Desenlace de la pugna Murdoch-Sulzberger definirá el futuro del periodismo de calidad


murdoch_wideweb__470x336,0 Unas horas después de anunciar la compra del diario The Wall Street Journal, hasta entonces fortaleza inexpugnable del periodismo de calidad en Estados Unidos, el nuevo propietario, el magnate de origen australiano Rupert Murdoch (foto), envió una nota a su competidor más directo. "¡Que empiece la batalla!", leyó Arthur Sulzberger, editor y presidente de The New York Times, probablemente –y en opinión de una multitud de periodistas y lectores– el mejor diario del mundo.

La prensa de calidad ante el cambio tecnológico

Arthur Ochs Sulzberger jr., de 58 años, pertenece a la cuarta generación de una familia que tiene en el The New York Times el patrón oro del periodismo de calidad. Tras formarse como reportero en un diario regional, en la agencia Associated Press y en el propio periódico familiar, Sulzberger asumió el mando en 1992. Desde esta posición ha intentado capear la revolución tecnológica: la paradoja de que nunca el diario había tenido tantos lectores en todo el mundo, pero, al leerlo en internet, no pagan ni un céntimo. En pleno debate sobre el pago de las noticias on line, The New York Times anunció que a partir de enero del 2011 cobraría para ver todas las noticias de la web. A las reducciones de plantillas en la última crisis se unió la entrada del multimillonario mexicano Carlos Slim en el accionariado de la compañía, lo que despertó algunos recelos entre los empleados.

El rey del tabloide al frente de la prensa seria

Nacido en Australia hace 79 años, Rupert Murdoch es propietario de News Corp., un imperio mediático global, con teles, editoriales diarios y estudios de cine, y unos 64.000 empleados. En EE.UU. la estrella de News Corp. es la cadena Fox News, que ha revolucionado la televisión por cable con un conservadurismo populista que en gran parte define la oposición a Barack Obama. El rey de los tabloides, visto con recelo por el establishment mediático, quiso lavar su reputación al comprar en el 2007 The Wall Street Journal, uno de los grandes diarios estadounidenses. The Wall Street Journal sigue siendo un diario de calidad, pero ya no es un diario eminentemente financiero. Lo ha transformado para competir con The New York Times. Mientras, promueve el pago por la información en internet. Con seis hijos de tres matrimonios, su fortuna se eleva a 6.300 millones de dólares.



Aquel 2 de agosto del 2007 The New York Times publicaba un editorial en el que manifestaba dudas sobre la capacidad de Murdoch, más famoso por sus tabloides y su cadena conservadora Fox News que por promover la prensa de calidad, de preservar la tradición de independencia y rigor de The Wall Street Journal.

Murdoch pagó 5.000 millones de dólares a la familia Bancroft, propietaria desde hacía más de un siglo del diario, y cumplió la promesa. Transformó a fondo The Wall Street Journal, la Biblia de la información financiera. Y lanzó lo que Sarah Ellison, autora del libro-reportaje Guerra en el "Wall Street Journal", describe como "una batalla por la supremacía, por quién controlará lo que la nación lee, piensa y cree".

=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas

El interés de la guerra por la hegemonía de la prensa de calidad en Estados Unidos trasciende el gremio periodístico. Del desenlace puede depender el lugar que ocupe en el futuro The New York Times y el periodismo que practica: riguroso, cosmopolita y muy caro de producir. La batalla sucede en un momento de zozobra para el sector, azotado por la crisis, los despidos masivos, los cierres de cabeceras y la revolución de internet.

Como escribió Howell Raines, ex director de The New York Times, después de que Murdoch comprase Dow Jones, empresa propietaria de The Wall Street Journal, "ninguna cuestión es más importante en el periodismo americano que el futuro del Times, y no creo que ni el periódico ni la profesión periodística se estén tomando suficientemente en serio ni a Murdoch ni la compra de The Wall Street Journal".

Otros han descrito la pugna entre Murdoch y Sulzberger como "la pelea de dos calvos por un peine". Según esta visión, la prensa en papel se encuentra en una agonía irreversible –internet la suplantará– y esta batalla sería una especie de canto del cisne.

"Murdoch cree que al final sólo habrá un periódico de referencia en el país, y él quiere que sea su periódico", resume Michael Wolff, fundador del diario on line Newser y autor de Dentro del mundo secreto de Rupert Murdoch, escrito tras nueve meses de entrevistas con Murdoch, su familia y sus colaboradores.

