La estrategia implica –en líneas globales– la planificación de la mejor manera de utilizar óptimamente recursos disponibles para triunfar sobre el oponente y alcanzar un objetivo determinado, sea éste bélico, político, diplomático, comercial, electoral o industrial. El término contiene en sí dimensiones. Tiempo atrás divulgué sus cuatro dimensiones: operativa, logística, social y tecnológica (Bolivia y el mundo, 1995, Ed. Amigos del Libro).
Cada dimensión forma parte integral del conjunto. Dependiendo del tipo de conflicto, una u otra predominará, pero de ninguna forma se podrá prescindir de alguna de estas cuatro dimensiones fundamentales. En ciertos casos será el carisma del líder –o el talento del conductor militar– el que brinde el éxito por primacía de la dimensión operacional. En otros casos, la mejor manera de acomodar el sistema de abastecimientos en todos los órdenes –logística– podrá ser determinante. Cuenta la historia que la reina Isabel la Católica era una gran especialista en cadenas logísticas para esa época de la Edad Media. Su habilidad permitió a los caballeros castellanos derrotar y expulsar a los musulmanes (1492) de Granada, último reducto de los sarracenos (‘moros’), que permanecieron durante más de 700 años en la península ibérica.
Contemporáneamente –y ya desde el siglo pasado– vivimos una verdadera fiebre tecnológica. Los inventos vienen a carradas, acompañados ahora de una creciente masificación de la informática y de sofisticados sistemas de satélites de comunicaciones, armas de todo tipo, poderosas computadoras, misiles teleguiados, etc. Aunque en algunos casos la tecnología puede ser decisiva para el triunfo –siempre que en la estrategia se programe adecuadamente su uso y las otras dimensiones se manejen adecuadamente en simultáneo–, ello no necesariamente es así. En los llamados ‘conflictos asimétricos’, donde dos fuerzas no usan el mismo tipo de recursos ni pelean de la misma forma, las cosas no siempre favorecen al mejor dotado tecnológicamente. Al respecto, la guerra de Vietnam sigue siendo el paradigma hasta hoy, aunque en estos días temas como los de Irak y Afganistán nos reflejan una vez más la dificultad de controlar insurgencias locales –o generar apoyos populares en territorios ocupados– aunque se tenga lo óptimo en tecnología. Y aquí entra el lado social: ninguna campaña jamás será ganada sin el concurso de las fuerzas sociales a favor. EEUU fue derrotado en el sudeste asiático pese a dominar el espacio aéreo y disponer de una tremenda capacidad tanto tecnológica como logística. Nunca las tropas norteamericanas lograron convencer al grueso del pueblo vietnamita de la ‘conveniencia’ de su presencia allí, y tampoco los propios estadounidenses se convencieron de ello. La parte social se les dio la vuelta por completo en ambos lugares. Hubo, además, impedimento moral para usar armas nucleares y se careció de un jefe estadounidense capaz de competir con el genial general Vo Nguyen Giap, exitoso conductor de la guerrilla del Viet Cong y del Ejército de Liberación Nacional que tomó Saigón el 30 de abril de 1975. La derrota estrepitosa estaba cantada de antemano, pese a la implantación, desde 1969, de la llamada Doctrina Nixon, que impuso el retiro progresivo de tropas de EEUU.
Todo estratega –o aspirante a estratega– deberá tomar en cuenta que la ventaja tecnológica es necesaria, pero no siempre será factor determinante. La voluntad humana, el impulso social y el talento individual pueden –bajo determinadas circunstancias– superar lo técnico y asegurar la victoria en cualquier tipo de enfrentamiento desarrollado sobre las premisas de un concepto estratégico previo.
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* Ex canciller, economista y politólogo, www.agustinsaavedraweise.com | El Deber