Los extravíos del poder e ingobernabilidad

jorgelazarte Jorge Lazarte R.

En los hechos luctuosos de Caranavi, con sus muertos y decenas de heridos, se hizo todo para que ello ocurra, pero los que los provocaron están lejos de asumir su responsabilidad. Estos hechos revelan mucho sobre el funcionamiento del poder actual y de su percepción particular de los conflictos sociales, y confirman que la gobernabilidad de la sociedad sigue siendo una preocupación de primer orden. A propósito es útil recordar que hubo gente, particularmente de clase media, que votó por el MAS, pensando que con ello estaría contribuyendo a hacer gobernable el país. Sin embargo, lo que ocurre sigue un curso distinto y contrario a las expectativas iniciales.

Por un lado, el conflicto de Caranavi es relevante no sólo porque se ha producido en una provincia en el norte de La Paz, que es afín al gobierno sino por el contexto en el que se produce, a pocas semanas de las elecciones regionales de abril que tuvo resultados frustrantes para el gobierno en sus bastiones electorales del occidente. Ahora el gobierno está acosado por conflictos sociales que han emergido en estas zonas, reforzados por una huelga general, más simbólica que efectiva, convocada por la Central Obrera Boliviana(COB), que se había abstenido de hacerlo desde los años ochenta “neoliberales”. Esta huelga “política” impuesta por la presión desde abajo a dirigentes que apoyan el “proceso de cambio”, es un indicador incuestionable lo que estaría pasando en la conciencia colectiva del “pueblo”, al que el discurso de los dirigentes masistas no se cansan de repetir que está en el poder.



Por otro lado, la relevancia de la confrontación en Caranavi es que una vez más ha puesto a prueba tanto la idea que los operadores del “poder del cambio” tienen de los conflictos sociales, como las pautas de su comportamiento.

En el primer lugar del formato están los factores desencadenantes del conflicto que son las promesas gubernamentales no cumplidas. En este caso, la promesa gubernamental hecha durante el proceso electoral de instalar una procesadora de cítricos en Caranavi, y que estaba ya en camino de ser revertida a favor de otro sector social también afín al gobierno. Como se trata de su propia gente, la primera reacción del gobierno fue de desconcierto, pues siendo “gobierno de los movimientos sociales”, no les es fácil comprender que estos actúen fuera de las expectativas gubernamentales, peor aún si es contra ellas. Está claro que si se cree que los “movimientos sociales” están en el poder, entonces aparece como un absurdo que actúen contra ellos mismos. Es la ceguera de un poder que sólo puede ver el poder.

Pero como de todos modos se produce el desencuentro, entonces se opta por ignorarlo o disimularlo, que es lo que hizo el gobierno al declarar que el conflicto de Caranavi es “problema interno” de los “movimientos sociales”, más aún si sus invitaciones fallidas parecen probar que su autoridad está en entredicho. Esta prescindencia impuesta por las circunstancias sólo alimentó la continuación del conflicto que creció en intensidad y en movilización. Entonces ante el impacto contundente del bloqueo de rutas y evitar a la vez lo que se llama disonancia cognitiva, se procede a descalificarlo, inventando una “conspiración” de la “derecha” y la “embajada americana” sin ninguna prueba pero que tiene efectos contraproducentes, pues es echar más combustible que irrita aun más a los movilizados, cada vez más receptivos al discurso radical. Llegados a esta etapa de un conflicto que crece en escalada, termina la prescindencia y debe actuar , pero lo hace como lo que cree que es, que es creer que son el poder que lo puede todo, y aparece dictando sus propias condiciones para un eventual “ diálogo”, que es exigir a los dirigentes sociales que se hagan el harakiri suspendiendo el bloqueo. Como esto no sucede en la realidad desnuda de la tradición “plebeya” del país, la movilización del poder aparece tardía con costos más elevados que si lo hubieran hecho a tiempo.

La base de toda esta política de diferimiento impulsivo y ciego- y que les impide pensar en la necesidad de abrirse a la negociación, que es siempre de compromisos mutuos- es la idea de que el conflicto sólo puede darse entre “enemigos”, como dicen ocurría en la etapa neoliberal”, pero no entre “hermanos” que comparten el poder, y que sólo podría explicarse por la acción oculta de los “enemigos”, que “manipulan” “engañan”, “compran” a los “hermanos”. Esta “teoría” del complot, tan conocida en la historia, sólo hiere el sentimiento de combate de los movilizados y dice mucho de lo que los operadores del poder piensan en el fondo de los movimientos sociales, proclamados como “invencibles” cuando se ponen del lado del poder.

En esta percepción simplificada, ficticia y maniqueista de la realidad social no sólo no hay lugar para el conflicto, que es inherente en toda sociedad – y que es mucho más que la reivindicación- tampoco hay lugar para la democracia, que en buenas cuentas es la legitimación ordenada del conflicto, a diferencia de los regímenes despóticos, que lo detestan y buscan ahogarlo.

Si no hay lugar para el conflicto tampoco hay espacio para la negociación, que es siempre toca y daca. El actual gobierno del “poder total” no se destaca precisamente por su inclinación a procesos de negociación y de concertación, que más bien son vistos como pruebas de debilidad . Este mismo formato es el que envuelve al conflicto con la COB, en el que el gobierno cerró toda posibilidad de negociar el 5% decretado. Esta es la vía abierta a la confrontación. En cuatro años de gobierno los operadores del poder sólo aprendieron a manejar discrecionalmente el poder, pero no a administrar democráticamente los conflictos.

Por ello es que cuando debe negociarse no se negocia o se ponen condiciones que lo hacen inviable, como ocurrió en Caranavi. Así un conflicto que debería ser la apertura de un espacio para negociar, se convierte en un campo de guerra, de fuerza, de confrontación y de violencia. Lo curioso es que una vez más las partes confrontadas reiteran que son de la “cultura del diálogo”. ¿Son o sólo creen que son?. ¿ O sólo dicen pero en realidad no creen, o desearían creer pero saben por experiencia que es una ingenuidad actuar como si creyeran en lo que dicen?.

Estos conflictos de ingobernabilidad social, que ciertamente tienen mucho de ya conocido, se suman a otros no conocidos en el pasado, que son los que emergieron en el enfrentamiento entre oriente y occidente, entre el gobierno y la media luna, y hoy controlados, amainados pero no superados. Ya sabemos lo que representó este ultimo tipo de conflicto, de confrontación y violencia, que pudo haber sido peor que lo que pasó en Pando el 2008.

Lo que puede querer decir que lo que esperó que ocurriera, que es un decrecimiento de la ingobernabilidad del país, en los hechos se potenció, potenciándose a la vez los riesgos de confrontación dadas las características del poder actual más habituado al enfrentamiento que a la concertación.

Caranavi en la dramaticidad de los hechos ha mostrado una vez más hasta donde pueden conducir las pulsiones de poder de operadores que imaginan que lo pueden todo, y cuyos sus extravíos reales se descargan primero sobre los demás antes de hacer presa de ellos mismos.