La batalla adopta formas diversas. El desafío más ruidoso, hasta ahora, ha sido el lanzamiento, en abril, de la sección Gran Nueva York en The Wall Street Journal, un intento de atraer a lectores y anunciantes de The New York Times. La Dama Gris respondió con una campaña dirigida a los anunciantes con una batería de datos que resaltaban la fortaleza del diario en la ciudad.

"Mi consejo es que si de verdad de verdad usted necesita leer The New York Times, léalo en la web, que es gratis, y compre The Wall Street Journal", dijo en la presentación de la nueva sección Robert Thomson, director del Journal.

El episodio es significativo. Las puyas abiertas entre diarios son algo ajeno a la prensa seria estadounidense, una importación de la cultura británica que desconcierta a la élite periodística de la Costa Este.

Para Murdoch estas humoradas son la sal del periodismo; en el viejo Journal, un diario sesudo y tan riguroso que una media de ocho personas revisaban cada texto antes de imprimirlo, es lo más similar a un choque cultural.

Ahora este diario financiero que antes ni se fijaba en las noticias locales no sólo informa de plagas de ratas en Nueva York sino que la información financiera raramente asoma en la primera plana, ocupada ante todo por las noticias políticas. El Journal quiere dejar de ser una segunda lectura y competir con The New York Times en su terreno.

En términos de circulación, el Journal es el número uno: vende cerca del doble de ejemplares diarios que el Times. Lo que se dirime aquí es la influencia, y el futuro de la prensa de calidad. Los Sulzberger –y el establishment periodístico estadounidense– ven a Murdoch como un corruptor de la integridad periodística.

Murdoch reprocha al Times un estilo anticuado y un sesgo progresista disfrazado de falsa objetividad. Y se considera el último guardián del periodismo tradicional ante quienes han dejado de creer en la prensa y sólo ven el futuro en internet.

"Rupert ama el dinero, pero ama tanto los diarios como el dinero. Y nada le disuadirá de mantenerse en el negocio de la prensa ni le convencerá de que el negocio de la prensa es obsoleto", explica el biógrafo Michael Wolff, una de las personas que mejor lo conocen fuera de su círculo familiar y laboral.

"Le gustan los titulares, le gusta la gente que trabaja en los periódicos, le gustan las redacciones. Inesperadamente, resulta que el hombre es un auténtico sentimental", añade.

En su libro sobre Murdoch, que provocó una airada reacción del magnate, Wolff detalla su obsesión con The New York Times, fraguada durante décadas.

"Todos los que le rodean no dejan de decirle que la compra del Times es bastante imposible. Habría problemas regulatorios. La familia Sulzberger jamás de los jamases… Y a esto se añadiría el oprobio de la opinión pública. Pero para él obviamente es irresistible. Sería la realización de su destino", escribe.

"¿Será capaz de hacerlo?", se pregunta en una entrevista telefónica. "Su problema es que tiene 79 años y no puede esperar mucho más. Pero en este momento sigue esperando que las circunstancias sean favorables para adquirir el Times o aplastarlo". Wolff asegura haber visto a Murdoch, durante los meses que convivió con él, tramando una fusión, o fantaseando sobre una dimisión masiva de los empleados del Times, o especulando con que los Sulzberger le podrían dejar entrar si mantuviera a Arthur Sulzberger en el cargo de editor y presidente.

En su crónica de la caída del Journal, Sarah Ellison cuenta que una vez, ante un grupo de ejecutivos, Murdoch bromeó: "Me encantaría comprar The New York Times. Y al día siguiente cerrarlo como servicio público".

Mientras esto no ocurre, la ventaja de Murdoch respecto a los Sulzberger es que el primero "está dispuesto a gastarse más dinero del que el Times está dispuesto a perder", y socavar así al competidor, según Wolff.

No importa lo que pierda. "La organización de Murdoch tiene suficiente cash para seguir gastando y apoyando sus periódicos", añade. "Sus accionistas le consienten el interés en los periódicos porque se trata de Rupert Murdoch, pero a nadie más se le permitirá este capricho".

