Marcelo Ostria Trigo
“Cuando se opina sobre las posibilidades de solución de la mediterraneidad boliviana, con frecuencia se corre el riesgo de inflamar pasiones y de desatar polémicas poco constructivas”. Con ese riesgo, nuevamente me refiero a este tema trascendental.
El diario La Tercera de Santiago (25/07/2010) publicó una entrevista al general (r) Juan Emilio Cheyre, ex comandante en jefe del Ejército de Chile durante la Presidencia del socialista Ricardo Lagos y que ahora es director del
Centro de Estudios Internacionales de la Universidad Católica de ese país, con el título de "Es viable y tiene lógica reeditar el acuerdo de Charaña", lo que contrasta con el anuncio del presidente Sebastián Piñera de que no negociará una solución de la mediterraneidad de Bolivia que se base en la transferencia de un territorio que vincule a nuestro país con el océano Pacífico.
La afirmación del general Cheyre muestra que en Chile no es unánime –como no lo fue en el pasado– la cerrada negativa a la cesión a Bolivia de un acceso soberano al mar. Muestra también que persiste la preocupación chilena porque los bolivianos, pese a sus diferencias, conservan una coincidencia fundamental: el retorno al mar.
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Las frustradas negociaciones con Chile de 1975 han dejado enseñanzas y pueden ser un nuevo punto de partida –como antes las notas de 1950– para una negociación que culmine en la satisfacción de la “fundamental necesidad boliviana de una salida propia y soberana al océano Pacífico”. En 1950, y más aún en 1975, se estuvo cerca de lograr una solución y ahora “no hay razón para que no se pueda reeditar un clima propicio y, entonces, llegar a un arreglo definitivo sobre la mediterraneidad de Bolivia”. (MOT. Temas de la mediterraneidad, 2004).
Una de las causas de la frustración de la última negociación fue la generalizada oposición a la fórmula de negociación, especialmente sobre la propuesta de Chile de basar la solución en un canje territorial. Habrá que recordar que un diplomático –entonces ya retirado del servicio exterior de Bolivia– declaraba dramáticamente y con demagogia que prefería “una Bolivia enclaustrada a una Bolivia mutilada”. No quería ver que en una negociación con Chile –sería igual con cualquier otro país– se requerirá concertar compensaciones. Y, en esto, hay que reconocer que Bolivia –fuera del canje territorial– no cuenta con otros recursos para dar en compensación sin comprometer su economía, su desarrollo y, finalmente, su futuro. Bolivia y Chile iniciarían una negociación de territorios de 1.098.581 y 756.096,3 kilómetros cuadrados, respectivamente, y terminarían con igual extensión, pero Bolivia con acceso al mar.
En 1975, a los bolivianos nos faltó unidad, la que nace de saber que se trata de una causa nacional. Predominó la política interna, pues se trataba de evitar que un régimen tuviera éxito en una negociación histórica.
No parece que, por ahora, la opinión del general Juan Emilio Cheyre vaya a ser recogida con facilidad, ni en Bolivia ni en Chile. La insistencia en lograr un ambiente de ‘confianza mutua’ que podría ser promisor para concretar una solución de la mediterraneidad posterga el avance, como lo muestra la muy publicitada agenda binacional de los 13 puntos, con un texto vacío, sin destino de concreción.
“Quizá en el futuro, que lo queremos cercano…, el proceso iniciado en Charaña se convierta en precursor de nuevas negociaciones con mejor destino y mayor comprensión” (MOT. Las negociaciones con Chile de 1975. 1987).