Nos dijeron que por fin íbamos a ver una película feminista firmada por los estudios Disney. Nos mintieron.
Diversas polémicas e informaciones se han sucedido en los últimos meses alrededor de la nueva adaptación en imagen real del clásico de animación La Bella y la Bestia. Que si un personaje homosexual, que si una princesa feminista, que si nuevas divas del pop adolescente cantando el tema principal…Parece como si Disney nos quisiera vender a toda costa que se está adaptando a los nuevos tiempos y a las nuevas sensibilidades para acercarse por fin a un tipo de público que necesita verse reflejado en una historia que, más allá de su anacronismo, puede contener elementos que resitúen su mensaje dentro del mundo en el que vivimos.
¿Pero es esta una película realmente moderna digna de las nuevas generaciones, o nos estamos dejando engañar por una perfecta campaña de marketing como solo Disney sabe hacer? Vayamos por partes.La primera versión que apareció de este cuento fue escrita por Gabrielle Bardot de Villeneuve en 1740, aunque la que terminaría prevaleciendo es la que corresponde a Jeanne-Marie Leprince de Beaumont de 1756, mucho más convencional que la original. Mientras que Villeneuve intentaba poner de manifiesto las ataduras a las que estaba sometida la mujer a la hora de elegir con quién contraer matrimonio en el seno de la restrictiva sociedad patriarcal de la época, Beaumont configuró una historia a través de las convenciones típicas de los cuentos de hadas protagonizados por príncipes y princesas, encantamientos, hechizos y magia.Emma Watson parece haberse esforzado por defender su personaje a través de una óptica feminista apelando precisamente a ese discurso primigenio que había en el cuento en torno a la libertad de decisión de la mujer. Seguramente porque sabía que iban a surgir suspicacias cuando después de su compromiso con la causa y la lucha feminista, terminara interpretando a una princesa Disney. Pero en realidad no se puede decir que la británica haya aportado cambios sustanciales con respecto a lo que constituyó la versión animada de 1991 en la que Bella ya era una joven independiente capaz de rechazar las propuestas de matrimonio del supuesto hombre más atractivo del pueblo al que ella consideraba un auténtico gañán, superficial y ridículo.La Bella de los noventa, como la de ahora, también leía libros, era culta y sabía que la literatura era un arma poderosa para aprender a ver el mundo con otros ojos. Sus inquietudes ya estaban presentes en esa escena en la que la Bestia le enseña su extensa biblioteca, la primera vez que el monstruo se rebela más allá de su apariencia demostrando que debajo de todo ese pelo alberga un atractivo más intelectual que físico.No, la Bella de entonces no ha cambiado con Emma Watson. En realidad, lo que ha hecho Disney es dejar prácticamente intacta a Bella y, en su lugar, rebajar la agresividad inicial de la Bestia hasta convertirlo en una especie de peluche bobalicón –su diseño tampoco acompaña– del que no se siente miedo, sino más bien lástima y que podría venderse perfectamente como juguete en las próximas campañas navideñas de juguetes. Y he aquí el quid de la cuestión.
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Según los responsables, y Emma Watson, se ha querido minimizar el poder animal de la criatura para que dejara de simbolizar el arquetipo del macho dominador y posesivo, capaz de castigar y asustar con su fuerza brutal a todos aquellos que le rodean si no se pliegan y arrodillan ante su voluntad. Pero resulta difícil creerse estas teorías cuando uno ve la película y descubre que solo se trata de una adaptación ñoña e insulsa, edulcorada y relamida que lo único que pretende es pasar por inocuos todos los elementos incómodos que se encontraban presentes en la versión animada, mucho más valiente, oscura y adulta. ¿Quizás porque ya resulta demasiado perturbador ver en imagen real el idilio entre un animal y una persona?
Resulta difícil creerse algunas teorías cuando viendo la película se descubre que solo se trata de una adaptación ñoña e insulsa que pasa por inocuos todos los elementos incómodos que se encontraban presentes en la versión animada.
En la película que se estrena esta semana solamente encontramos una frase que se identifique con el planteamiento de Emma Watson acerca de su supuesta heroína luchadora: “Yo no soy una princesa”, dice cuando la intentan vestir para una ocasión especial y que en el fondo constituye toda una declaración de principios. Pero lo cierto es que termina poniéndose el vestido amarillo para bailar con la Bestia y descubriendo “esa belleza que anida en su interior”. ¿Dónde está la verdadera rebelión del personaje?
la rebelión de los dibujos
Da la sensación de que Disney da muestras de una mayor voluntad rupturista en sus cintas de animación. Véase el caso de la reciente Vaiana, en la que la protagonista se movía por el afán de descubrir nuevos horizontes a través de una aventura en la que ella tomaba la iniciativa y en la que no necesitaba vivir ninguna historia de amor para descubrirse a sí misma o alcanzar la felicidad. Cosa que sí ocurre en La Bella y la Bestia subrayado con ese final en el que la protagonista parece encontrar por fin su lugar en el mundo en un palacio al lado de un príncipe, rodeada de lujos y de pompa ceremonial.Si algo tenía de especial la versión animada de 1991 es que tomaba muchos riesgos. Fue la primera vez que una película de dibujos animados estuvo nominada al Oscar a la mejor película compitiendo en régimen de igualdad junto a Bugsy, de Warren Beatty; JFK, de Oliver Stone; El príncipe de las mareas, de Barbra Streisand; y la ganadora El silencio de los corderos, de Jonathan Demme. Además obtuvo otras cinco nominaciones.
Y no fue una casualidad. Supuso un nuevo renacer para el estudio Disney y consiguió que el género animado no fuera solamente patrimonio del público infantil, entre otras cosas por su carácter adulto a la hora de saber combinar el esplendor de los grandes musicales con una mayor profundidad a la hora de retratar a unos personajes que por primera vez en una película de Disney pasaron por el filtro y la perspectiva de una mujer, la guionista Linda Woolverton.
Si se vuelven a comparar ambas películas, lo que en la versión de animación era agilidad y fluidez, casi efervescencia narrativa, aquí todo se vuelve lento y repetitivo –los 85 minutos de la primera frente a los estiradísimos 123 minutos de la segunda no ayudan–. Por si fuera poco, la magnífica profusión de detalles que le otorgaba empaque y riqueza expresiva a la película de Gary Trousdale y Kirk Wise se convierten en estética kistch de manga pastelera en la película de Bill Condon, pretenciosa y recargada hasta el aburrimiento. Por último, la oscuridad gótica y el tono macabro son sustituidos aquí por condescendencia amable y cursileria.
Hay muy pocos motivos para aplaudir la nueva adaptación de La Bella y la Bestia, que se acerca peligrosamente a los abismos de insulsez romántico-hortera que contenía la versión en imagen real de La Cenicienta. Lo sentimos, Emma Watson, pero por mucho que te empeñes, y reconociendo que tu interpretación es lo mejor del filme, no vemos aquí el feminismo por ninguna parte.
Fuente: revistavanityfair.es