Por Harry Cheadle
Los jóvenes de hoy son más pobres que los de generaciones anteriores y deben soportar la carga de las deudas y el estrés de décadas de salarios congelados y de una crisis económica cuyo clímax coincidió con su entrada en la edad adulta.
Últimamente, los artículos sobre millennials hablan de ellos como si fueran una generación surgida repentinamente de los bosques, subidos en sus hoverboards, chateando frenéticamente por Snapchat y desconcertando a sus mayores con lluvias de emojis. Un artículo reciente del New York Times resumió las características del millennial estereotípico así: «… cierta convicción de poseer derechos inherentes, tendencia a compartir demasiado en redes sociales y una muestra de franqueza tal que raya en la insubordinación». Pero ya hemos oído esa cantinela antes: que somos idealistas, egocéntricos, que pretendemos gozar de una confianza que no nos hemos ganado y que tendemos a envolvernos con un manto de desorientación intencionada.
En esta historia de generaciones que se suceden, los millennials son algo que le está ocurriendo al mundo y no al revés. Nos plantamos frente a los adultos, con paso vacilante, exigimos trofeos de participación y eslóganes que proclamen la justicia social y acabamos fracasando por nuestra propia incompetencia. Somos los vecinos estrafalarios en la telenovela de la vida, cuentos con moraleja andantes y con edad para consumir alcohol.
No resulta fácil ignorar todas esas señales rojas parpadeantes que indican que la vida laboral que heredaremos los millennials es bastante peor que la de nuestros predecesores. Ejemplo práctico: un estudio publicado la semana pasada sobre el empleo en el que se muestra lo negro que tenemos el futuro en ese aspecto.
El estudio fue encargado por el sitio web de contratación Jobvite, por lo que es inevitable que tienda al optimismo. No obstante, el estudio ha revelado que hoy día hay pocos beneficios para los trabajadores, que estos no están a gusto en sus puestos y que cada vez es más común que la gente se gane la vida con actividades como la de ofrecer tu coche en Uber o alquilar tu casa por Airbnb.
La estadística más desoladora la destacaba Quartz: solo el 29 por ciento de los trabajadores de menos de 30 años disfrutan de un seguro médico, mientras que el 35 por ciento tiene «comidas / snacks gratuitos», algo que realmente no puede considerarse un beneficio a no ser que las agencias de cobro de deuda hayan empezado a aceptar bolsas de patatas como pago. Asimismo, el 56 por ciento de los trabajadores con hijos nunca ha solicitado la baja por maternidad o paternidad y, de los que sí lo han hecho, el 87 por ciento se tomó menos de 12 semanas libres.
Más buenas noticias sobre el estudio: cada vez son más los que se ganan la vida anunciando sus servicios en empresas como Uber o su piso en Airbnb: casi una quinta parte de los encuestados aseguró haberlo hecho en algún momento, y de esos, el 56 por ciento afirmó que era su fuente principal de ingresos. Por supuesto, no se trata de trabajos reales, tal como afirman las propias empresas que crean estas figuras, que por lo general están mal pagadas, no cotizan a la seguridad social y en ocasiones son ilegales.
Y seguimos para bingo. «¡La gente busca trabajo en cualquier momento y desde cualquier lugar!», anunciaba alegremente una nota de prensa sobre el estudio. «El 52 por ciento de los solicitantes de trabajo móvil han buscado ofertas desde la cama, y el 37 por ciento lo ha hecho desde la oficina en su trabajo actual». Si alguna vez te has puesto a buscar trabajo con el móvil mientras estabas en la cama, seguramente no describirías la experiencia enmarcándola en signos de exclamación.
La encuesta de Jobvite no aborda el tema de los ingresos, pero cabe destacar que se sabe desde hace un tiempo que los jóvenes de hoy en día son más pobres que los de generaciones anteriores y que a menudo deben soportar la carga de las deudas y el estrés de décadas de salarios congelados y de una crisis económica mundial cuyo clímax coincidió con su entrada en la edad adulta. Y no olvidemos que estamos hablando de las mismas personas que de niños vieron depslomarse el World Trade Center, que durante sus años de formación vieron cómo los adultos libraban guerras costosas e inútiles en Oriente Medio, se quitaban de encima un superávit presupuestario con recortes fiscales y se daban cuenta, años después y demasiado tarde, de que la economía se sustentaba sobre trozos de papel con mentiras escritas en ellos.
No parece que el panorama vaya a cambiar para mejor, según las predicciones de los economistas. Visto cómo está el patio, quizá no sea tan mala idea subirse a un árbol y construirse una cabaña.
Publicado originalmente en VICE.com
Fuente: infobae.com