La realidad y el mensaje

Carlos Andrés Pérez, un tiempo popular e imbatible presidente venezolano, tomó posesión en una fiesta que duró dos días. En la fiesta, llamada apropiadamente “coronación” de Pérez, estuvo representado casi todo el mundo. Aquí, en Bolivia, hubo elecciones presidenciales, estaduales y municipales en los últimos cinco meses. Antes de ellas, un desfile estrambótico de promesas.

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Harold Olmos



Carlos Andrés Pérez, un tiempo popular e imbatible presidente venezolano, tomó posesión en una fiesta que duró dos días. En la fiesta, llamada apropiadamente “coronación” de Pérez, estuvo representado casi todo el mundo. Recuerdo haber visto a dirigentes bolivianos, entre ellos periodistas, que observaban con curiosidad cómo asumía el Presidente de un país rico en petróleo. Pérez había sido pródigo en ofertas electorales y el venezolano común le creía. Estaba seguro de que con Pérez retornarían los años felices del empleo casi pleno, cuando la riqueza les llovía de abajo y de arriba y les hacía sentir una abundancia sin fin. En un viaje antes que ganara la elección a su rival socialcristiano, le pregunté si no temía verse imposibilitado de cubrir las expectativas de su país. “Me encargaré de bajarlas”, me dijo. Lo intentó, con medidas para sincerar una economía en la que casi todo cuanto se comía era importado. Y a las pocas semanas estalló el “caracazo”. Un 27 de febrero de 1989, la multitud salió rabiosa a las calles porque percibía que se le había mentido. Pérez no acabó su mandato. Fue suspendido en 1993, en medio de una de las peores crisis políticas de Venezuela.

Aquí, en Bolivia, hubo elecciones presidenciales, estaduales y municipales en los últimos cinco meses. Antes de ellas, un desfile estrambótico de promesas. En Santa Cruz se habló de seguro universal, trenes aéreos y hasta de traer el concurso de Miss Universo. Era como si hubiésemos entrado al Paraíso. Pero el paraíso que se vislumbraba con el anuncio de satélites artificiales, armas rusas y un flamante avión presidencial estaba muy distante y la realidad del país mostrada por las cifras macroeconómicas del Gobierno no se sentía en los bolsillos. En verdad, el 5% de aumento decretado por el Gobierno no se aproximaba a las expectativas de quienes confiaban en que Bolivia estaba en una era de vacas gordas. La cuerda de estas esperanzas se soltó en Caranavi. En el popurrí de ofrecimientos, se le había prometido una planta procesadora de naranjas. Entre otras consecuencias, la planta amortiguaría el crecimiento de cocales en esa región. Pero resultaba que iba a ser instalada en Alto Beni, donde una alta producción de cítricos ya existe y es superior a la que se da o pueda darse en Caranavi. Nadie explicó la capacidad procesadora de la planta, hasta este momento un misterio para la mayoría de los bolivianos. Tampoco se ha explicado a cuánto alcanza la producción de Alto Beni y ni la de Caranavi. Finalmente, cuál sería el impacto de esa industria sobre la agricultura y el empleo en la región. Ni si tendría alguno sobre los sembradíos de coca. Misterios de la vida cotidiana.

Los pobladores se enfurecieron y bloquearon caminos, la misma presión que habían utilizado exitosamente el presidente Morales y su partido. El Gobierno, orgulloso de las mayores votaciones en la historia boliviana reciente, tenía al frente a grupos numerosos de trabajadores y campesinos que no sentían que los representaba. En ese marco ocurrieron los sucesos de Caranavi: al menos dos muertos y decenas de heridos y detenidos. El presidente Morales, ausente en Nueva York durante esas jornadas, se encontraba otra vez ante el irritante eco de su compromiso de que no habría “ni un solo muerto” durante su gobierno.

El Gobierno apenas ha cumplido cien días de su segundo mandato y su frente de apoyo está rasgado. Si podrá recomponerlo, sólo las próximas semanas y meses darán la respuesta.

Harold Olmos haroldolmos.wordpress.com

Periodista