Xenofobia

Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo_thumb1 Hace poco, un joven reclamaba porque se permite a los extranjeros establecerse en nuestro país y dedicarse a la agricultura. “Nos perjudican –decía–, son depredadores: en el campo usan maquinaria en vez de la mano del hombre. Derriban árboles, matando la tierra”. No se trata de un extremista producto de una corriente política que promueva el rechazo y aun el odio a los extranjeros. Simplemente, él había escuchado esa versión y la aceptó ingenuamente.

Lo anterior resulta de una persistente propaganda sectaria. De actitudes producto del ‘escapismo’ que elude responsabilidades por incapacidades propias. Y se va más allá: todo lo que viene de fuera es sospechoso; todo es malo; todos quieren explotarnos; todos vienen a enriquecerse a costa de nuestros recursos. Esto, que es una peligrosa deformación de las percepciones sensatas, se llama xenofobia: “Odio, repugnancia u hostilidad hacia los extranjeros”.



El ex presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, en un reciente artículo (El abuelo brasileño, El País, Montevideo, 21/08/2011), cuenta que un recordado y muy respetado político de su país –Wilson Ferreira– “cuyo humor era proverbial, dijo más de una vez: ‘El problema de este amigo es con mi abuelo brasileño, que vino al Uruguay y se quedó, y por culpa de él yo estoy aquí y no tiene más remedio que soportarme…’”. Por supuesto que lo relatado es una rara anécdota en un país maduro como Uruguay, lo que, según se ve, no es extraño en Bolivia.

Hay, entre nosotros, quienes rechazan lo extranjero y la modernidad. Son los obcecados que nos alejan de experiencias valiosas, tanto para acertar como para no errar. Negando ejemplos esclarecedores y útiles, se llega al prejuicio, el que conduce a la deformación de la historia de la nación; es decir, el que niega la realidad. La formación de la nación boliviana fue el resultado del esfuerzo compartido de originarios, europeos, mestizos y de muchos otros que vinieron de fuera. Todos contribuyeron a erigir una República independiente y, luego, a preservarla.

El ex presidente uruguayo, refiriéndose a su país, afirma: “Ahora resulta que todo extranjero es sospechoso y que si compra tierra está quitándonos algo de lo nuestro. Nada más reñido con la realidad porque, si analizamos nuestro actual crecimiento económico, nos encontramos con que: 1) la fuente principal de esta bonanza viene de fuera y son los precios internacionales; 2) los nuevos sectores de exportación están todos vinculados a extranjeros…”. Ciertamente aquí estamos en lo mismo, o peor.

Está cundiendo el chauvinismo, o sea, la “preferencia excesiva por todo lo nacional con desprecio de lo extranjero”, que, como la xenofobia, se nutre de la propaganda extremista, especialmente la dirigida contra el ‘imperio’ (EEUU), al que le atribuyen todos nuestros males habidos y por haber. Esto se va extendiendo paulatinamente contra todos los países que muestran diferencias materiales, culturales e institucionales, y que garantizan las libertades democráticas. Vamos a contrapelo de la modernidad, negándonos a seguir lo bueno y lo realizable que toma en cuenta las experiencias propias y las ajenas.

Hace ya más de medio siglo, un esclarecido constitucionalista boliviano afirmaba que concebir un Estado aislado, fuera de la comunidad internacional, como hipótesis o realidad, es un absurdo. La xenofobia creciente, si se la acepta indefinidamente como estilo político, nos puede llevar a ese irracional aislamiento. La xenofobia nos ‘encuevaría’.

El Deber – Santa Cruz