Un libro de Bill Schutt repasa la práctica de alimentarse con miembros de la propia especie para tratar enfermedades, además de sus aplicaciones en rituales y con fines culturales
Más allá de que la antropofagia – el acto de incluir carne u otros tejidos humanos en la dieta – pueda producirse entre miembros de muchas especies, sin lugar a dudas el canibalismo como acto perpetrado por el hombre ha despertado la fascinación de historiadores durante los últimos siglos, en gran parte dadas las oscuras asociaciones ligadas a la centenaria práctica.
Es que el consumo humano de carne de sus congéneres que hoy representa sin lugar a dudas uno de los tabúes más aterradores de la historia humana, formaba parte de la cotidianidad de culturas que nos antecedieron y se extiende por más llamativo que parezca hasta el día de hoy, mediante una aplicación que forma parte de una tendencia progresista entre madres parturientas de todo el mundo.
Sin ir más lejos, el conjunto de «pueblos de los caribes» que en el momento del contacto colombino en el siglo XV ocupaba el norte de Colombia y el noreste de Venezuela entre otros territorios ya practicaba la antropofagia, llevada adelante mediante ataques organizados a la etnia «arawak» para capturar a niños, a los cuales castraban y criaban para comérselos.
A pesar de que muchos hoy día en sociedades occidentales continúan asociando al canibalismo con situaciones extremas de hambruna, casos criminales o personas con serios trastornos mentales, el exhaustivo repaso histórico de la sombría práctica, compilado en el libro «Canibalismo: Una Historia Perfectamente Natural» de Bill Schutt, obliga a replantear las nociones preconcebidas en la materia.
Más precisamente en la Europa del siglo XVII, la práctica de la hematofagia – o consumo de sangre humana – era considerada normal, recomendada por galenos para el tratamiento de los epilépticos. El autor asegura que tal era la popularidad de la costumbre, que al momento de llevarse adelante las ejecuciones públicas «se podía ver a los epilépticos parados cerca con una copa en la mano, listos para reclamar su vital elixir rojo».
Según el experto consultado por el New York Post, reyes y plebeyos que habitaban el «viejo mundo» alrededor del 1600 consumían rutinariamente carne humana, así como tripas y otras partes del cuerpo. «Lo hicieron sin culpa durante cientos de años» recalcó Schutt, quien además agregó que el consumo de sangre se hacía en ocasiones en formato de un polvo combinado con otros ingredientes, fórmula prescribida por médicos ingleses incluso hasta bien entrado el siglo XVIII.
Los registros históricos chinos sirven como evidencia de praxis canibalísticas con más de dos mil años de antiguedad, especificando con lujo de detalles el uso y la preparación de partes humanas con fines curativos. El escritor asegura que hacia el final de la dinastía Ch’ing – que reinó desde 1644 hasta 1912 – los tratamientos médicos incluían «el consumo de la vesícula biliar, huesos, piel, cabello, dedos del pie, uñas, corazón y el hígado».
Pero antes de que la dinastía Ch’ing asumiera el poder, relatos de soldados chinos a la caza de mujeres y niños por las calles de pueblos del territorio asiático ya circulaban para alrededor de 1500.
Zoólogo de profesión, Schutt asegura que el fenómeno del canibalismo «ocurre en toda clase de vertebrados, desde peces a mamíferos» así como en muchos tipos de invertebrados. Y aparentemente no ha discriminado cultura o estatus social a lo largo de la historia humana.
El «canibalismo médico» alcanzó tal popularidad en la Europa del siglo XVII que se experimentó un auge en las ejecuciones públicas a lo largo del continente, con cuerpos de prisioneros desmembrados por los interesados cuando estos todavía se encontraban respirando.
Las momias preservadas en perfectas condiciones, pertenecientes en su mayoría a emperadores y miembros de la realeza egipcia, eran codiciados tesoros en la Europa del 1600 siendo utilizados como medicina, consumidos o aplicados sobre la piel luego de ser procesados mediante un tratamiento de pulverización.
El autor asegura que debido a la lógica oferta limitada de momias provenientes de Egipto, un mercado de contrabando fue generado en Europa lo que hizo que llegaran al continente ejemplares en pésimo estado de conservación al borde del estado de putrefacción, lo que indefectiblemente volvía «no recomendable» su consumo humano.
Por más que resulte difícil de creer para muchos, las prácticas canibalísticas se han prolongado hasta el día de hoy, con una tendencia cada vez más popular entre madres que acaban de dar a luz y deciden tomar su propia placenta para evitar – sin ser beneficios científicamente comprobados – la depresión post-parto y fomentar la producción de leche materna.
Más allá de las adaptaciones modernas y con fines puramente médicos de la polémica costumbre centenaria, Schutt asegura que la noción del canibalismo como una práctica que cura una infinidad de dolencias ha desaparecido prácticamente del todo en la sociedad moderna del siglo XXI.
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Fuente: infobae.com