una trayectoria tan errática como atestada de películas generacionales. Cuando ha explorado personajes opuestos a su registro soñador habitual, vencidos por la depresión y la apatía vital (la huérfana de Jumaji, la adolescente autodestructiva de Las vírgenes suicidas, la reina inconsciente de Maria Antonieta) demuestran que hay pocas cosas que Kirsten Dunst no sea capaz de hacer. Resulta imposible haber nacido en los 80 y que, en algún momento, tu película favorita no estuviese protagonizada por Kirsten Dunst.
Su premio a la mejor actriz en Cannes por Melancolía, donde encarnaba la absoluta falta de ganas de vivir y de acostarse con Alexander Skaarsgard, reconoció su entrega física y emocional y compensó el mal rato que pasó mientras el director Lars Von Trier defendía que Adolf Hitler no era un mal tipo y ella tuvo que darse la vuelta de la vergüenza que le estaba dando. Sin embargo, nunca ha terminado de rematar, incapaz de derribar la barrera que separa a las estrellas del resto de actrices. Para ella Hollywood es como una tienda donde casi nunca tienen ropa de su talla. Pero a los 35 años, Kirsten Dunst ha aprendido a utilizar sus herramientas: saca petróleo de personajes ordinarios que las estrellas de verdad no quieren hacer. Y cuando dentro de 20 años necesiten a una mujer de cincuenta que aparente su edad, Kirsten se convertirá por fin en la primera opción del casting.
«Me ofrecen mucha mierda, no soy el tipo de actriz a la que ofrecen los mejores papeles», reconoce Dunst, «así que a veces simplemente me toca esperar»
«Me ofrecen mucha mierda, no soy el tipo de actriz a la que ofrecen los mejores papeles», reconoce Dunst, «así que a veces simplemente me toca esperar». La actriz, en contra del consejo de su agente, nunca se ha arreglado los dientes. No tiene reparos en pedir que le pongan las sobras de su comida para llevar (una foto de ella comiendo mientras su exnovio Jake Gyllenhaal posaba se viralizó hace unos años), o pagar de su propio bolsillo la promoción de sus películas cuando el presupuesto es tan ínfimo que apenas da para cubrir un peluquero para las sesiones de fotos. Esa sensación de que Hollywood no se preocupa demasiado por ella le permite moverse lejos del radar de la fama, y básicamente hacer lo que le da la gana. Su personaje en Figuras ocultas, una antipática jefa que no es consciente de lo racista que es, podría haber sido interpretado por cualquier otra actriz. Pero una vez más, Dunst forma parte de una película destinada a emocionar a las masas. No puede ser casualidad. Tras un par de décadas permanentemente a punto de convertirse en una estrella de verdad, todo indica que ese momento nunca va a suceder. Lejos de frustrarse, Kirsten aprovecha la libertad de movimiento que eso le ofrece.Recién prometida con Jesse Plemons (su compañero en Fargo), Kirsten quiere tener hijos y aprender a cocinar de una vez por todas. Mientras se pone a ello, volverá a trabajar con Sofia Coppola por tercera vez en The Beguilded, y debutará como directora con la adaptación de la novela de Sylvia Plath La campana de cristal. «Es mucho más fácil para un director mediocre trabajar en esta industria. Si eres una mujer, sólo podrás dirigir cine si eres increíble. Ese es el aspecto más despectivo [de Hollywood], debes ser realmente fantástica para que te dejen entrar» explica Dunst. Tras reconciliarse con su profesión (plenamente consciente de lo que Hollywood está dispuesto a darle y lo que no), con su madre (viven a seis calles la una de la otra) y consigo misma, Kirsten Dunst sigue caminando hacia adelante como una triunfadora no sólo porque haya vivido para contarlo, sino porque 23 años después de robarle la película a Tom Cruise, Brad Pitt y Antonio Banderas en su cara mientras sus padres se separaban porque no se ponían de acuerdo en cómo repartirse su dinero, seguimos hablando de ella. Porque ella es una mujer que tiene mucho que contar, y no sólo la anécdota de que Tom Cruise le envía cada Navidad un pastel de coco. La historia del cine moderno, sencillamente, no puede escribirse sin mencionar a Kirsten Dunst.Fuente: revistavanityfair.es