El comunista ganó el Oscar

image JOSE BRECHNER

La entrega de los premios Oscar a las mejores películas de 2008, pese a los millones que se invirtieron en su presentación y a la contratación de “los mejores” productores de espectáculos y coreógrafos para su puesta en escena, fue un bodrio ligeramente mejor al del año pasado.

Como sucedió otras veces, el pomposo evento se convirtió en un asunto político en vez de artístico. El dilecto amigo y admirador de Hugo Chávez, Sean Penn, se llevó el premio al mejor actor por interpretar a un homosexual.

Su discurso de aceptación comenzó con: “Ustedes comunistas pro homosexuales”, refiriéndose a sí mismo y al público asistente que lo aplaudió complacido con el mote, ya que para ser parte de Hollywood hay que ser de la extrema izquierda, rincón predilecto de quienes carecen de principios y valores morales. Si se es homosexual, se obtiene una puntuación adicional en el círculo de la gente “hot”.



Entre las emotivas palabras con las que Sean Penn logró extraer lágrimas de la concurrencia, alegó: “Es hora de aprobar el matrimonio entre homosexuales, sus hijos y sus nietos se lo agradecerán”. El presumido político de farándula no llegó todavía a dilucidar que en el mundo homosexual pocos llegarán a tener descendencia.

No faltó su enunciado de felicidad por la elección como presidente del nuevo paladín mundial de las izquierdas, Barack Obama, del que dijo: “Por fin los Estados Unidos tiene un presidente elegante”. Esa es la profundidad con la que el actor mide a sus ídolos. Para la próxima campaña presidencial debería proponer como candidato a Karl Lagerfeld, que además de elegante también es homosexual, cumpliendo con los requisitos exigidos por la claque hollywoodense formada por mentes tan iluminadas y sensibles como la de Penn.

La onda política predeterminada por los organizadores conquistó el ambiente, cuando la presentación del galardonado, leída por Jack Nicholson, se basó en una analogía de su vida privada con su vida profesional, ensalzando su beligerante comportamiento, muchas veces violento, como si fuese loable.

En tiempos en que se considera al Ché Guevara un héroe y ejemplo para la juventud, es natural que Penn y Chávez sean glorificados. Si Stalin y Hitler estuviesen vivos, hubiesen recibido ovaciones del refinado público. Tal vez el año entrante logren dedicarles un momento de aprecio y solidaridad a Ahmadinejad, Osama Bin Laden, e Ismail Haniyeh.

La farándula está muy feliz con el triunfo demócrata en las elecciones. Será digna de observar la complaciente reacción de tan meritorios multimillonarios, cuando les llegue la nueva carga impositiva diseñada para acabar con los privilegios y excesos de los ricos. Obama anunció que elevará los impuestos a quienes ganan más de $250.000 dólares al año. En ese estrato figuran todos los hollywoodenses.

Por fin se da la oportunidad, de que los socialistas de Rolls Royce vivan en carne propia lo que tanto predican y aspiran a que suceda en el orbe: lograr la igualdad económica y social para todos.

De igual forma que está sucediendo con otros vendedores de entretenimiento masivo, la industria cinematográfica no está exenta de sufrir arrebatos. Los casinos están en bancarrota y grandes parques de diversiones se declararon en quiebra.

Con entradas a un costo promedio de siete dólares, más el popcorn, los hot dogs y las gaseosas, ir al cine con la familia se está convirtiendo en un lujo.

Hollywood tendrá que disminuir costos y seguramente reducirá los suculentos salarios que ganan las estrellas, a menos que el gobierno le preste plata, como está haciendo con los removedores de tatuajes, cuyos vitales servicios son de importancia primordial para reactivar la economía según la Casa Blanca.

Cuando Malibú hipotecada se convierta en propiedad del estado, y los famosos se encuentren afrontando la cruda realidad de la recesión global, veremos cuántos aplausos reciben Obama, Sean Penn, Chávez, y el resto de las caricaturas socialistas del Siglo 21.

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