Andrés Gómez VelaDesde la llegada de las redes sociales a nuestras vidas, los memes se han convertido en generadores de corrientes de opinión pública. El éxito de uno se mide en la cantidad de veces que es compartido, reproducido, reenviado o en el número de opiniones que genera. Y para tener el pulgar levantado de la sociedad que habita las redes sociales un meme debe contener filosa ironía y fino humor entre la grafía y la fotografía. Su texto, imagen y contexto componen una unidad comunicacional que subraya paradojas, resalta incoherencias, destaca lo insólito o revela lo increíble de un ceremonioso evento. Son virales cuando desde la ficción reflejan sin ambages la realidad o la verdad de un hecho. Un meme cumple su propósito cuando la realidad virtual que está en sus elementos informativos y comunicacionales tienen un ancla en la vida real, entonces, son bombas lingüísticas que causan estallidos de sonora risa popular, o cuando menos causan la sensación de un edulcorado sarcasmo en la consciencia pública, donde cada uno termina con una apretada risita en su intimidad.Un meme sin correlato en la realidad o inventado para calumniar, difamar e injuriar causa rechazo popular. Aunque, con un poco de suerte puede tal vez generar dudas en la comunidad de internautas, pero difícilmente (mas no imposible) será exitoso como aquellos que han surgido del humor espontáneo de la sensibilidad colectiva.Los mejores memes casi nunca nacen en los gabinetes de comunicación del poder, preocupados de descalificar periodistas, adversarios, dirigentes sindicales, analistas o librepensantes. Nacen en las charlas de café, en los bares, en las plazas, en las calles, en el minibús y en los grupos de WhatsApp, que, a estas alturas de la ciberhistoria, se han convertido en la antesala de lo público. Nacen en libertad y no bajo férreas líneas ideológicas. El poder es muy serio como para divertirse con memes. Está más preocupado en infundir temor a sus acólitos, enemigos y librepensantes que en la risa popular. El poder casi siempre disfruta con el sufrimiento del otro y se enerva cuando se ríen de él y encima en su cara. Por sus características imperiales no se ríe de sí mismo y no acepta ser objeto de burla, cuando sucede algo así no paga humor con humor, sino con violencia o represión.En verdad, es contranatura la risa en los labios del poder; no cuenta chistes, menos hace memes, pero su exagerada solemnidad o ridiculez suele desternillar de la risa a la sociedad. Justo estos días y en estas nuevas circunstancias recordé a mi profesor Carlos Suárez que, en una de las clases en la Universidad Católica Boliviana, dijo que la opinión pública no existía, sino sólo la opinión publicada de unos cuantos letrados.Estoy seguro que ahora no diría lo mismo porque la opinión pública no nace ya solamente en las tertulias radiofónicas, los sets de televisión, las páginas de opinión de los diarios, sino fundamentalmente en los creadores de memes, que con unas palabras y una buena composición fotográfica o gráfica pueden voltear una forma de pensar y hasta cambiar el humor de la comunidad.No es la parte neurálgica de la opinión pública, pero cada vez más es un enorme caudal alimentado por personas que no necesariamente han leído 30.000 libros, pero sí están bien informados y tiene un innato talento de humor.Ahora, si asumimos que la democracia es nada más que el gobierno de la opinión pública y entendemos a la opinión como la expresión entre la ignorancia y el conocimiento, podemos concluir que los memes gobiernan la opinión pública. Página Siete – La Paz