Para tomar nota

Editorial de El País – Montevideo

fidel-al-bate El régimen imperante en Cuba -marxista-leninista, castrista y dinástico- ha resuelto hacer una revolución dentro de la revolución iniciada hace medio siglo. No se trata -como pregonan sus incondicionales izquierdistas latinoamericanos- de un perfeccionamiento del sistema ni de mejoras en el mismo que conduzcan, mediante el legítimo método de probar soluciones hasta dar con la más adecuada a la realidad vigente, a resultados positivos. Nada de detalles de ese tipo. De lo que si se trata es de sobrevivir al colapso, al fracaso total. Ya lo había intentado hacer el inefable Fidel cuando comprobó que la economía cubana, sin el apoyo de la entonces recientemente desaparecida URSS (regalaba 3 mil millones de dólares anuales), era inviable. Las medidas adoptadas por el dictador caribeño fueron ineficaces, como lo prueba el contundente hecho de que su hermano Raúl, algunos pocos años después, vuelve sobre el fondo de la cuestión y se expresa de manera categórica: "O nos rectificamos o nos hundimos".

Como se puede advertir, no se está frente a una simple opinión de un mandatario que intenta corregir fallas en la organización social, económica y quizá política de un país de cuya gestión se considera responsable. En verdad, es una sentencia, una sentencia lapidaria y definitiva -tomen nota sus acérrimos defensores- que equivale a reconocer que la situación es insostenible y que si no se cambia drásticamente, si no se abandona lo que ha demostrado a las claras que no sirve, se sucumbe irremisiblemente. El que está en el banquillo de los acusados es, pues, el régimen comunista, estalinista, no otra cosa, ni siquiera el tan mentado imperialismo.



¿Quién seguirá defendiendo esa revolución?

Entonces, ¿qué se propone hacer Raúl Castro, al comprobar que se había seguido un camino tan equivocado desde todo punto de vista? Diríamos que se propone descubrir la pólvora ya que se da cuenta, ahora, que el motor de cualquier sociedad que avance es la iniciativa privada. En esa línea, ha "autorizado" el autoempleo, ha "concedido" 75 mil cuentapropistas, ha "permitido" contratar empleados y ha fomentado el desarrollo de cooperativas.

Todavía más: el cubano común se despierta con la noticia de que el gobierno ha decidido "aceptar" el ejercicio de 178 profesiones -y aquí viene la frutilla de la torta- entre ellas, la de "forrador de botones"…

El país se dirige, en consecuencia, hacia un nuevo modelo de economía mixta. El Estado deja de ser el gran regulador, siempre presente y omnipotente, para pasar a ser y a desempeñarse como el transformador, el facilitador.

Por lo tanto, se abandona el clásico paternalismo autoritario oficial, el igualitarismo forzado sin bases reales, a fin de permitir que la sociedad se manifieste sin esas ataduras inhibitorias.

Todo ello va acompañado con la intención de eliminar 500 mil empleados estatales en 2011 y un millón trescientos mil más en los próximos tres años.

Sin embargo, entre estos plausibles proyectos, propios de una economía liberal o poco menos, de un Estado de Bienestar, no asoma ningún atisbo relativo al respeto de los derechos humanos, a las libertades políticas y civiles, al rigor del régimen policíaco que aherroja a un pueblo inteligente y sensible.

Quizá todo esto -en opinión de nuestros incoherentes izquierdistas fundamentalistas- deba ceder su lugar ante los problemas económicos, salvo en los países anticomunistas (por ejemplo, en la mayoría de las naciones islámicas) donde, allí sí, parecería que debería regir el más absoluto respeto a los derechos individuales, exactamente los mismos derechos que esa izquierda, siempre solidaria con el castrismo, no se inquieta en lo más mínimo si se vulneran habitualmente en la sometida isla.

De todos modos, Raúl Castro tiene su mérito: es el primer jerarca comunista que declara, enfáticamente y sin paños tibios, que ese sistema ha fracasado en la isla. ¡Vuelva a tomar nota la claque de izquierda que le es devota!