México, 12 abr (EFE).- El periodista español Joaquim Ibarz Melet, corresponsal del diario La Vanguardia en México, recibió hoy un sentido homenaje póstumo de representantes del mundo periodístico, político y de la cultura de este país en un acto celebrado en el Centro Cultural de España.
A un mes de su muerte Ibarz (1943-2011), fue recordado por el historiador Enrique Krauze como "el mejor testigo de la vida contemporánea en México" durante las últimas tres décadas.
Ante más de 150 personas, entre las que estaban dos hermanos de Ibarz y varios familiares venidos de España, Krauze elogió al fallecido periodista y dijo que había sido "un apasionado de la verdad y la libertad".
En el mismo acto, el embajador de España en México, Manuel Alabart, le recordó como "un periodista de referencia en América Latina" que contribuyó a explicar mejor la realidad de la región.
El sociólogo mexicano de origen catalán Roger Bartra destacó de él su "insaciable curiosidad" desde que pisó México en 1982.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
"Con la muerte prematura de Joaquim he perdido a un guía para orientarme en el espacio latinoamericano, pero, sobre todo, he perdido a un amigo", dijo Bartra.
En el homenaje se leyó una carta enviada por el director del diario La Vanguardia, José Antich, en la que elogió al periodista y recordó que México había sido la segunda casa de Joaquim.
El pasado 12 de marzo Ibarz falleció en su domicilio en Zaidín (Huesca) a los 68 años a causa de un tumor cerebral.
Un día después, el presidente de México, Felipe Calderón, lamentó profundamente el fallecimiento, que se produjo, dijo, en "un día triste para el periodismo hispanoamericano".
Ibarz fue un defensor de la democracia y un acérrimo crítico de los regímenes populistas y autoritarios en América Latina, una región a la que dedicó 28 años de su vida como corresponsal para el diario barcelonés La Vanguardia.
Su carrera estuvo jalonada de viajes y de la presencia como testigo en momentos clave en la historia de la región, como el golpe de estado de Alberto Fujimori en Perú (1992), el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en 1994 en Chiapas (sur de México), o la deposición de Manuel Zelaya en Honduras (2009).
Su periodismo crítico le llevó a ser el primer español que fue expulsado de Cuba, en 1991.
Además, Ibarz era decano de los periodistas extranjeros en México, vivía en ese país desde 1982, como sede base para cubrir la actualidad política y social de América Latina y el Caribe.
El pasado octubre, había recibido en Nueva York su último gran premio periodístico, el María Moors Cabot, por su trabajo en la región, lo que le convirtió en el primer europeo que obtenía en 2010 el prestigioso galardón, concedido por la escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia.
En 2009 se hizo acreedor al premio "Cirilo Rodríguez" de Periodismo, como reconocimiento por su labor en la zona, donde cubrió los conflictos armados en Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Colombia y Perú y todas las Cumbres Iberoamericanas, el triunfo sandinista en Nicaragua, la pacificación de Centroamérica y los procesos electorales en los países del entorno.
Joaquim Ibarz dejó un legado cultural sobre todas las culturas centroamericanas que ha ido adquiriendo en sus viajes a lo largo de los años para hacer un museo que se llamará "La casa de usted" y se ubicará en su pueblo natal Zaidín.
El proyecto estaba muy adelantado y ya se había trasladado todo el material, más de 2.000 piezas.
Joaquim Ibarz, la pasión por contar
MAITE RICO 13/03/2011 – elpais.com
Así, de sopetón, llega la noticia. En medio del terremoto de Japón y del avance de las tropas de Gadafi hacia Bengasi. Joaquim Ibarz ha muerto. Sí, es verdad, estaba muy enfermo. Hacía meses que no recibía sus mensajes. Pero siempre quise creer que, como otras veces, reaparecería jovial y dicharachero por algún rincón de América.
Lo conocí en 1994, durantes las elecciones en El Salvador. Para entonces él ya llevaba 12 años como corresponsal de La Vanguardia en América Latina. Y me prohijó, como solía hacer con los jóvenes recién llegados. Su imagen se funde con mis primeros pasos en la región como periodista de EL PAÍS. A Quim le encantaba rodearse de los colegas a los que apreciaba, compartir con ellos y trabajar juntos, aunque fueran de la competencia. Era el pastor del rebaño. Y no podía tampoco evitar un mohín de reproche si de repente te escapabas del redil.
Si algo definía a Ibarz era su irrefrenable pasión por comunicar. Tanta, que hasta el diario para el que trabajaba terminó por no bastarle, y se volcó además en su blog y en su peculiar boletín informativo, Ibarzpress.
Y esa pasión la mantuvo intacta a lo largo de sus 28 años en Latinoamérica. De hecho, derrochaba más curiosidad y entusiasmo que muchos corresponsales nuevos. Era incombustible. Saltaba de una ciudad a otra, de un país a otro. Llegaba siempre el primero. Madrugaba más que nadie. En los hoteles del continente lo conocían hasta los gatos. Le encantaba hablar con la gente y se metía a todo el mundo en el bolsillo, ya fueran presidentes de la república o telefonistas. Eso sí, su simpatía inagotable tenía un sano contrapunto en ocasionales accesos de mal genio.
Siempre me asombró su capacidad de organización. Y su capacidad para multiplicarse: tenía el don de la ubicuidad. Durante el huracán Mitch, en Honduras, enviaba además notas sobre Colombia. Y en Nicaragua escribía también sobre México. Y cuando la vida política no daba mucho de sí, nos deleitaba con crónicas de la vida cotidiana: gastronomía, personajes, curiosidades. Contar, contar y contar. De eso se trataba.