El mago de Oz del periodismo

A la vejez viruelas. Después de haber sido caracterizado toda su vida como el enemigo de los periodistas por su guerra a los sindicatos, los recortes de plantillas y el traslado de sus buques insignia ingleses (The Times, The Sunday Times, The Sun y News of the World) a zonas industriales alejadas del centro de Londres, ahora resulta que la prensa escrita de todo el mundo confía en Rupert Murdoch como su salvador. La vida está llena de paradojas.

A Murdoch nunca le ha importado ir a contracorriente, y tampoco ahora, cuando ha decidido desafiar la noción generalizada de que muy pocos usuarios están dispuestos a pagar por la información en internet, y el pasado mes de junio levantó en torno a sus productos un muro informático que no se puede saltar sin pagar un peaje. Incluso sus abogados se han encargado de persuadir a Google y otros servidores de que se olviden de poner on line los artículos de sus medios si no quieren acabar en los tribunales.

Editores del mundo entero esperan a ver los resultados del experimento para decidir si siguen sus pasos o bien persisten por la vía de ediciones digitales gratuitas en la esperanza de que eventualmente generen ingresos publicitarios que compensen la pérdida de anunciantes y lectores en los periódicos escritos. Murdoch está personalmente convencido de que ello nunca va a ocurrir, y de que la prensa solamente sobrevivirá si cobra en internet.

A los 79 años, Keith Rupert Murdoch no ha perdido el espíritu guerrero que lo ha convertido en uno de los hombres más temidos y poderosos del mundo. No tan sólo por un imperio audiovisual que se extiende por tres continentes (Estados Unidos, Australia y Europa), sino también porque jamás ha dudado en utilizar su fuerza e intimidar a los políticos. Sin ir más lejos, Tony Blair hizo con él un pacto faustiano: su apoyo en las elecciones británicas de 1997 a cambio de facilitar su penetración en el mercado de la televisión del Reino Unido, donde se ha hecho con los derechos casi exclusivos del fútbol en directo a través de BSkyB (Sky Sports).

Murdoch no es sólo un hombre sino un mito que a partir de un puñado de acciones en un periódico australiano heredadas de su padre ha construido un conglomerado de empresas mediáticas que influye profundamente en las grandes decisiones políticas y económicas que determinan el rumbo del planeta. Ultraconservador y euroescéptico hasta la médula, es un generoso contribuyente de los republicanos en Estados Unidos, y su canal de televisión Fox ha hecho todo lo posible por justificar la guerra de Iraq y desprestigiar a Barack Obama. La izquierda lo detesta. "Al enemigo ni el agua" es uno de sus lemas.

Dicen las personas próximas a él que su tremendo carácter se ha suavizado desde que se casó con Wendi Deng, su tercera mujer, casi cuarenta años más joven y con la que tiene dos de sus seis hijos. Uno de ellos, James Murdoch, está al frente de BSkyB y parece el heredero designado del trono después de que su hermano Lachlan, establecido en Australia, dimitiera de todos sus cargos, vendiera sus acciones en la News Corporation y se desentendiera del negocio por razones nunca del todo explicadas. Elisabeth Murdoch es una ejecutiva de televisión en Londres.

Nacido en 1931 en Melbourne pero con la nacionalidad estadounidense, Murdoch es más temido que admirado. El nuevo Gobierno británico ha heredado de sus predecesores la patata caliente de si desafiar o no el virtual monopolio que tiene de la retransmisión del fútbol, y si lo hace ya sabe que tiene un enemigo de por vida. La decisión es aún más difícil porque se trata de una coalición, y aunque el empresario audiovisual pidió el voto para el conservador David Cameron, criticó durísimamente a través de sus periódicos al líder liberal demócrata Nick Clegg, que ahora es su socio.

"No se puede tener éxito a lo largo de treinta años y construir un imperio sin dejar unos cuantos cadáveres por el camino, y menos aún sin apostar de vez en cuando", dice un personaje apodado en el mundo anglosajón el Mago de Oz. Al magnate de las comunicaciones no le tiembla el pulso a la hora de jugarse todo a una sola carta. Ya lo hizo en los años noventa cuando puso sobre la mesa las ganancias futuras del rentable The Sun para evitar la quiebra de sus negocios, y ha vuelto a hacerlo ahora con la decisión de cobrar por los contenidos en internet. El villano de la prensa escrita quiere convertirse en su redentor.

La Vanguardia – Barcelona