José Luis Bolívar Aparicio*Siempre suelo decir que tuve cientos de profesores pero muy pocos maestros, muy pocos realmente que más allá de dejar conocimiento, me dieron ejemplos y me dejaron normas de vida que respeto hasta la fecha como si me hubieran dado una orden y no un consejo.Tuve dos maestros de matemáticas, los hermanos Cabrera, a los que desgraciadamente no supe aprovechar pero que aun así me hicieron adorar las matemáticas, mi profesor Ricardo Carvallo, que me enseñó que la infancia es el periodo más maravilloso de la vida cuando hay una madre que te ama y una mano que te guía y mi catedrático Don Mauro Vino, quien hizo de mi segunda carrera profesional, una verdadera pasión.Mis otros profesores aunque muchos de ellos realmente buenos, no alcanzaron el grado mayor (según yo nada más, seguramente para otros congéneres fueron profesionales extraordinarios), es porque en lo personal no sentí que tuvieran el deseo o la voluntad de ser más que el que enseña, el que tiene la razón y el que lo sabe todo sobre el que no entiende nada.En todo caso nunca dejo de agradecerles a todos y cada uno de ellos que aplicaron tanta enseñanza en mi vida y siempre trato de agradecerles lo que me dieron, pues si algo soy es gracias a ellos, en gran parte.Pero también tuve de aquellos a los que ni profesor se les podría decir, conocí un par de sinvergüenzas cuyo lugar no debería estar en la pizarra sino en una celda, por sinvergüenzas y aprovechados.Uno de estos, del que guardaré la identidad en reserva por razones obvias, solía hacer negociados con las notas de los alumnos, los que al verse en problemas por no alcanzar la nota requerida, transaban económicamente con el susodicho la manera de alcanzar la calificación requerida. Este sujeto lo que hacía era vender tickets para una película que se iba a proyectar en un cine de la ciudad el siguiente sábado a las 10 de la mañana. Cada entrada que costaba unos 2 Bs. y equivalía a una décima de nota, de manera que si alguno necesitaba unos 3 puntos tenía que comprar 30 entradas.Lo que jamás voy a olvidar era el título de la película que supuestamente se iba a proyectar, “La bala que dobló la esquina”, filme que por cierto, nunca existió, como las funciones falsas que vendía aquel terrible instructor. La cosa es que el nombre de esa producción se me quedó eternamente como una broma mal hecha de una idea muy buena.Quiero decir, ¿qué podría ser más funcional que un proyectil cuyo recorrido no sea necesariamente recto? Muchas veces me rebanaba la cabeza pensando en cómo podría idearse un arma capaz de disparar en sentido curvado. Años después haciendo averiguaciones descubrí que mi idea no era tan disparatada como parecía y que más de uno ya había estado no solo pensando lo mismo, sino usando la ingeniería para que la ilusión se haga realidad.Los nazis, con gran astucia y cálculo la concretaron, se llamaba Krummlauf, y se trataba de un subfusil, con mira de piroscopio y un cañón de acero reforzado pero liso, que si bien permitía que un proyectil redondo girara por el tubo y pueda ser disparado al lado no visible de la pared, el diseño del proyectil y la falta de ánima no le daban ni la dirección ni la velocidad requerida por lo que su producción a más de ser muy costosa terminó siendo casi inútil, razón por la cual, me imagino, tampoco se pudo realizar la película ofrecida por aquel corrupto profesor.El Krummlauf no fue la única arma que viendo la luz fue descartada por su costo o su escaza aplicabilidad. Muchas ideas ingeniosas pero carentes de eficacia se conocieron a través de los anales de la guerra y dieron miles de anécdotas de todo tipo, pasando por las malas hasta las peores.Desde bombas que lanzaban murciélagos incendiarios, pasando por palomas que apuntaban misiles o ruedas gigantescas de fuego tan locas e incontrolables que a veces se daban la vuelta a medio camino y terminaban haciendo estragos en las propias filas, las armas más ridículas de la historia hacen fila por saber cuál de todas se encarama en el primer lugar.Pero hubo una que destacó entre todas no tanto por lo revolucionario de su diseño o por su poder destructivo, sino por un detalle no menor, que hoy por hoy calificaría a este instrumento como inconstitucional.En 1718 el inventor inglés James Puckle, patentó un revolver capaz de disparar 63 balas en 7 minutos, lo que para ese momento significaba una potencia de fuego nunca antes vista y se llegó a asegurar que con semejante protección no habría fuerza que pudiera por ejemplo asaltar una embarcación.Se trataba de un revolver gigantesco, que distaba mucho de ser portátil, con un cañón de 90 cm. y un calibre de 1.5 pulgadas era un arma realmente pesada. Pero lo más interesante de la “Puckle Gun” estaba en el tambor de proyectiles. Su inventor proveía dos tambores diferentes a los servidores de esta primitiva ametralladora. Una para proyectiles redondos y otro para proyectiles cuadrados, y su explicación era sumamente racista y discriminadora. Puckle decía que las balas circulares eran para los enemigos cristianos, para darles una muerte rápida y que pronto se encuentren con el Señor con el menor sufrimiento posible. Por su parte las balas cuadradas eran para los enemigos musulmanes, puesto que estos eran más resistentes al dolor, y que además, siendo infieles, era obligación matarlos provocándoles el mayor daño posible.El recalcitrante racismo de Mr. Puckle para pleno siglo XVII daba notas de hilaridad y ridiculez, pero hasta se puede llegar a entender el grado de fanatismo sobre todo por la connotación religiosa de aquellos tiempos.En cambio, a lo que no se puede dar crédito es que en pleno siglo XXI, casi a finales de su segunda década, el Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Interiores, Justicia y Paz de la República Bolivariana de Venezuela, considere que arrojarles heces fecales a los policías de la Guardia Bolivariana en defensa contra los cientos de granadas de gas lacrimógeno y balines con los que atacan a los protestantes, se denomine “Terrorismo Bacteriológico”.El ridículo en el que caen los adláteres de Maduro, raya en lo inmundamente intolerable y me hacen desear que llueva sobre estos policías militares y políticos tanta pero tanta porquería, que la fetidez no los deje en paz nunca más y así hagan conciencia de la tragedia a la que han llevado aquel hermoso país hermano.Espero que cuando todo esto haya terminado, algún cineasta haga la película “La Mierda que dobló la dictadura”.*Es paceño, stronguista y liberal