Quim era un alma libre. Y un provocador nato. Pero eso preguntaba y escribía lo que le daba la gana, y huía de los lugares comunes. Era la combinación perfecta: pasión y experiencia. Como perro viejo, curtido en revoluciones, supo explicar como nadie los procesos de democratización en América Latina, y alertar de los peligros del nuevo populismo autoritario que encarnaban Hugo Chávez y sus aliados, ya fuera Andrés Manuel Lopez Obrador o Daniel Ortega. Nos brindó las mejores crónicas del golpe de Estado de Honduras, llenas de matices. Y las mejores crónicas del terremoto de Haití, llenas de empatía, contexto y conocimiento.
En los últimos años nos reencontrábamos de tanto en tanto en aquel continente, en Ciudad de México o en La Paz o en Bogotá. Y cada vez me sorprendía porque estaba igual. Igual de fuerte, igual de glotón, igual de activo. Quim amaba lo que hacía, se lo creía y no le importaba el qué dirán. Verle de nuevo era volver un poco a mis orígenes. Latinoamérica ya no va a ser lo mismo sin él.
Fallece el corresponsal de ‘La Vanguardia’ Joaquim Ibarz
El periodista aragonés ejerció un periodismo crítico, apasionado y ameno durante su estancia en América Latina desde 1982
De haber sabido que ayer la sección de Internacional andaba desbordada entre Japón y Libia, la voz entusiasta de Joaquim Ibarz se habría ofrecido desde México para escribir estas líneas dando cuenta de su fallecimiento.
El texto habría llegado a la redacción antes de lo esperado, sin erratas, con los datos justos –nacido en Zaidín (Huesca) hace 67 años, licenciado en la Universidad de Navarra, hombre orquesta en el vespertino Tele/eXpres y acertado fichaje de La Vanguardia en 1982 cuando se le asignó la corresponsalía en América Latina– y, sobre todo, con ese estilo periodístico claro y con brío que no aspira a la literatura sino a informar y contar de forma amena y bien escrita. O sea, sujeto, verbo y predicado.
Joaquim Ibarz se dedicó al periodismo con una entrega absoluta, diría que “religiosa” si no fuera porque eso le parecería una collonada a uno de sus mentores, Manuel Ibáñez Escofet, su director en Tele/eXpres. En correspondencia, el periodismo le dispensó una vida intensa –al alcance de muy pocos– y algo tan infrecuente como el reconocimiento generalizado de la muchachada, o sea la panda que nos dedicamos a contarles lo que pasa en el mundo o incluso lo que nos gustaría que pasara. Era una gozada escuchar los relatos y anécdotas del gran Ibarz cuando aterrizaba por Barcelona y se reunía en torno a una mesa con sus amigos –casi siempre gente de este oficio, que hoy ha perdido a un grande, y no es una coña marinera–.
Fue un corresponsal extraordinario porque comprendió su tiempo y el continente que cubría, donde alcanzó una madurez envidiable que le convirtió en un corresponsal de referencia en América Latina, como reconocieron el Cirilo Rodríguez en el plano nacional y el Moors Cabot de la Universidad neoyorquina de Columbia del 2010 en el ámbito mundial. A veces, como a todos, se le iba la mano con algunas de sus fobias pero rara vez erró en el diagnóstico final. Pronto dejó de reír las gracias a personajes como el general Noriega en Panamá, los sandinistas en Nicaragua –uno de sus grandes desengaños–, el Comandante en Cuba –que le expulsó de la isla en 1989, cuando muchos todavía le disculpaban–, el carismático Chávez y cuantos presidentes provocaban estropicios en su querido México.
Joaquim Ibarz no era un periodista acomodaticio y gentil porque su especialidad era preguntar con toda la intención del mundo al poderoso de turno. Cuando la muerte le dio el primer aviso –en julio del 2010– y estaba ingresado en el Hospital Español de México, Joaquim explicó en la habitación a un amigo y alto funcionario mexicano de la Presidencia que si escribía un libro sobre sus años en aquel país que amaba tanto lo titularía “Esto no tiene remedio” (y apostillaba, en catalán, “No hi ha res a fer”). Lo dicho: Joaquim no se estaba de pamplinas si se trataba de escribir. De ahí expulsiones y situaciones de riesgo que transmitía a la redacción con un distanciamiento que decía mucho de su aversión al protagonismo.
Ya quedó dicho que Joaquim escribía con rapidez, una virtud propia del periodismo deportivo que cultivó en sus años de director, allá por los 70, de la revista Barça, etapa que le permitió tratar de cerca a Rexach –algunas de cuyas frases catalanistas eran invención pactada de Ibarz– y a Cruyff. Si hablo de ellos y no de la gente importante a la que entrevistó es porque Quim fue un apóstol barcelonista.
Era hombre de sueño ligero, cuatro o cinco horas le bastaban, y con fortuna: ha fallecido donde nació, bien cuidado por una familia que entre dejarlo meses en un hospital y atenderlo en la casa pairal optó por lo segundo sin dudarlo. Con su sobrina Mercè al frente, la familia ha tenido para él un cariño y un cuidado que viene de la tierra, de algo muy grande y hermoso.
Ibarz se resistía a morir sin ver inaugurada La Casa de Usted, como así ofrecen su hogar los mexicanos al visitante: un edificio de rosa y azul, en tonos muy centroamericanos, en el centro de Zaidín, donde si las autoridades aragonesas no fallan -y siendo aragonesas cumplirán su palabra– los visitantes podrán ver a modo de pequeño museo las más de 2.000 piezas de artesanía coleccionadas por nuestro hombre. Sólo queda completar la catalogación.
Ha sido un placer, compañero.